Dos días después.
El destino, que teje sus hilos a su antojo, consiguió que un hombre solitario y una mujer estéril se encontrarán en un puente, cada uno tenía el firme deseo de terminar con su existencia.
Pero no contaban que la vida juega bajo sus propias reglas, sobre todo en navidad. El llanto de un inocente necesitado, fue el comienzo de un vínculo que iría más allá de lo que ellos mismos jamás esperaría.
Y porque el destino y el clima se confabularon, ahí estaba el pequeño arrugado, durmiendo con la panza llena y feliz, sintiendo la proyección y el calorcito que le brindaba aquellos dos extraños.
Habían hecho el amor tan solo unos minutos atrás, en los últimos días amar sus cuerpos se había convertido en parte de sus rutinas, una necesidad, como beber agua o comer. Cada uno descansaba desnudo sobre las sábanas, mirando hacia el techo.
— No sabía que estaba tan perdido — comentó él.
Ella suspiró, buscando su mano para entrelazarla con la de él.
—Yo tampoco lo supe hasta que firme el divorcio, me quebré totalmente.
Él asintió apretando su mano contra la de él.
—Recordé muchas cosas, promesas, risas, regalos y palabras. Todas de mi madre, ella siempre me decía que fuera feliz, que su mayor deseo era mi felicidad... creo que le he fallado miserablemente.
— No es tu culpa, tu padre ha sido terrible contigo, no merecías nada lo que te hizo, tú merecías amor, cuidados...
Él movió su rostro hacia ella, quedando prendado de su mirada.
— Tengo muchos demonios que curar Lexie, te quiero en mi vida, pero tengo miedo de lastimarte — dirigió su mano hacia la suave mejilla llena de puntitos marrones que tanto le gustaba—. Sé que es apresurado decirlo, pero tenerte así ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Ella sonrió.
— Por momentos tengo miedo, no aprendí a manejar mi vida sentimental de forma sana, me acostumbré a minimizarme, a ponerme al último, tengo miedo de ser yo la insuficiente para ti — ahora fue su turno de tocarlo, él cerró los ojos al sentir la caricia—. Tengo miedo que cuando la tormenta pase esta burbuja se quiebre y esto que hemos vivido en los últimos días, sea solo un espejismo.
Zev, suspiró como quien deja salir la retención de un volcán del dolor. Liberándose.
— Debemos elegirnos — mencionó—. Una vez leí que el amor se nutre de las elecciones que hacemos a diario.
Ella se puso nerviosa.
— ¿Hablas de amor?
— Hablo del amor que podemos construir si elegimos sanar, si elegimos construirlo juntos, no soy un desquiciado Lexie, sé que aún soy un desconocido para ti y tú para mí.
Ella soltó una risita.
—Bueno, se puede decir que nuestros cuerpos se conocen muy bien.
Él la atrajo hacia sí y la besó. Se estaba volviendo adicto a esos besos de esa mujer real, sí porque Lexie era auténtica. Estaba rota, tenía un montón de defectos e inseguridades, pero él quería elegirla a ella.
Ella se dejó hacer, necesitaba que las manos de aquel desconocido roto, mandón, tal vez machista y ansioso, crearán estrellas sobre su piel. Quería elegirlo a él.
Un llantito dulce, como el de un gatito, les interrumpió.
—Supongo que alguien requiere máxima atención— dijo ella.
—¿Qué tal si lo metemos en la cama con nosotros un ratito más y seguimos durmiendo?— inquirió él.
—Me gusta la idea.
Y así lo hicieron, esa mañana durmieron bastante y el arrugadito dormía feliz sobre la espalda de Zev.
— ¡La radio tiene señal!— gritó esa misma tarde, Malcolm.
La familia que los había acogido y ellos disfrutaban de una risa sopa en ese momento.
—Eso es una buena noticia — decía el señor Nicholas.
Lexie se puso tensa, con el bebé en las manos. Zev, pudo notarlo.
— Gracias a Dios, ahora podrían aprovechar y hacer la denuncia del bebé perdido y tal vez llevarlo al hospital a chequearlo, ustedes también necesitan revisión médica — comentó la mujer.
Él, vio como el rostro de Lexie se desencajaba, en el fondo sabía que la pelirroja no quería que le quitaran al pequeño.
En ese momento bebé Noah, como lo había apodado ella, tomó uno de los risos rojos de ella en un puñito, embozando lo que podría verse como una sonrisa.
— Yo debo llamar a mi equipo de seguridad — le mencionó mientras lavaban los platos, ella cabizbaja asintió.
—Entiendo.
El sonido de los villancicos que le cantaba la señora Mary, de despedida al pequeño se escuchaba desde la cocina.
— Lexie...
—No digas nada— le pidió llorosa, para luego mirarlo con ojos tristes —. Se acabó, tú volverás a tu vida de rico en Nueva York, el bebé encontrará a su familia y yo...—trató de respirar —. Yo iré a terapia a sanar.
Él solo atinó abrazarla y llenarla de besos, en su hermoso cabello.
Esa noche la familia hizo un chocolate y todos se pusieron frente a chimenea a disfrutar de los villancicos de navidad. Lexie tenía a bebé Noah en sus brazos, cuando la señora Mary se paró frente a ella con una vela roja de navidad.
—Es tu turno de pedir un deseo, hija. Sé que faltan diez días para navidad aún, pero cada uno de ustedes volverá a sus vidas y tal vez no estemos juntos ese día — la mujer le guiñó un ojo, acercándose a ella. Tomó su mano y le dió la vela—. El deseo más puro y noble de tu corazón se cumplirá en navidad, solo tienes que soplar y tener fe en la magia que crea el nacimiento del niño Jesús sobre la tierra.
Lexie cerró los ojos, pidiendo con el anhelo de su alma.
Zev, salió al porche a observar la noche y sus misterios. Aquellas montañas cubiertas de nieve se veían hermosas, como sacadas de una postal. La vida allí era tan diferente a su caótica vida en Nueva York, sostuvo la vela verde aún encendida que le había dado la señora Mary y la sopló.
Él no era de mucho creer en la magia, pero después de experimentar tantas cosas extraordinarias en los últimos días, se daría un chance para no ser tan incrédulo.
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Editado: 03.01.2024