Despierto.
Me cubrí el rostro con el cobertor. Las ganas de dormir seguían ahí. A veces es bastante curioso que, después de sosegarse una noche, al despertar da mucho más sueño que cuando te acuestas. Tener esa seguridad de que al abrir los ojos tu vida será como la de cualquier otra persona, sin embargo, no funciona así en mí. Sentirme privada de la vida, de la felicidad; es lo que normalmente mi mente recuerda.
En ese momento deseé no haber despertado. Me sentía atrapada en una vida en la que tenía que luchar por sobrevivir. Si, sobrevivir de mí misma y eso me hace no hallar la razón del por qué seguía viva, pues no era mi deseo.
Minutos después de haber despertado; pienso en la posibilidad de un día distinto. Quizás salga a correr un rato hasta que me ardan los pulmones —probablemente use como excusa eso para faltar al trabajo—. Tal vez vaya a comprar flores para mi jardín o posiblemente me quede en casa lamentándome por mi vida. Me encogí de hombros. Tantas tonterías pasan por mi cabeza.
Me levanté y abrí la ventana esperando un día soleado. Para mi sorpresa, me encontré con una densa lluvia cayendo al mar. Era tan hermosa la vista que quise quedarme un rato observándola.
Cerré las persianas.
Bajo a la cocina para hacer un poco de té. Mientras tanto, me siento a leer un poco sobre cómo lidiar con las emociones, que según mi psicólogo me ayudará a lidiar con el odio a mí misma; libro que nunca logro terminar, como todos los demás. —Vaya mal hábito tengo—. Decido al fin, sentarme a tomar el té. De manera imprevista se abre una de las ventanas. En el acto, mi correo y algunos libros vuelan por toda la cocina. Para hacerlo más molesto, se derrama el té en mi pijama. —¡Rayos, Rayos! Qué agradable comienzo del día—.
Rápidamente intento cerrarla, antes de que se desordene aún más la cocina. Respiro profundo mientras recojo todo el correo y los libros del piso. De repente, comienzan a temblar los gabinetes de la cocina y otros artefactos. Asustada, me resguardo debajo de la mesa.
Pasando algunos minutos, todo deja de moverse. Lentamente salgo de mi escondite. Miro alrededor de la casa; esperando que no volviera a suceder.
Levanto todo lo que estaba en el suelo.
Enciendo la televisión. Tenía la seguridad de que en las noticias hablarían de lo ocurrido.
El noticiero informaba: “Noticia de última hora, se ha presentado un fuerte sismo de 5,8 en la escala de Richter; tomen su previsiones. Según la organización de sismología éstos seguirán apareciendo en los próximos días.”
Apagué el televisor —tonterías—. Relego totalmente del tema.
No era la frialdad de mi corazón la que me hacía ignorar lo que había escuchado, sino que, a mi parecer, había sismos todos los días.
Termino de acomodar las últimas hojas regadas en la mesa. —¡Qué agotador!—. Noto debajo de ella un sobre color miel. Mi expresión era de sorpresa, ya que en años no recibía cartas de nadie. La tomé… —¡Qué maravilla!—. Sonrío irónicamente.
Con el sobre en mano, caminé hacia el sofá. No podía evitar reírme de tal chiste. —Debe ser mi jefe para hacerme una broma. Sabe que detesto esas cosas— Me siento y lo leo. No había ningún nombre, ni estampillas, ni dirección de un lugar. Solo habían cinco palabras escritas en medio de una hoja blanca y decía: “El Señor te está llamando”. —¡Qué oportuno! ¿Llamándome? ¿El Señor?—. Río a carcajadas.
Lo que más me molesta de las dichosas iglesias o tal vez de ese dios es que usan las emociones de las personas para obtener el dinero que quieren; engañan usando el nombre de un dios inexistente. Aparte de eso, el ser humano, que es tan vulnerable, se vuelve manipulable delante de la persona adecuada.
Esas palabras hicieron latir mi corazón fuertemente. No quería recibir nada de parte de Dios, ni de una iglesia... Eso para mí, no es más que un desperdicio de tiempo; así que rompí la invitación. Mis pensamientos se dirigían solo a ello pues al parecer la persona que me quiso hacer la broma, logró obtener mi atención.
Miré el reloj y me acerqué a la ventana para comprobar si la lluvia se había detenido —¡Rayos! ¡Es tardísimo!—. Decidí ir a ducharme.
Al entrar a la ducha siento una gran tristeza atravesando mi realidad. Me lleva a lugares muy oscuros. Recuerdos sin reconocer que hieren mi alma, dejándola como tierra árida en un desierto. Dentro de la bañera caigo al fondo como una flor desojada; sin esperanza alguna. Mi estado empeora con el pasar del tiempo. Con lágrimas en los ojos; siento lástima de mi misma por no ser capaz de controlarme.
Aún debajo del agua. Los segundos son lentos. Mi respiración se sentía como agujas. Después de aquél accidente, mi vida cambió. Mi mente es un rompecabezas que no he podido armar. No sé quién soy. No sé de dónde vengo; solo puedo recordar una parte de mí que todos los días quiero borrar y siento que me ata.
Eso es lo único que me ha ayudado a sobrevivir a todo esto. Día a día quiero dejarla pero mi cuerpo ha recibido tanto que lo pide a diario. Aún siendo momentáneo, lo necesito. Ése es mi gran disfraz.