—Gracias Marisol —siseó viendo a hacia la nada, ella se despidió y lo dejó solo. —Como haré para saber dónde te metes —murmuró y empezó a descartar posibilidades. —Si no tiene familia si está sola y practica la caridad, debe hacer alguna actividad relacionada a... pero como la caridad deja de serlo cuando la pregonas es lógico que no se lo diga a nadie. Eres una cajita de sorpresas, María Paz, me gusta —musitó y una sonrisa se le dibujó.
Esperó a que la asistente apareciera, se quedó encerrado en la oficina pensando y pensando hasta que apareció Lalo y le informó que a su asistente la iba a necesitar por unas horas en los juzgados, que no se molestara con ella, y que si necesitaba algo se lo pidiese a Marisol.
A Daniel no le gustó enterarse que por el resto del día no la vería.
Pero no le quedó de otra continuó cavilando en lo mismo. Contactos tenía, dinero tenía y la predisposición también. Por lo que se dio cuenta de que había vivido envuelto en el quemeimportismo como la mayoría de gente que tenía su mismo estrato social. Comprendiendo que la indiferencia es el peor mal para una sociedad desigual.
—Ayudar a que al menos esa noche pasen con el estómago lleno —se repitió.
«Debería ser política pública que nadie pase hambre, sobre todo los niños» pensó. Y de inmediato se le ocurrió una grandiosa idea que sumado a lo que iba a hacer sería genial.
Siendo las cuatro y media la tarde se preparó para salir volvió a pasar por la misma avenida donde se encontró a aquella niña, pero no la vio, no la encontró dio vueltas la manzana, y se encontró con el mismo panorama y hasta un poco peor.
Un grupo de niños jugaban en la acera sin importarles el frío calcinante de la ciudad, dejó su vehículo en un parqueadero público y empezó a caminar hasta ellos, con cautela los abordó, y es que aquellos niños no le pidieron ninguna moneda por lo que le tocaba a él acercárseles.
—Hola —saludó amigable, ellos lo miraron con desconfianza.
—Hola —respondieron y empezaron a reír, como si él fuera un payaso de circo.
—¿Y sus papás? ¿dónde están? —preguntó cometiendo un error.
—Que le importa —respondió el mayor de aproximadamente trece años, muy enojado. —Vámonos ordenó y los pequeños lo siguieron. Daniel comprendió que algo pasaba y aceleró el pasó.
—Tranquilos no les voy a hacer nada solo quería conversar con ustedes.
—Usted ha de ser de la DINAPEN y a esos no les queremos —gritó aquel niño.
—No —vociferó el abogado—. No soy parte de ellos —avisó.
Comprendió cual era el miedo que el pequeño poseía, según las leyes si la autoridad conoce un caso de abandono los menores son llevados a una casa hogar, pero clasificados por edades, por lo que entendió que él era el hermano mayor y no quería separarse de sus tres hermanos menores.
—Quiero invitarlos a cenar —dijo y ellos se detuvieron, regresaron la mirada y Daniel pudo llegar hasta ellos.
—¿Qué es cenar? —dijo la más pequeña.
—A merendar, a comer algo —explicó.
—¿Y cómo así usted quiere darnos de comer?
—Supongo que aún no lo hacen y quiero... invitarlos.
—Yo si quiero tengo hambre —mencionó la más pequeña halándole de la camiseta al mayor.
—¿No nos va a llevar con los chapas?
—No, claro que no.
—Palabra de hombre —mencionó aun temeroso. La propuesta de comer algo fue una tentación grande que lo hizo ceder. Daniel sonrió y esa alegría que sintió en ese momento no se comparó con nada, estrecharon las manos y lo acompañaron.
—¿Que quieren comer?
—Todo —dijeron saltando los más pequeños.
—Todo no creo que se pueda, pero si avanzas pues todo —aceptó sonriente. —Vamos —dijo y los cinco caminaron tomados de la mano, no los quería alejar mucho de donde los conoció por lo que los metió a un restaurante de comida rápida, los dejó en la mesa y se fue a pedirles hamburguesas, pollo broaster, papas fritas, coca cola y postre.
—¡¿Que hacen aquí?! ¡Salgan! —les decía un mesero del lugar—. No pueden venir y ocupar una mesa, se fueron —ordenó con malicia.
—¿Qué pasa? —dijo Daniel acercándose.
—Nada señor estos —los miró con desprecio—. Niños que ya se iban.
—Ellos son mis invitados y no se van a ningún lado —confesó dejando al mesero sin palabras. —Hice un pedido nos los traes por favor.
—Que sea rápido y bien puesto —ordenó el mayor chasqueando los dedos. A Daniel eso le causó gracia.
Les sirvieron la comida y mientras cenaban o más bien devoraban todo Daniel recababa información.
Tal y como lo había pensado Alexander tenía miedo ser atrapado por las autoridades, no quería separarse de sus hermanos, se los había prometido y por eso ni siquiera pedía ayuda iban de un lugar a otro. Habían escapado de su casa, cuando su madre había sido una víctima más en las manos de un padrastro maltratador. Vivían de las monedas que la gente les daba o de lo que él como mayor ganaba limpiando carros.
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Editado: 18.12.2021