Una mamá para Artemisa.

3. ¿Nuevo oficio?

 

PAOLA RAMÍREZ 

 

Mastico el último trozo de taco que compré en una oferta de cuatro por solo 30 pesos. Sí… sé que la carne debe ser de dudosa procedencia, incluso, no me sorprendería si estoy comiendo carne de perro, sin embargo, es para lo que me alcanza y capaz, eso es lo que más me duele. No he salido de mi pequeño anexo salvo para comer algo, pero la verdad es que me siento frustrada. 

 

Sin dinero, pobre, con mis padres que me dieron la espalda desde el momento en que decidí independizarme y es que me niego, me rehúso a pedir ayuda. 

 

Más porque ellos me desearon todo lo que para mi desgracia, soy ahora. Yutú «como mayormente le digo a la página de YouTube», me falló. 

 

Y no, no me pesa haber mentido, estoy segura en un 90 % de que todo el mundo miente en su curriculum, no obstante no puedo evitar sentir compasión al recordar los gestos distorsionados de aquel asiático cuando probó mi super preparación de sushi al estilo Paola

 

«Nada más tú crees que podía salir bien, hasta el agua se te quema… ¿Y creías que podías preparar sushi? Al menos tienes fe en ti misma», resuella mi consciencia y yo solo gimo en un puchero mientras lanzo la servilleta a algún lado por allí. 

 

—¡Dios! —chillo mirando al techo con mis manos unidas—. ¡Te juro que yo no soy tu mejor guerrera! —jadeo sintiendo mis ojos humedecerse en compañía de una mueca que se me hace incontenible. 

 

Voy a morir bajo un puente, es mi destino, mi cruel destino fi…

 

El sonido de una notificación directamente desde mi computadora me saca de mi mar de desgracia, llanto y desempleo.

 

Salto, literalmente salto desde mi cama para revisar. Ese sonido solo significa una cosa: 

No estoy sola y Dios ya no me considera su mejor guerrera de luchas. Es un empleo… un maravilloso empleo. 

 

(...)

 

Carlos me observa con gestos perplejos y yo finjo que reviso el informe que me llegó de la agencia de madres para la cual metí el curriculum, cuando la verdad es que trato de soportar su pesada y juzgadora mirada sobre mi débil cuerpito. 

 

—¡Bueno, ya! Siento que me vas a matar con la mirada —le digo con el ceño fruncido mientras dejo a un lado el papel que recién hace diez minutos imprimí con un leve golpeteo en la mesilla. 

 

—¡Es que como no te voy a querer matar si te quieres hacer madre de un bebé, Paola! ¡Un bebé! —exagera con dramatismo, varios de los que pasan nos miran y solo bebo un poco de agua con mis ojos bien abiertos. 

 

—Es una bebé y tiene cinco meses, además que me ofrecen un sueldazo y un cambio de aires, Carlos…

 

—¡Una mierda! ¿Y si es trata de blancas? ¿Alguna vez has pensado con seriedad a donde mandas tus infinitas solicitudes de trabajo? —me interrumpe con una serie de escenas fatalistas que no hacen más que hacerme tragar saliva con miles de imágenes que se desarrollan en mi cabeza.

 

¡No! ¡No voy a tener miedo! 

 

—¿Crees que mi vida es una película? —cuestiono con amargura ante su emboscada—. ¡Mi vida solo es pobre, Carlos! ¡Pobre! —me señalo ofuscada—. ¿Y sabes lo peor? Que cuando te cuento de un empleo que puede cambiar mi vida, solo me das las partes negativas y no te pones a pensar si de verdad puede ayudarme… ¡Hay días que no tengo ni que comer! —me levanto de un salto, dispuesta a irme. No pienso discutir con este cabeza hueca. 

 

—¡No es que no te apoye! —se excusa exasperado—. ¿Podemos por favor, calmarnos? —este me toma por los hombros, haciendo que me siente de nuevo en la silla.

 

Me cruzo de brazos y me niego a verlo. 

 

»Por favor, darling. No te pongas así que me harás llorar y pensar que he sido muy cruel —ante esto último mis ojos se clavan sobre lo suyos con bastante énfasis mientras asiento como maniática.

 

—En efecto, has sido cruel y desconsiderado —afirmo, este se sienta de nuevo con actitud achicopalada. 

 

—No es eso… es que solo tienes todas las características que querría un traficante de personas. Eres bella, con la altura adecuada, facciones que atraen a cualquiera y con un potencial putón que, diablos… hasta yo quisiera verte bailar en un tubo y eso que soy gay —yo le doy un sopetón detrás de la cabeza para que se calle de una vez por todas. 

 

—Esta es una página confiable y la persona que hizo la solicitud, según lo que he averiguado, es un importante médico de Estambul —no termino de hablar cuando escucho cómo se ahoga y empieza a toser haciendo un reguero de agua—. ¡Mi contrato! —chillo recogiéndolo y protegiéndolo de cualquier sustancia. 

 

—¡Estambul! ¡Estambul! —remarca cada vez con más dramatismo—. Me va a dar algo… me va a dar algo —repite cada frase como si fuera una grabadora, yo solo puedo rodar los ojos. 

 

—Nuevos aires, te dije —muevo mis hombros, diciéndole con todo mi lenguaje corporal que era más que obvio. 




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