Una luz difícil de encontrar

21. Una página que respira

Alodie

El primer recuerdo que tengo de haber estado en un hospital es a los ocho años. Me había roto el brazo. El día que iban a quitarme el yeso, el tío Cherry se sentó a mi derecha; Marine, a mi izquierda —ahora tiene sentido que no quisiera estar junto a él—, con un libro de poemas en su regazo.

Pregunté por qué todas las paredes estaban tristes. Cherry dijo que eran como una página en blanco, un universo de posibilidades según lo que te dijeran los doctores.

En este momento, mientras observo la pared frente a mí, pienso en todos los desenlaces. Me preocupa que le hayan roto un hueso. Me atormenta que deba entrar a cirugía. Me corta la respiración pensar que podría acabar en coma. Me destroza pensar que en este lugar podría cerrar los ojos para siempre.

No sé qué sucedió cuando el canal de televisión perdió contacto con el periodista fuera de su edificio. Vine directo a aquí, sabiendo que lo traerían porque es el hospital más cercano. A pesar de eso, no soy su familiar directo, así que nadie me dio información sobre su estado de salud.

Pero…

—Está bien, está estable.

Pero está Lyon.

Siempre está Lyon.

Me pongo de pie en cuanto lo veo, pero me toma con suavidad por los codos para que vuelva a tomar asiento.

—Tuvo suerte. Más allá de cortes superficiales en el rostro y hematomas, me dijeron que tiene algunas costillas fracturadas y dos dedos quebrados, pero está fuera de peligro, aunque lo dejarán en observación unos días —explica aunque sea contra la ley, sin que tenga que pedírselo.

Dejo caer con alivio la cabeza contra la pared y cierro los ojos. Tanteo por la mano del doctor y le doy un apretón agradecido, pero él se zafa suavemente de mi agarre. Cuando abro los párpados hay una expresión contradictoria en su rostro, como si su profesión y su vida personal tuvieran una confrontación.

Apoya los codos sobre sus rodillas y sonríe de forma agridulce.

—No te culpo por enamorarte de él. Es un buen hombre.

Mi corazón se encoge como un calcetín en la lavadora.

—Tú también eres bueno —susurro.

Las palabras cargan más que la afirmación. En ellas se oye una disculpa que no sé cómo articular de otra manera. Éramos algo, sin etiqueta ni compromiso, pero algo al final. Siento que le debo explicaciones aunque no las pida y no tenga por qué dárselas. El potencial de lo que podríamos haber sido merece saber el por qué quedará en la posibilidad y no en el hecho.

Sin embargo, cuando estoy dispuesta a hablar, se me adelanta:

—Creo que tienes miedo.

—¿Miedo de qué?

—De que funcione.

Le sostengo la mirada con la garganta en llamas. Ojalá fuera a causa de un trago de alcohol en lugar de las lágrimas.

—¿Sabes por qué nunca he tenido novio y estoy con una persona distinta a cada rato? —Hago un ademán al pasillo por el que se lo llevaron—. Por esto. No quiero sentir este tipo de dolor. Odio la impotencia que me genera no poder detener los horribles pensamientos que tiene sobre sí mismo. Odio ser incapaz de controlar que la gente lo lastime. Odio saber que cada persona debe sanarse a sí misma, porque si pudiera… —No puedo evitar reír, sobrepasada emocionalmente—. Si pudiera cerraría todas sus heridas con besos, lo cual es la porquería más cursi que dije en mi vida. Debería haberme alejado cuando podía. Debería haberle dicho que no.

—Deber y querer son cosas distintas. Está bien que lo quieras, Alodie.

Me asusta considerarlo, mucho más decirlo en voz alta:

—¿Y si es más que querer?

Inhala hondo antes de ponerse de pie.

—Entonces te quedas aquí. Te traeré un café —responde con sencillez—. Sentir amor es como respirar, completamente involuntario y esencial. Si no respiras, mueres aunque sigas con los ojos abiertos; si no sientes, también. Y tú eres la clase de mujer que no tolera la vida en piloto automático, así que… —Se encoge de hombros—. No la vivas así. Quédate lo suficiente para experimentar que, después de todas las cosas que odias, llegan todas las que amas.

Alcanzo su mano y le doy un apretón, gesticulando un agradecimiento que responde al asentir con una sonrisa desinteresada.

Es entonces cuando escucho los pasos apresurados.

—¡Alodie!

Tam corre en nuestra dirección con Vinca pisándole los talones. Las personas en la sala de espera voltean a verla. Me pongo de pie y colapsa contra mí, envolviéndome en un abrazo necesitado. Está agitada y llena de pánico cuando se separa lo suficiente para mirarme a los ojos. Sus labios se separan, pero me apresuro a decirle lo que sé porque no quiero que sienta, ni por un segundo, la desesperante incertidumbre que tuve hasta que Lyon vino hacia mí:

—Está bien, tranquila, respira. —Ahueco sus mejillas—. Él está bien, Tam.

Sus ojos se llenan de lágrimas y se esconde en mi pecho para descargarse. Mientras acaricio su cabello corto, encuentro que Vinca está mirándonos. No sé descifrar si la exhalación que emite es por cansancio o por alivio.

—Tuvo suerte —susurra la mujer al cruzarse de brazos—. Podrían haberlo matado por lo que hizo.

Siento a Tam tensarse contra mí. Intercambio una mirada con Lyon antes de apretarla en el intento de calmarla, pero voltea el rostro hacia su madrastra.

—¿En serio? —le espeta al sorber por la nariz.

—Tam, no es el momen… —empiezo, pero se zafa de mi agarre cuando la tristeza se transforma en ira.

—¿Qué esperabas que le sucediera a un acusado de abuso sexual? —dice Vinca, atrayendo la atención de la gente, pues gracias a los medios todos saben que Gareth fue trasladado a este hospital—. Tarde o temprano pasaría. Esa pobre chica…

—¡Soy yo! —estalla Tam—. ¡La pobre chica soy yo!

Lyon apoya una mano en su hombro y yo intento tomarla de la mano, pero presa de la indignación y víctima de un silencio que jamás quiso, enfrenta a la mujer, quien ha dejado caer los brazos a los lados:

—¡He sido la pobre chica desde que estoy bajo tu cuidado, con tus rencorosos ojos controlando y criticando cada cosa que hago! —grita y noto que varias personas han sacado sus teléfonos. Lyon se apresura hacia ellos, pero hay demasiados—. ¡Gareth me rescató de una noche horrible e inventó a la jodida Dove Brondel para que tú no estuvieras aún más decepcionada de mí, para que nadie me juzgara si quería abortar, para que no me presionaras para tener al bebé y casarme con un monstruo como Parker! —Entierra las manos en su cabello, negando con la cabeza—. ¡Quería protegerme de la gente, pero sobre todo de tu reacción! Hizo añicos su perfecta vida para que la imperfección de la mía no me arruinara. Aguantó cada acusación, cada insulto y cada golpe. ¡Aceptó el odio del mundo entero porque su amor por mí es más fuerte! ¡Así que deja de decir que tu hijo es una horrible persona, porque es mejor que tú, que yo y que cada maldita alma que conozco!

Trago.

Vinca está petrificada.

Nadie necesita decirme que, como el primer video, este ya se ha hecho viral.

 




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