Una luz difícil de encontrar

24. Las tijeras no cortan el agua

Alodie

El océano ondea en colores dorados al reflejar el atardecer mientras caminamos a través de la playa con los zapatos en la mano y los ojos en el otro.

Me pone la piel de gallina recordar la última vez que estuve en este lugar. Fue el día que los borrachos vinieron tras nosotros y me enteré de que el mundo entero repudiaba a Gareth Glance. Sin embargo, ahora mismo dicho mundo está a sus pies pidiéndole perdón.

El almuerzo fue un éxito, si es que podemos clasificar como uno al hecho de que Carly le hizo una peluca de espaguetis a Jones y solo nos percatamos de eso cuando vimos a Capitán Isvaldo lamer la calva del niño.

Tam quedó fascinada con las historias del Ártico de Fabricio, quien le comentó que tiene pasantías disponibles para su próximo viaje. Vinca se mostró feliz del interés de la adolescente, quien ahora más que nunca quiere alejarse de la ciudad —pues Parker y su familia no están felices con ella, por lo que la madre de Gareth cambió de iglesia, aunque sabemos que lo hubiera hecho incluso si se mostraban de acuerdo con la decisión—. Por otra parte, Marine conectó perfecto con Vinca. Ambas tienen una personalidad algo agria y se hicieron cómplices en críticas y chistes; a su vez, entiende a Tam porque ella misma sabe lo que es toparse con malos hombres.

—¿Lista para tu sorpresa? —pregunta mi empleado, pues seguimos trabajando juntos hasta que descubra hacia dónde quiere dirigir su carrera musical.

—¿Te meterás al océano desnudo? Porque apreciaría esa vista.

Ríe antes de tomar mi mano y guiar el camino hacia una pendiente.

—No cumpliré ese deseo hoy.

—No es un deseo, es una orden y no quieras desobedecer a tu jefa, ¿verdad?

El desafío brilla en sus ojos antes de que haga un ademán con el mentón hacia el acantilado por el cual se asoma la extravagante casa en construcción de la que una vez descendieron los ebrios.

Sin embargo, no está más en construcción. Parece lista para ser habitada.

—¿Hallanaremos una morada? —Arqueo una ceja—. Qué cita excitante. Saber que podremos ir a la cárcel es la forma correcta de avivar la llama del amor.

—No tengo intenciones de romper la ley esta noche —asegura mientras me ayuda a ascender por el camino—. Por desgracia para tu peligrosa fantasía sexual, soy dueño de esta casa. La mandé a construir hace unos meses.

Eso tiene sentido.

A veces olvido que tiene suficiente dinero en el banco como para comprarme todos los libros del mundo. Si yo fuera un ligue materialmente caprichoso, estaría frito.

—No está del todo lista. Hay un problema con las cañerías y no tiene calefacción, pero podemos ir al baño en la naturaleza y calentarnos a la antigua —dice cuando, luego de una caminata en la que casi pierdo un pulmón, entramos a la casa y dejamos caer nuestros zapatos.

A pesar de que las paredes están pintadas de un suave color celeste, no hay cuadros. Solo unas herramientas dispersas por allí y por acá. Está vacía a excepción del lugar frente a la chimenea, donde hay una pila de mantas de diferentes texturas y almohadones felpudos en una cama improvisada. También veo una botella de vino, dos copas y media decena de paquetes de frituras que irán directo a mi estómago.

—¿Y a qué se debe esta romántica escapada, señor Glance? —pregunto mientras recorro con las yemas de los dedos la mesada de mármol de la cocina.

Rodea la isla hasta hacerme frente y sostener mi mirada.

—Creo que está al tanto de mis intenciones, señorita Escaballán.

No intento reprimir mi sonrisa, la cual no se borra cuando me inclino para besarlo.

Quiero decirle que caigo rendida ante su voz cuando pregunta cosas que nadie tuvo el interés de saber sobre mí, y es sagrado el momento en el que me besa antes de dormir. Que me abrace entre el sueño y la vigilia convierte la madrugada en el instante que rememoro cuando lo extraño. Además, sé que el día comenzó bien cuando apaga el despertador y me busca entre las sábanas, retrasando tener que alejarse, y tengo la certeza de que culminará como mi secreto favorito cuando me mira como si tocarme de todas las maneras que cruzan su mente fuera el mejor regalo que se le pudo ofrecer.

A pesar de que no me salen las palabras, a través del beso le expreso cada una de esas cosas.

Sus brazos envuelven mis piernas y me sienta sobre la mesada. Su boca está haciendo alucinar a la mía cuando se desvía a mi clavícula. Debo aferrarme a algo para no derretirme, pero sin querer golpeo la canilla del fregadero.

Entonces, explota.

Un chorro de agua rompe el momento y la cocina de Gareth es decorada con una fuente bajo la cual nos empapamos. Chillo, lo empujo y me bajo de la mesada.

—¡Te advertí que había un problema con las cañerías! —reprocha.

—¡Tu boca debería habérmelo recordado en lugar de estar intercambiando saliva con la mía!

Se apresura a correr en busca de algo con lo que tapar el caño, pero no hace más que dar vueltas en círculos. Sin saber qué hacer alcanzo una caja de herramientas del piso y vuelco su contenido en la mesada. El cabello se adhiere a mis mejillas y el flequillo me cubre la vista cuando toco lo que creo que es una llave inglesa. No sé si sirve de algo, pero en las películas los plomeros siempre cargan una de estas.

—¡Gareth, toma!

Silencio.

Silencio.

Silencio.

Me aparta el cabello del rostro con suavidad. El agua sigue saliendo a borbotones mientras, agitados, observamos lo que tengo en la mano.

—Alodie… —intenta reprimir sus ganas de reír—. Las tijeras no cortan el agua.

Se me escapa una carcajada y lanzo la herramienta a un lado.

—Al diablo, esto es inútil, casi tanto como resistirme a ti —digo envolviendo mis brazos nuevamente a su alrededor.

Lo beso un buen rato.

Y luego unimos neuronas para cerrar la llave del agua.


*


Nos acostamos frente al fuego, que proyecta sobre las paredes la sombra de mi mano cuando trazo el contorno de su ceja con suavidad. Entonces, sonríe y me siento como la madera que cede ante el ardor de las llamas, porque quiebra con delicadeza cada una de mis capas hasta llegar a un corazón que ha latido ansioso por su toque desde la primera vez que escuchó su voz.

Hace desaparecer la distancia cuando sus labios rozan los míos en un juego donde ambos sabemos que saldremos ganando. Mis brazos hallan el camino alrededor de su cuerpo cuando reclama el beso. Lo abrazo para perderme en la calidez de su piel, que se filtra a través de su camiseta.

Sin embargo, no es suficiente.

Las yemas de mis dedos pasean por su cinturón antes de infiltrarse bajo la tela, acariciando su espalda baja hasta aferrarse a sus hombros cuando su lengua abandona la mía para explorar mi cuello. Su respiración me hace cosquillas y, mientras besa y mordisquea mi piel, tiro de él hasta que se acomoda sobre mí. Mis manos descienden y vuelven a subir para ahuecar su rostro. Aguanta su peso sobre sus antebrazos, a cada lado de mi cabeza, para sostenerme la mirada.

Nuestras caderas encajan. 




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