Una Noche Como el Día

Capítulo 6: Impactos.

            Estaba entrando en desesperación aunque por fuera me viera tranquilo. Tenía muchas preguntas, pero la que más rondaba en mi cabeza era: ¿Por qué recuerdo lo que sucedió justo ahora?

               No sabía cuál dolía más: la herida en mi brazo o el simple hecho de ignorar a Holy. La mente puede causar estragos en cualquier momento. El hecho de haber bloqueado ese recuerdo me hace pensar que somos efímeros y que nada vale la pena. Por ahora quería estar solo y tratar de encontrar respuestas.

             Salí un momento de la casa. Me sentía agobiado, mis pensamientos controlaban, en ese momento, mis emociones, dejando a un lado mis ganas de estar a su lado. Siempre quise una oportunidad para estar junto a ella; mis miedos aparecieron y me sentí inseguro. Miré el cielo; respiré profundo, era una de las cosas que hacía cuando todo se salía de control. Luego, cerré los ojos.

            Pensé, por un momento, en lo dura que es la vida. Las oportunidades que te ofrece y como nosotros, por miedo, las desperdiciamos. Estar enamorado durante años de una persona y aún, en el fin del mundo, no poder decirle lo que sientes. Me hace pensar que soy un cobarde.

            Abrí los ojos.

            Entré a la casa y fui hasta la habitación. La encuentré en el suelo. Surgió el desespero en mí.

            Tomé su cabeza con gran recelo; gritaba como si por dentro de su cuerpo ardiera fuego.

   —Holy, ¡hey, hey! Aquí estoy, tranquila.

           Estaba ardiendo en fiebre. Me desgarraba escucharla gritar. Sabía que todo tenía que ver con la droga que consumía. La alcé para colocarla en la cama. En ese instante entro en pánico al darme cuenta que no podría hacer algo para ayudarla.

          Había incertidumbre en mí, mis manos temblaban y mi cuerpo sudaba en exceso. A medida que pasaba el tiempo, tenía sintomas diferentes: lloraba por el dolor, su temperatura bajaba, palidecía.

   —Por favor... Una sola dósis... —me rogaba mientras tomaba mi mano.

             Ignoraba su petición, dejándola sufrir. Me dolía y deseaba cargar yo su abstinencia. 

             Pasó un tiempo y aparece otro síntoma. Comenzó a delirar. Balbuceaba palabras sin sentido.

             Tomé sus manos.

   —Estoy aquí para ti, ¿puedes entenderlo? —me acerco y le susurro.

              Luego de dos horas de tortura, logró dormirse. Esa noche fue larga para mí. No dormí; cuidándola.

...

           Amaneció y salí de la casa para tomar aire. Todo estaba gris. No había nubes: el cielo azul que de niño me gustaba ver desapareció. El sol tan brillante ahora solo era una esfera gris con fuertes rayos alrededor.

           Escuché que la puerta de la casa se abrió. Volteo y la encuentro caminando.

   —¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?

   —¿Cuánto tiempo me dormí?

   —Toda la noche.

   —¿Puedo ver tu brazo?

         Rayos, me había olvidado que también estaba lastimado. Había ignorado todo eso. Ella se acerca y toma mi brazo. Con cuidado quita la venda. Nos dimos cuenta que la herida estaba mucho más grave de lo que pensábamos. Holy se sorprende.

   —James, esto está infectado, necesitas ir a un doctor —me dice con preocupación en su rostro.

   —No tenemos tiempo para eso —replico.

   —¿¡Quieres morir!? —insiste.

   —No, pero necesitamos volver por mi hermana. Estoy sumamente preocupado por ella.

   —¿Cómo estás seguro de que tu hermana sigue esperándote?

   —Mi familia siempre me espera.

   —Jamás tuve un sentimiento así; jamás sentí que alguien esperara por mí.

Por un momento pensé en todo el tiempo que la he esperado.

   —Si perdemos más tiempo puede que te corten el brazo.

   —Holy, está bien. Vamos al hospital más cercano pero toma en cuenta que debe estar repleto de gente que necesita más ayuda que yo.

   —¿Acaso eres un súper humano?

   —No, pero sé en quien confió. Todo será como él decida.

   —¿Dios?

   —Sí.

   —¡Hasta cuando dejarás de ser tan estúpido!

La tomé del brazo.

   —Tú estás viva gracias a él. Vive o muere con eso.

              No solo residíamos en un lugar desolado, sino que toda mi confianza se había derrumbado. Todo lo que solía ser, ya no era más; estaba en una lucha por no dejar de confiar en Dios.

             Conforme el tiempo avanzaba, sentía rayos de dolor recorriendo mi cuerpo, provenientes de mi brazo.

                 Emprendimos el viaje caminando en silencio, uno al lado del otro. El sudor recorre nuestro cuerpo. La sed que se acumulaba y el tiempo sin comer, nos hacían más y mas débiles.




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