Mis mas sentido pésame
El día parecía ser de los típicos de Londres, aquellos que contenían nubes y de repente algún que otro rayo de sol. La calma se podía escuchar apenas a las nueve de la mañana, donde las respiraciones van siendo lentas al igual que apuradas, refrescantes y cansadas.
Las palpitaciones de Steven iban a un nivel bastante común en su vida cotidiana, estuvo desde las seis de la mañana calentando en el campo, esperando comenzar ya el entrenamiento que por tres días habían sido consecutivos.
Los aplausos y los brazos de cada uno iban uniéndose a medida que terminaban de practicar. Joshua, el arquero cara risueño, se encontraba descansando sobre las butacas, bebiendo agua de una botella celeste.
Unas manitos le rodearon su brazo derecho, provocando que se mojase su vestimenta.
—¡Ey, pequeño! —saludó eufóricamente a Uriel, quien con su rostro sonriente le siguió abrazando.
—Papá me ha dicho que los aliente a todos, os habéis esforzado muchísimo estos días que me ha contando que sus lados cariñosos aparecen poco —su voz dulce provocaba en Joshua una ternura inexplicable.
—Y también que eres una bolita de grasa tan bonita que nos arreglarías el día abrazándonos desprevenidos, ¿a que si? —éste echó su mano sobre el cuerpecito de Uriel, acercándolo para abrazarlo mejor—. Venga, que lo has logrado.
El pequeño se sintió ofendido por lo que había dicho, él decía que no estaba ni gordito ni flaquito, estaba hecho y derecho como decía su abuela. Sus ojos cristalinos recorrieron el campo para buscar otra persona que abrazar, vio a Müller pero le daba mucho temor abrazarle así de repente, no había confianza suficiente para ello.
A lo lejos, pero muy lejos, vio hacer un córner a James, el muchacho tatuado que era perseguido por muchas mujeres. Correr hacia él y que lo vea su padre podría ser una alternativa, solo que Steven le había jurado ir al parque de diversiones que había cerca de su casa y no quería perder esa salida por no abrazar primero a su queridísimo progenitor.
Pero cuando razonó mejor, sus pequeñas y cortas piernas ya estaban dirigiéndose hacia su tío preferido.
En el momento donde la pelota chocó contra el pie del capitán y la dejó en manos de su equipo entero, vio una diminuta figura desplazarse entre los brazos de Lombardi.
—¡Me parece que les estas dando mucho amor demás! —gritó este con una sonrisa, viendo como su hijo sacaba su lengua y a su vez hacia el mismo corazón que su padre le había enseñado.
—Hola, Hola —James abrió sus brazos para recibir con mucha felicidad al gran orgullo del equipo.
Uriel es el niño mas consentido de todos, podría decirse que lo aman mas que a su padre, aunque este se lleve mejor las miradas. La falta de una maternidad pocas veces se notaba, el pequeño quizás se niegue en algunas ocasiones.
No es que Steven dejase de lado su vida amorosa, si es verdad que alguna que otra le había gustado, pero Uriel se resignaba y se daba la vuelta para ignorar aquello.
Todos buscan una madre para él pero también un amor para Lombardi.
—¡¿C-cómo… estás…?! —Uriel llegó a sus brazos hiperventilando, Williams le ayudó a coordinar su respiración y calmarlo en apenas segundos de haberle alzado en sus brazos.
—Muy bien, peque. Si te cansas tan rápido al correr deberías mejor caminar, no me gusta que llegues agitado —dijo apartando algunos cabellos locos que Uriel tenia.
Los cuales le representan y son típicos.
—Es que… todos dicen que estoy gordito —informó cruzándose de brazos.
—Pero si estas creciendo, tú tranquilo, cuando seas grande estarás igual de fuerte que yo —el ego de James sobresalió provocando risas de parte del pequeño—. ¿has visto que la chef italiana estuvo viendo nuestro partido en la tribuna? Me han dicho que ha alentado por nosotros.
—Si… Laura ha dicho que apostó mucho dinero con unos señores —la voz del niño salió con un poco de disgusto.
—Oye, ¿Qué tiene de malo aquella italiana? Harían bonita pareja con tu padre —dijo alzando las cejas hacia arriba en busca de alguna expresión graciosa.
Lo cual no consiguió, provocó que Uriel se comenzase a confundir y que también buscase una respuesta para ello.
—Es que-
—¡¡VAMOS TODOS, VENGAN AQUÍ QUE OS VOY A DECIR LO QUE TIENEN QUE SABER!! —la voz tan retumbante del DT, se escuchó por todo el campo, interrumpiendo la respuesta del niño y haciendo que James lo dejase a medio camino.
—Luego hablaremos bien y tranquilo, ¿si? —le comunicó intentando sonar con amabilidad y curiosidad.
Los niños a una edad temprana no saben mucho como manejar sus emociones, tienden a cometer errores y algunas veces hasta las mejoran, sus actitudes cambian y de a poco aquellas emociones lo hacen también. Uriel no es un niño especial, es común y corriente, solo que el cariño verdadero es dado por una sola persona, aunque lo quiera medio mundo por ser tanto, cuestionarse es un tema sensible y un poco raro a su edad.
La llegada de Genesis a su vida había dado justo en su lista, ¿Por qué? Había sido la primera mujer que se le presentaba de tal manera, ver su faceta real y ninguna falsa como aquellas mujeres que siempre se les presentaban con un propósito.
Por así decirlo, Uriel no pudo confesar su disgusto, a mas bien no sabia como explicarlo, solo que aquella palabra no era exactamente lo que quería expresar.
Gen es diferente, su forma de ser más su actitud, daba puntos que en la lista del pequeño no estaban pero eran necesarias. A medida que crecería se daría cuenta del por qué lo que estaba en esa lista estaba mal.
Los pasos de cada uno eran lentos y buscaban de alguna manera mantenerse en posición para encontrar la concentración.
Uriel había visto todo tantas veces que ya no le sorprendía ver las preparaciones que, desde que era niño, había visto hace años. Siempre lo mismo, solo que su único temor era lo que muchas veces era roja en el campo. Su padre es muy pacífico cuando juega al fútbol, se diría que un total profesional, sin tener que buscar peleas y sabiendo bien como ocultar su enojo.