Un año después
Todavía conservo esa fotografía. Y la conservo porque la he guardado sistemáticamente en la memoria de todas mis computadoras y discos duros desde el 2011 hasta la fecha. Nos la tomamos en un monumento que se llama El Churo, en el parque de La Alameda, uno de los más grandes de La Capital, aunque no de los más seguros.
Fue unos días después de la conversación que tuvimos, esa en la que yo le invité a visitar, junto conmigo, la Escuela de Bellas Artes de La Capital, para convencer a Alekséi de tomar, de una vez por todas, el camino del artista.
Él y yo teníamos la costumbre de caminar juntos luego de clases. Él me enseñó a andar por lugares a los que nunca hubiera ido sola. De no ser por él, seguiría tomando taxi hasta para ir de una cuadra a otra de la misma calle.
Alekséi Galvés hizo de mí una flâneur. Y me ahorró mucho dinero en transporte público en el proceso.
Pero estoy divagando. Decía que Aleks me llevó ese día a La Alameda. Usualmente nos solíamos quedar en el ala norte del parque, sin aventurarnos mucho hacia el centro, porque no era un lugar que tuviera una buena reputación.
Estoy segura de que, en mi ausencia, Aleks lo recorría con mucha más libertad. No nos adentrábamos en el parque juntos porque él siempre ha querido protegerme. Ahora lo sé y lo entiendo.
Esa mañana de 2011 subimos a aquel monumento. Una construcción en forma de espiral ascendente, en cuya punta se halla una bandera, la bandera de la ciudad. Ahí, en la cima, nos tomamos la única evidencia “física” de nuestra amistad: una foto, una selfie, en aquella época en la que las selfies recién se estaban poniendo de moda. Quizás la única selfie que Aleks se ha tomado en toda la vida.
Nadie tiene noticia de ella, excepto él y yo. Porque nunca la publiqué en redes. Y es muy probable que Aleks se haya olvidado de su existencia.
La tomamos con mi cámara digital y fui yo quien apretó el obturador. Así, mirando hacia arriba y con la cámara apuntando desde el cielo y hacia abajo, Alekséi Galvés y esta servidora se retrataron sonrientes, como los dos postadolescentes que éramos en aquella época, más o menos inocentes y totalmente ignorantes de lo que sería nuestro destino, unos años más allá.
Aleks jamás me pidió esa foto y yo no se la mandé por mi voluntad. Ha sido un tesoro que he guardado para mí. Jamás la he impreso y probablemente nunca lo haré. Pero forma parte de mis archivos permanentes en un folder que lleva su nombre: Alekséi. Y vale aclarar que ese es el único documento que contiene aquella carpeta, por cierto.
Y les cuento esta pequeña anécdota porque se trata del antecedente para lo que se viene. Y que tiene que ver con una noticia que había estado esperando desde que inicié mi carrera como escritora seria.
El mensaje llegó a mi correo y en el asunto decía lo siguiente: Ganadora del Premio Capitalino de Literatura del año en curso. Casi me da un paro cardíaco ahí mismo cuando lo leí, sola y a las nueve de la mañana, luego de mi baño diario y unos minutos antes de prepararme el desayuno.
No esperé ni medio segundo para abrirlo y dar cuenta del cuerpo de correo, que decía:
El Ilustre Municipio de la Ciudad de La Capital felicita a la ESCRITORA Galatea Molinari, por haber resultado GANADORA del XXXVIII Concurso Capitalino a la Excelencia Artística, en la categoría LITERATURA, por su valioso aporte a las letras de nuestra ciudad y su contribución artística para enriquecer el campo cultural de nuestro país.
Ustedes no están para saberlo ni yo para contarlo, pero se trata del galardón más importante que mi ciudad concede a los artistas que, durante el transcurso del año, crearon alguna obra de relevancia que ha tenido un fuerte impacto, tanto de forma local como internacional.
Y eso no es todo. Este galardón no se entrega únicamente a los escritores, sino que también existen otras categorías. Y adivinen quién resultó premiado este año en la categoría de Artes Plásticas.
Adivinaron. Y ahora, precisamente ahora es cuando me quiero morir, porque no he visto a Alekséi en demasiado tiempo y pensaba que, si me cuidaba lo suficiente, no volveríamos a vernos nunca más.
Solo que esta vez nos veremos obligados a hacerlo. Y yo no estoy segura de si lo que siento se trata de felicidad, aprehensión o desasosiego.
Yo diría que una mezcla de las tres, pero no precisamente en la misma escala.
Ahora me corresponde padecer un ataque de ansiedad que se repetirá hasta la náusea, al menos, hasta el día del evento. Y ese evento ocurrirá la próxima semana.
Durante aquellos días me corté el cabello, fui a un spa para hacerme un tratamiento integral completo (rostro, cuello, torso, abdomen, piernas, brazos) que me costó un ojo de la cara y que pagué con la tarjeta de crédito que a su vez pagaré con el dinero del dichoso premio.
Hice lo mismo con mi outfit. Y, mientras recorría Zara, Massimo Dutti, Stradivarius y MNG buscando el conjunto perfecto que apaciguara todas mis inseguridades de cara a Alekséi sentí pena de mí misma, porque estuve segura de algo como por un segundo: que, con una probabilidad que yo podría apostar en una proporción de cien a uno, un tipo como Alekséi no se estaría molestando ni siquiera en hacerse uno de esos cortes de tres dólares con el barbero de la esquina por motivo de la premiación y que, con demasiada certeza, podría adivinar que escogería su ropa de entre lo que tuviera en el clóset ese mismo día, y ni siquiera la plancharía ni nadie me aseguraría de que no la hubiera rescatado del canasto de ropa sucia.
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Editado: 29.10.2023