Había algo llamado culpa, algo que tu consciencia obligaba a que te importara. Justo eso pasaba con Amelia y el plan que querían llevar a cabo.
Hernesto me pidió por última vez que fuera a casa de Amelia porque algo inesperado surgió y él y Sophie se retrasarían. Amelia y yo no habíamos terminado oficialmente y después de todo, éramos amigos, ¿verdad?
Decidí decirles a mis padres que iría a dormir en casa de Hernesto. Algunos fines de semana lo hacía, así que no les pareció extraño.
Arreglé una mochila con algo de ropa y lo que necesitara para pasar la noche y salí de la casa a las seis de la tarde.
Llegué a casa de Amelia a las siete y unos minutos. Cuando ella abrió la puerta se quedó petrificada y por unos segundos ambos nos quedamos callados unos segundos y luego ella habló.
-¿Qué haces aquí?
-Somos casi amigos, apoyo moral.
-Estoy esperando a Sophie y a Hernesto.
-Lo sé, pero Hernesto me llamó diciendo que se retrasaría. Yo puedo ayudarte a vigilar mientras tanto.
No me respondió pero abrió más la puerta y se hizo a un lado para dejarme pasar. Una vez dentro caminamos hacia… ¿su oficina? Había computadoras y estantes llenos de libros, además de un escritorio. Cuando llegamos ella se sentó de un lado y yo del otro en el escritorio. Le pregunté por sus padres.
-No están- dijo mientras tecleaba algo en el ordenador.
-Eso significa que estamos solos…
Ella me miró por encima de los lentes.
-Solo hasta que los chicos lleguen y no tardarán mucho.
La sala se quedó en silencio. Un silencio incómodo. Si no podía llevarme bien con ella, entonces seguiría siendo hostil.