La nochebuena y la navidad pasan a toda velocidad mientras mi tiempo está entretenido en hacer que una flecha, al menos, se clave con éxito en el centro de la diana.
No es un cometido fácil si solo tienes dos semanas para la coronación y, más aún, al saber que la gran mayoría de los nobles y monarcas de todo el planeta tendrán sus ojos puestos en mí. La expectativa será mejor que la realidad, sin ninguna duda.
Jean Pierre no se ha movido de mi lado en todas las horas de práctica, pero creo que su presencia me pone más nerviosa que el hecho de saber que la fecha de la coronación se acerca.
Para mi sorpresa, y la de todos, la reina ha presenciado de cerca tres de mis últimas prácticas y se ha reído junto a mis padres y el príncipe cuando la flecha ha volado hasta otro árbol en el que un jardinero estaba trabajando. El proyectil se ha clavado en el tronco con el sombrero de paja del empleado.
—Esto es imposible —gruño con fastidio y enfado.
—Ten paciencia. Esto es igual que cuando le enseñas a tus alumnos escribir o leer. Al principio es un desastre, pero con la práctica lo consiguen —me dice mi padre intentando contener la risa.
—Prepárate, lo haremos a la vez —propone el príncipe al coger su arco del césped.
Ambos nos preparamos con las flechas, respiro hondo, fijo la mirada en mi objetivo y la dejo volar.
Los dos proyectiles planean hasta la diana y dan en el centro a la misma vez.
Una gran sonrisa se dibuja en los labios de todos los presentes y mi confianza regresa con más intensidad.
***
El día de la coronación ha llegado y estoy temblando por los nervios. La hora de lanzar la flecha hacia la llama del amor se acerca a gran velocidad.
—Tranquila, lo conseguiremos juntos —me apoya Jean Pierre mientras esperamos en la biblioteca preparados con los arcos.
Asiento con la cabeza, agarro la mano que me ofrece y salimos hacia el patio hexagonal.
Las dianas han desaparecido de los árboles para dejar paso a un atril de mármol con un enorme cuenco de plata en la cima.
—Tienes que lanzarla un poco más arriba para que caiga en el cuenco, como practicamos —me susurra el chico sin soltar mi mano.
Le dedico una sonrisa, alzo la mirada hacia la corona que descansa en su cabeza y respiro hondo para intentar disipar los nervios.
«Vamos, Anabella. Puedes hacerlo», me alabo mientras preparo la flecha en el arco.
Abro las piernas para tener un mejor agarre al césped, levanto el codo hasta la altura de mis ojos para tensar la cuerda, respiro hondo y escucho la cuenta atrás del rey en un susurro:
—Tres, dos, uno… ¡Suelta!
Las dos flechas vuelan hacia el atril y caen dentro del cuenco, incendiando el carbón de su interior.
Al ver el fuego dejo salir el aire que he estado conteniendo, le dedico una sonrisa a todos los presentes que estallan en un aplauso y Jean Pierre se acerca a mí con su sonrisa seductora.
El rey me agarra de la cintura para pegarme un poco más a su cuerpo y me deja un beso en la boca que hace que mis piernas tiemblen, mi respiración se agite y mi corazón lata a una velocidad de infarto.
—Bien hecho, mi amor —me susurra entre besos.
—No me sueltes o me caeré. Me tiemblan las piernas.
El chico sonríe con la frente pegada a la mía y suelta el arco para cogerme en brazos y llevarme hasta la biblioteca.
Me deja sentada en la mesa de escritorio y cierra los ventanales y las cortinas para tener un poco de intimidad.
Se acerca al minibar de la esquina y sirve dos copas de champán. Me entrega una y brinda conmigo:
—Por mi futura reina.
—Por mi rey.
Le damos un sorbo al líquido burbujeante y enmarca mi rostro con sus manos para dejarme un nuevo beso en los labios que me hace estremecer.