Un día antes
Centro Financiero de Manhattan, Nueva York
— Y con estas cifras cerramos el año, señor Crawford. ¿Tiene alguna pregunta? — el gerente financiero del gran imperio tecnológico, Crawford, le preguntaba al CEO y heredero, Zev Crawford.
El hombre de cabello oscuro y ojos azules como el zafiro levantó su mirada de forma momentánea, negando despacio ante lo preguntado.
Su padre Zachary Crawford, quien siempre esperaba más de su hijo, le miró con el ceño fruncido, ya que para el veterano magnate, un líder siempre debe cuestionar todo y tener la última palabra.
Zev, no preguntó nada más, dando por cerrada la última junta antes de navidad. Su secretaria le pasó la agenda, como siempre, estaba repleta de reuniones, conferencias y cenas de beneficencias.
El empresario tomó la agenda en sus manos y se quedó observándola por varios segundos, sin decir nada.
Tenía treinta y tres años. Era la envidia de todo joven empresario de comienzos de la década.
Perfecto.
Inteligente, ya que se había graduado tres veces, en las universidades más prestigiosas del país y tenía una maestría en gestión empresarial en Harvard.
Ordenado.
Calculador.
Maduro.
Sabio.
Multimillonario.
Su belleza, su forma ronca y sensual de hablar, además del dinero, le habían proporcionado un desfile de mujeres que habían dejado huellas en su cama. Cada una de ellas llevándose un tanto de su alma y alimentando un ego de macho, que solo era un camuflaje a un alma herida.
Se podría decir que lo tenía todo
... pero era muy infeliz.
Salió de la junta después de despedirse de los socios y ejecutivos, entró a su elegante oficina con vistas al río Hudson y la hermosa ciudad de Manhattan.
No tuvo que voltear para saber que era su padre, quien en aquel momento le interrumpía.
— Salir de la junta más importante del año sin ni siquiera preguntar o cuestionar los números, dice mucho del poco liderazgo que tienes — expresó su padre en tono ofensivo.
Zev, no contestó, acostumbrado a aquel trato tan despectivo de su padre hacia él.
Jamás reconocería sus triunfos, ni las duras batallas que había ganado con esfuerzo y dedicación de años.
Era el empresario joven más rico del mundo, según la revista Times, había triplicado las ganancias y el valor en la bolsa del imperio Crawford en el último año, bajo su manejo.
Había inventado, junto a excompañeros de Harvard, un sistema de tecnología único, el cual en pocos meses había cambiado por completo el mundo de las telecomunicaciones a nivel global y que traería gran desarrollo a la industria en los próximos cincuenta años.
Él era un genio, pero para su padre, jamás sería suficiente.
— Un buen judío jamás se larga de una junta sin dar la última palabra, un buen líder brinda una sonrisa, un buen CEO miente si tiene que hacerlo — escupía.
— El imperio Crawford jamás había estado en mejor estado que como ahora, no sé lo que cuestionas — debatió el joven, buscando un poco de licor.
Sacó sus pastillas un tanto tembloroso.
— ¿Todavía te sigues metiendo esas mierdas? — cuestionó irritado, observándolo con desprecio.
Como si su hijo fuera el ser más insignificante sobre la tierra
— Son pastillas para la depresión, padre— le recordó.
El viejo empresario hizo un gesto de despectivo con la mano.
— La maldita depresión no existe, ni la ansiedad, ni los nervios, solo los débiles y llorones recurren a esas excusas para tapar su deficiencia — mencionó, quitándole el bote de pastillas.
Zev se puso muy tenso y trató de respirar.
— Mírame bien — le mostró el bote de pastillas —. Esta porquería no te hará un mejor empresario, solo te hace un idiota que no sabe manejar sus emociones. No quiero, ni deseo, que la presa o la competencia se enteren de que el máximo empresario de Manhattan, se droga para ocultar sus traumas.
– No me drogo padre, las necesito...
El hombre tiró el bote de pastillas al suelo con violencia.
Zev, no volvió hablar.
— Te espero en la cena de navidad de los Rockefeller, hoy presentarán a una de sus hijas a la sociedad y más te vale que la estúpida se enamore de ti. Ya va siento hora que muestres una faceta familiar, la prensa americana ama las familias — su padre agarró el pomo de la puerta y le dió una última mirada.
— No te olvides de los regalos de navidad, recuerda es la mejor época del año — dijo antes de desaparecer.
El hombre alto y musculoso, se agachó a tomar el bote de pastillas.
No lloraba, no lo hacía desde la muerte de su madre en plena navidad hacía quince años.
Pero aquel día todo le sobrecargaba, su dolor, sus miedos, su ansiedad, su depresión. Todo lo que se debía guardar para sí mismo y para su terapeuta.
Sentía la espalda pesada, llevaba fingiendo ser lo que no era por bastante tiempo, pero en una sociedad como aquella, en el mundo al que pertenecía, no estaba permitido mostrar debilidad.
Y decir que se sentía deprimido y triste, sería banquete para las burlas del medio y sus competidores.
Decir que estaba roto y que necesitaba ayuda, sería una sentencia.
Los hombres no lloran.
Los hombres no muestran emociones.
Los hombres no son débiles.
Los hombres no sienten.
¿Cómo carajos, un hombre atractivo, fuerte y poderoso, podía mostrar su dolor sin ser señalado?
Las emociones eran para las mujeres, llorar solo era permitido para sus hermanas, sentir solo era para los tontos.
Estaba harto, estaba solo y estaba triste.
Sí, el hombre que lo tenía todo, estaba vacío por dentro, porque nadie le enseñó a quererse a sí mismo primero, nadie le enseñó a palmearse él mismo su espalda cuando nadie valoraba su esfuerzo.
#161 en Otros
#31 en Relatos cortos
#532 en Novela romántica
bebe inesperado, esperanza superacion musica, navidad amor familia
Editado: 03.01.2024