PAOLA RAMÍREZ
Paso por una extenuante revisión por parte del personal de esta mansión, porque sí, es una mansión de los cuentos de princesas que se siente tan fría e impersonal que me da escalofríos.
Pero no por eso deja de ser tan hermosa, el lujo derrocha y el minimalismo es parte de sí, me resulta incluso hasta imposible pensar que de ahora en adelante viviré en este lugar para cuidar a una pequeña.
Lo que me recuerda que de eso no sé un demonio… pero no hay nada que no pueda solucionar Yutú. Me preparo con mi ropa más decente para llegar al área que se indicó desde un principio… ¿El hombre es el padre de la niña?
¿De verdad?
Ni siquiera se preocupó por esperar que tuviera interacción con ella y creo que cualquier padre en su sano juicio haría eso, pero él no; no le interesó en lo absoluto, creo que más se preocupó en mirarme horrible que en cómo iba a reaccionar su pequeña en mis brazos.
Y no es que diga que sea mala, obviando la parte en la cual mentí en mi curriculum y no soy nada experta en bebés como presumí, sé que puedo ser capaz de poder con el reto.
Necesito este dinero como el aire para respirar y nada, ni siquiera sus miradas horribles me van a detener.
Haré que esa niña me ame.
—Buenos días —saludo, acordamos que hablaríamos español y tengo suerte de no es un problema, ya que me entienden a la perfección.
—Señorita Paola —la mujer de gestos estilizados me observa, parece un poco disgustada con mis zapatillas al igual que el ogro que salió está mañana… ¿Pero qué problema tienen?
Son viejitas, pero no huelen mal, la prueba está en cada vez que me los quito.
»El señor Kazem me comentó que le daríamos parte del adelanto de su quincena para que fuera a renovar su guardarropa —empieza, pero yo niego.
—Me gustaría reunir el dinero, creo que mi ropa está bien… no le encuentro problema —comento por primera mientras barro mi suéter de mezclilla con mis manos.
—El invierno es helado, aun con calefacción es importante tener ropa abrigada —me informa—. No creo que la cubra lo suficiente, menos esos zapatos —señala con una mueca, yo muerdo mi labio.
Todo sea por el dinero, demonios… ¡El dinero!
»Sus pies se terminarán congelado y por nuestro bien, no deje que el señor Amir le vea de nuevo esos zapatos —refunfuña entre dientes mientras me tiende un sobre.
—No verá a la niña hasta tanto no vuelva con sus compras, ella está en medio de una siesta, llora mucho si la interrumpen —impone, ignorando el hecho de que quiero ahorrar el dinero.
—Creo que estamos entendiéndonos mal —respondo al fin, sonriendo con una falsa modestia… es que siento que se me están empezando a cruzar los apellidos.
—No, yo no necesito que usted me entienda. Yo solo cumplo las órdenes del señor Amir y usted debería hacerlo también —me corta en seco, mis cejas se alzan y las palabras se atascan en mi boca. ¿Por qué todos son tan… fríos?
La gente de mi país sonríe, estos son serios, impersonales… ¡No saludan siquiera!
Me limito a asentir, tragándome todo lo que quiero decir mientras tomo el dichoso sobre, me atrevo a decir que no debería juzgar mal, que tal vez piensen que una madre sustituta es como una especie de Cruella dispuesta a cuidar al bebé por compromiso.
Pero lo cierto es que yo no soy mala persona, sí, okey. Mentí, pero eso no me hace una criminal o al menos eso creo.
Estoy dispuesta a ver a esa bebé, me llegó una foto suya y sinceramente me enterneció tanto como me dio curiosidad.
¿Y su madre? ¿Por qué su papá me contrató si tiene tanto dinero? Son respuestas que supongo encontraré pronto cuando me sienta a hablar con el Sr. Ogro.
Sí, señor ogro.
Esa bebé tan linda de encías desprovistas de dientes y mejillas con hoyuelos es la cosita más tierna que he visto en mi vida y de solo imaginármela con un papá como ese, asumo que le hace falta tanto amor.
Amor que puedo darle… sé que seré capaz. Aprovecharé de seguir leyendo mi manual de cómo ser una buena madre primeriza.