Una navidad real

Capítulo 3

—Mamá, ¿qué te dije ayer? —le pregunto quitando sus manos de mi cuerpo mientras intenta desnudarme. 

—Hija, no te va a matar ir a conocerlo. Cenas con él y si no congeniáis, pues te despides y regresas a casa. 

—Que no voy. Todas las vacaciones me haces lo mismo. No quiero una cita a ciegas. Si por un casual hay alguien destinado para mí, yo misma lo encontraré. ¡Deja de quitarme el pijama! —le grito harta de sus manos que revolotean como los tentáculos de un pulpo.  

—Anabella, por favor. Te prometo que es la última —me pide con las manos juntas para suplicarme. 

Intento apartar la mirada de ella para que no logre convencerme, pero es demasiado tarde. 

Resoplo con fastidio, me levanto de la cama y me desnudo mientras mi madre elige un vestido de lana gris, un pañuelo negro con pequeñas lentejuelas y un abrigo negro elegante que solo utilizo para las fiestas. 

—Espero que valga la pena o me vas a tener que comprar algo muy grande para los reyes —le advierto mientras me calzo con unas botas de media caña grises. 

—Lo que tú quieras te compro. Corre o llegarás tarde —me apremia con pequeños empujones. 

***

Mi padre para el taxi a un lado de la carretera para que pueda apearme con seguridad después de dejarle un beso en la mejilla y entro en el restaurante donde me espera mi cita. «Qué pesadilla», pienso mientras me encamino hacia la mesa detrás del jefe de sala. 

Un chico rubio se levanta con una sonrisa al verme y nos saludamos con dos besos en la mejilla. 

Me siento enfrente de él, cojo la carta con el menú que nos ofrece el camarero y le echo un leve vistazo. «Madre mía, qué precios», pienso con los ojos abiertos de par en par. 

—Me alegro de que tu madre te haya convencido de venir. Pide lo que quieras, yo invito —me dice con arrogancia, muy probablemente al ver mis ojos desorbitados. 

—¿Crees que no puedo pagarme mi propia comida? —pregunto indignada. 

—No, claro. Eres mi invitada…

—No te preocupes, pagaré mi parte. ¿De qué conoces a mi madre? 

—Es compañera de trabajo de mi madre. Han pensado que podríamos hacer buena pareja juntos —contesta sin apartar sus ojos castaños de mí.

—¿A qué te dedicas? 

—Soy el director de una sucursal bancaria. 

—Un poco joven para ser el director, ¿no? 

—He tenido suerte y me he esforzado por ascender. Sin duda tengo una mejor calidad de vida —una sonrisa arrogante se dibuja en sus labios mientras se recuesta en la silla acolchada. 

—Ya lo veo. Si pretendes impresionarme puedes ahorrarte la saliva. 

—Tenía que intentarlo. 

***

La cena ha estado deliciosa y me ha servido para confirmar mis sospechas: mi cita es un completo imbécil. 

Una sonrisa forzada vuelve a dibujarse en mis labios, le doy el último sorbo al vino blanco de mi copa y suspiro llena de aburrimiento. 

«No puedo más. Me piro», pienso al tiempo que alzo la mano para llamar al camarero y pedirle la cuenta. 

El joven se acerca a la barra y regresa unos segundos después para decir:

—Su cuenta ya está pagada, señora. 

Obvio la última palabra que sale de su boca y parpadeo con perplejidad. Mi acompañante me mira y ambos no tenemos ni idea de lo que está pasando. 

—¿Has pagado ya? —me pregunta él con sorpresa. 

—¿No lo has hecho tú? —contraataco sin comprender nada. Miro al camarero y me encojo de hombros. 

—Ha sido el caballero moreno de la esquina, al lado de la chimenea —responde el joven con un leve movimiento de ojos para señalar hacia el lugar con disimulo.

Mi mirada se dirige hacia el buen samaritano y mis ojos celestes se abren de par en par al reconocer al susodicho. Le dedico una sonrisa con un asentimiento como saludo y él me lo devuelve con un gesto de la mano para que me acerque. 

Mi acompañante se inclina en la mesa para estar más cerca de mí y me susurra:

—¿Lo conoces? 

Respondo con un leve asentimiento sin apartar mis ojos del moreno, me levanto de la silla con todos mis bártulos en las manos y me encamino hacia la chimenea. 

—No era necesario que pagaras la cuenta —le digo a Jean Pierre con una sonrisa tímida. 

—Tómalo como un anticipo —contesta al coger su copa de champán para darle un sorbo sin apartar sus ojos de los míos. 

—¿Anticipo? ¿De qué? 

—Quiero que seas mi guía turística. Tengo solo un día para ver todo lo que valga la pena de esta ciudad. Estoy seguro de que conoces tu ciudad como la palma de tu mano —continúa el hombre con su sonrisa encantadora en sus carnosos labios. 

—Podría hacerte un hueco en mi ajetreada agenda. 

No he podido negarme. Esa sonrisa es hechizante y a mí me ha hechizado desde la primera vez que la sentí recorrer mi cuerpo con un escalofrío. 



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En el texto hay: navidad, amor, realeza

Editado: 29.12.2023

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