Una Noche Como el Día

Capítulo 13: Memorias que trascienden el tiempo, Parte II.

          Caminamos por la orilla de la playa tomados de la mano. El tiempo con él era maravilloso. Aprendíamos y compartíamos muchas cosas juntos. Hasta que llegó el momento de despedirme de él. Me acompañó hasta mi casa y nos despedimos, aunque sabíamos que al día siguiente también nos veríamos.

            Había sido el mejor día de mi vida. Me lancé a mi cama y toqué con suavidad el collar que me había regalado. Sonreía ampliamente y sin parar, me sentía feliz.

           En una oportunidad vi a papá sonriendo de esta manera; me afligía verlo triste y solo. Fumando, alejado de todos, mirando el atardecer...

             Recordé el cuaderno de papá. Me levanté y lo busqué en mi morral.

   —Aquí está.

            Me quedé observándolo un instante.

           Me siento en la cama. No estaba bien husmear en su vida pero tenía mucha curiosidad. Quizás podría decir algo sobre ella.

          Abrí el cuaderno; estaba bastante degradado. Hojas descoloridas y algunas rotas por la antigüedad. Leí un poco con la intención de saber por qué papá lo apreciaba tanto; jamás lo veía escribiendo, solo lo tenía junto a él.

Llegué al final del cuaderno.

            Decía:

“Hoy es 02 de noviembre de 1998. Estoy agradecida por lo que me ha pasado. He luchado en contra de este dolor que me consume poco a poco. Qué triste vivir en esta situación. Richard, mi esposo, viene todo los días a verme, sin embargo, desisto de verlo. Mi aspecto ha cambiado. Ya no tengo cabello, ojos casi siempre irritados, he adelgazado lo suficiente como para que mis clavículas se noten. La belleza que alguna vez lo enamoró se ha esfumado. Suele dejarme cartas; las leo y me enamoro más de él. Sin embargo, más me duele darme cuenta que la vida no solo me arrebató la oportunidad de envejecer a su lado, sino también la ganas de estar con mi familia. El amor es doloroso... Aunque fui feliz amándolo. El amor no es como en los cuentos de hadas que siempre les hemos presentado a nuestras hijas. Es triste y solitario a veces; amargo y otras veces dulce. Amar duele; tomar una decisión dolorosa que cambie el destino de una persona es amor, así que decidí entregarte este cuaderno. No me visites. Siempre estuviste para mí... Te amo, Richard, para siempre y mientras respire y mi corazón siga latiendo. Me hiciste feliz. Algún día nos volveremos a ver. Para otras personas puede ser triste nuestra historia de amor. Para mí, fue la más feliz. Hasta siempre, amado mío.

Tuya por siempre, Amanda”.

         No solo leía palabras tristes, sino que imaginé que escuchaba la voz de mamá diciéndolo todo; contándonos su dolor y soledad. Fue su última hoja, sus últimas palabras.

              Decidí no seguir leyendo. Comprendí lo duro que era amar.

         Me quedé despierta toda la noche; leyendo todo el cuaderno... Sí, suelo ser muy cambiante en mis decisiones. Mi corazón se arrugó; pensar en lo duro que habían sido sus vidas juntos y, a la vez, separados. Comprendí su tristeza, el por qué no sonreía tan seguido, y sobretodo sus atardeceres frente al mar.

            Los rayos del sol estaban asomándose por la ventana así que me levanté de la cama y justo en ese momento escuché el carro de papá llegar; había regresado más pronto de lo que esperaba.

...

              Al fin había llegado el día más esperado: Mi cumpleaños.

Corro rápidamente a recibir a papá en la puerta.

   —Hola, Holy.

   —¡Papá! Te extrañé.

Lo abracé como nunca antes lo había hecho.

   —Yo también te extrañé, niña hermosa. ¿Sabes? Tengo un regalo para ti —se arrodilla para contarme.

   —¡Dime! ¡Dime!

   Nos iremos de excursión al rio... Hoy, para celebrar tu cumpleaños.

      Me abalancé sobre él. Estaba muy emocionada y ansiosa por mi regalo. Amaba los bosques, ríos y todo aquello que tenía que ver con el paisaje de mi ciudad.

      No cabían dudas de que sería el mejor día para mí. Estaría junto a mi familia y, sin falta, pasaría mucho tiempo con James.

...

De camino al rio me senté a su lado. Escondidas entre los muebles del carro, nuestras manos se tocaron sutilmente. Me sonrojé y él sonrió.

             Al llegar, corrimos a bañarnos en el rio. No había día mejor. Reímos, jugamos, curioseamos en el bosque... Olvidé toda la tristeza que sentía por lo que había leído acerca de mamá.

            Había llegado la noche y, con ella, la hora de regresar a casa. Recogimos todo y nos preparamos para el camino a la ciudad. Los demás grupos ya se habían ido para cuando nosotros arrancamos. Era muy tarde por la noche.

         Recordábamos lo bueno que había sido el día. Me cantaron cumpleaños de camino a casa; en ese instante no existían palabras para explicar lo que sentía. Mi corazón me decía que estos momentos nunca acabarían en mi vida; que serían recurrentes... Y ese era mi deseo.

...

           En un momento lamentable de distracción, se atraviesa un venado. Salió del un lado de la carretera; estaba demasiado oscuro como para haberlo visto. Veo la escena en cámara lenta, sin embargo, pude discernir que el venado corría hacia nosotros. Papá perdió el control del auto al tratar de esquivarlo y no logró ver lo cerca que estábamos de ese barranco. La caída fue mortal para casi todos...




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