Una luz difícil de encontrar

17. Tu secreto, ahora mío

 Alodie

Tenía el corazón tan roto que no se atrevió a mostrármelo por miedo a que me cortara con los filos. Me quiso proteger porque sabía que su dolor se convertiría en mi insomnio, que me atormentaría la culpa de no haber visto las señales por más que ella siempre hubiera intentado ocultarlas.

Sin embargo, ahora tiene un esposo que le envía fotos de pingüinos los domingos. Una hija que le hace dibujos horribles y collares de fideos crudos para expresar cuánto la ama. Un recién nacido que busca los latidos de su corazón por las noches, porque es su lugar seguro. Y me tiene a mí, lista para amenazar con el pico de silicona de un biberón —en lo cual me volví bastante buena— al primer idiota que intente lastimarla.

Un corazón roto por malas personas siempre será reconstruido por las buenas.

No puedo culpar a Marine por su reacción al enterarse de que un presunto violador estaba cerca de su hija y que esta, como si fuera poco, terminó en el hospital. No tengo idea de lo que significa ser mamá. No tengo idea de lo que es que un hombre —un pariente, la persona que se supone que debía protegerte— te haga vivir un infierno por las noches durante toda tu adolescencia.

Lamento mucho que esa escoria haya muerto hace unos años por causas naturales. Merecía estar encerrado. Merecía sufrir.

Mi hermana lo veía como un monstruo, pero hasta hace unos días para mí era el gracioso e inofensivo tío Cherry. Es extraño lo diferente que dos personas pueden ver a otra. Por eso las dudas acerca de Gareth vuelven a atacarme: ¿y si es verdad?

¿No existe la posibilidad de que me niegue a creer que tiene maldad solo porque siempre me mostró su bondad? Si la prensa, su exnovia, su exmánager, su propia madre y casi el mundo entero lo acusan, ¿no debería hacerlo yo también?

¿Por qué mi corazón no está de acuerdo con mi cabeza?

Aseguró que se mataría de solo pensar en hacer algo como eso…

Cruzo las puertas del hospital. Gareth dijo que no podía contarme la verdad porque no le correspondía, pero, por más que todo se trate de un malentendido en cubierto, no puedo vivir en la incertidumbre. Quiero mirarlo a los ojos en paz, quiero ayudarlo, quiero asegurarle a Marine que su hija jamás corrió peligro, y la única persona que me puede guiar hacia esa tranquilidad en este momento es Lyon.

Es su hora de descanso. La enfermera que jugó a Cupido me lleva a través de los corredores y luego hace un ademán con la cabeza hacia una puerta. Toco y oigo su voz adormecida invitándome a pasar.

La habitación solo está iluminada por la lámpara de la mesita de noche. Hay una cucheta y el doctor está acostado en la cama de abajo, con el antebrazo sobre los ojos.

—Creí que tu trabajo consistía en salvar vidas, no en contar ovejas —bromeo al dejar mi bolso sobre un sillón.

Aparta su brazo y parpadea sorprendido de verme. Me acerco y tomo asiento junto a él mientras se restriega los ojos con una sonrisa en el rostro. Emana calor y me toma cada gramo de voluntad no echarme sobre él, pedirle que me abrace con fuerza y calle todas las preguntas que tengo en la cabeza.

Apoyo una mano en su pecho, rascándolo sobre su ambo azul.

—Quería ser granjero, pero ya había suficientes, así que tuve que elegir otra profesión. —Cubre mi mano con la suya y la lleva a sus labios para depositar un beso en la yema de mis dedos—. Todavía sueño con ordeñar una vaca.

Me encojo de hombros.

—Ordeñame a mí si quieres. Hasta puedo mugir.

Ríe y se lleva el brazo restante detrás de la cabeza.

—Siempre eres tan… —empieza, pero lo interrumpo.

—Debes decirme —suplico en un susurro.

Su sonrisa se paraliza. Poco a poco, decae. Juega con mis dedos, indeciso.

No tengo que explicarle de qué hablo.

Me mira a los ojos y lo que sea que encuentra ahí le roba un suspiro.

—El aborto no es legal en este Estado, Alodie.

Frunzo el ceño, sin entender.

—Gareth es una figura pública y su presencia pone al hospital bajo una lupa —sigue en voz baja, serena pero severa—. La atención que tiene de los medios por el caso de Dove Brondel es incesante, si un reportero averiguara lo que hacemos, lo que hago en este lugar… —Se relame los labios—. Me quitarían la matrícula. Podría ir preso. Aunque estoy dispuesto a correr el riesgo por la salud de mis pacientes, no preciso de más obstáculos. Estas mujeres me necesitan. Si tú sales conmigo pero te ven con él, investigarán. Nos acosarán. Descubrirán lo que hago.

Siento un montón de cosas. Admiración por su mente abierta y gratitud por su servicio. Miedo por el peligro que corre. Frustración al recordar cómo la prensa rodeó mi casa, succionó mi privacidad y lanzó mi imagen al mundo sin mi consentimiento, retorciendo mi historia al antojo de un ranking televisivo.

—Eso no explica cómo se relacionan ustedes dos.

Suena la alarma de su móvil y me muevo a un lado cuando se incorpora para apagarla, antes de calzarse las zapatillas con mi mirada siguiendo cada uno de sus movimientos.

—¿Tú…? ¿Tú debiste practicarle un aborto a esa chica, Dove Brondel? ¿Gareth la embarazó?

Apoya los codos sobre sus rodillas y niega con la cabeza, exhausto.

—Sabes que no puedo discutir eso contigo. Es confidencial.

Se pone de pie y alcanza la bata de un perchero.

—El hecho de que practiques abortos también lo es, pero me contaste.

Toma mi bolso y me lo tiende:

—Porque es mi secreto para contar.

No lo tomo, pero me acerco hasta que estamos cara a cara.

—Me dijiste que él no era malo —recuerdo.

Ese secreto está encerrado en sus ojos, en una jaula transparente que me permite verlo pero no liberarlo.

Me acomoda la cartera al hombro antes de ahuecar mis mejillas y depositar un beso en mi frente.




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