Muchas cosas han pasado desde el lanzamiento de El camino de Alekséi. Que mi popularidad se haya duplicado en unas pocas semanas es solo una de ellas. Pero no siempre la popularidad se da para bien, créanme lo que les digo.
Alekséi tiene sus fans, no diré que no. Y algunos de ellos me acusaron por interno de arruinar su reputación. Menos mal que fue por interno, ya que de ninguna manera era mi intención destruir su carrera, tan solo visibilizar su irresponsabilidad afectiva y falta total de inteligencia emocional, pero ya qué.
Por mi parte, yo tampoco salí nada bien parada. Tampoco soy la reina de la inteligencia emocional y, si debo ser muy sincera conmigo misma, suelo tender al victimismo. Esos atributos me los hizo muy bien ver mi editor antes de que escribiera cualquier cursilería que pretendiera poner a Alekséi Galvés como malo malísimo en una relación en la que dos personas con marcada tendencia al apego evitativo tienen que esperar casi veinte años para darse un beso, no se diga para tener sexo.
En fin, que yo tampoco quedé muy bien con la novela que yo misma escribí. Y tendré suerte si es que, en el futuro, algún artista del gremio me invita a salir de nuevo, porque supongo que tendrán miedo de que, si las cosas resultaran mal entre nosotros, lo usaré como inspiración para mi novela subsiguiente.
Lo que ellos no saben es que ya aprendí mi lección: no más escrituras autobiográficas por lo que me queda de vida.
Por otra parte, he intentado contactarme con Tristán –sin éxito– por las vías posibles que tengo a mi alcance: esto es, el correo electrónico, porque me tiene bloqueada de todas sus redes sociales –incluso del Whatsapp–, y preferiría arrancarme la lengua antes de pegarle una llamada.
Han pasado seis semanas desde el lanzamiento de la novela y ya es novedad en las principales librerías. No me haré millonaria con este libro, pero ya tengo ofertas de publicarla con editoriales en México y España. Y eso, señoras y señores, sí que hace la diferencia.
De modo que mi ridículo particular, el de Aleks y el de Tristán cruzarán fronteras. Y todo gracias a moi.
He dado algunas entrevistas en los medios. Incluso una con Coral Herrera, la famosa feminista de divulgación. Pensé que iba a salir muy mal parada, pero, por el contrario, fue una excelente oportunidad para hablar sobre las trampas del amor romántico en las que caemos las mujeres.
Trampas que, por cierto, en muchos sentidos nos resultan mortales.
En cuanto a la vida de Alekséi, sé que su carrera ha continuado sin muchos altibajos. Ustedes saben, él es un tipo de bajo perfil que no se ha metido con nadie. Un problema doméstico como el mío no iba a mermar su reputación, aunque probablemente su novia lo haya dejado. Quién sabe, no he vuelto a hablar con él desde ustedes ya saben cuándo.
La última noticia que tuve sobre Valentina Brochet –porque la estalkeé, por supuesto– es que está haciendo una residencia en Islandia (o Groenlandia, no me acuerdo bien), lo que sugiere que sabiamente ha decidido poner tierra de por medio hasta que todo este asunto de la novela –y la discusión que tuvimos en el lanzamiento y que está subida a YouTube para la posteridad– se calme un poco en lo que, supongo, se prepara para su siguiente exposición.
Sola –pero popular y con prestigio literario– me hallaba en mi casa preparándome a las doce del día una suculenta pasta Alfredo con un filete crispy de pollo, cuando escuché un sonido que hace rato no había oído en mi casa: el timbre.
Supuse que se trataría, probablemente, de la Empresa Eléctrica o del Agua Potable. No se me ocurrió que me visitaría quien estaba detrás de la puerta cuando salí a abrir.
–Hola, Galatea –era Tristán, Dios mío–. ¿Me permites unas palabras?
De haberlo sabido, habría cambiado mi pijama de bolitas por una salida de cama un poco más sexy, pero ya no había nada más que hacer al respecto.
Lo invité a pasar directamente a la cocina porque el almuerzo no podía esperar, y me vi en la obligación de invitarlo a comer conmigo, aunque la verdad es que, después de lo que Alekséi dijo sobre él, había perdido del todo la confianza en mi ahora examigo y expareja.
–Y bien, Tris –dije, poniéndome a lo mío, esto es, mientras fileteaba los muslos de pollo–, ¿qué se te ofrece?
Tristán me miró con ojos de borrego que sabe que se aproxima al cadalso. No era para menos, la confesión que me vino a hacer demandaba de su parte una buena dosis de coraje (y de descaro, ni hablemos).
–Alekséi no mentía cuando te dijo que falta una parte de la historia que no te he contado –dijo Tristán, un tanto cabizbajo–. Y ya viene siendo hora de que la sepas.
No mentiré, mi corazón estuvo a punto de estallar cuando lo dijo. Estuve a punto, también, de rogarle que no me dijera nada, que dejáramos las cosas como estaban por la paz y que almorzáramos juntos –porque hacía rato que extrañaba un comensal– y que luego se fuera por donde había venido.
Pero soy una cotilla de cuidado, y la verdad era que, ni en un millón de años, me iba a quedar con las ganas de conocer un buen chisme de primera mano. De modo que le di luz verde para que me lo contara.
O, mejor dicho, para que me confirmara algo que ya se me venía a la mente.
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Editado: 29.10.2023