La Unión Suprema ya era un país próspero. Los humanos sobrevivientes caminaron y embarcaron hacia el continente del sur: Sesatero.
Llegaron a él gracias a Naturo, un ente que, antes de desaparecer, les dejó a los humanos la manera de llegar a este lugar en el planeta.
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En el pasado, Sesatero era un continente cubierto totalmente de hielo. Con el paso de los milenios, el cambio climático fue calentando el continente hasta revelar lo que había debajo de kilómetros de nieve. La tierra blanca ocultaba enormes reservas minerales, pero sin duda alguna lo que más llamó la atención de los humanos fue: el petróleo. Ese recurso se había agotado hace siglos en los continentes donde antes vivía la humanidad, muchísimo antes de que la Gran Guerra Santa haya estallado. Ya para cuando surgió ese masivo conflicto, la humanidad estaba acostumbrada a utilizar la energía del sol, del viento y los océanos, así como otras fuentes que no contaminaban la atmósfera en lo absoluto. Era normal sorprenderse después de ver algo que ya no se usaba hace muchísimos años.
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Iniciaba un nuevo día. Los ciudadanos de la Unión Suprema se preparaban para sus jornadas. Las personas caminaban de un lugar a otro, cruzándose con vecinos, compañeros, amigos y familiares. Las calles eran muy amplias para los escasos vehículos que transitaban. A las personas les gustaba desplazarse a pie, a caballo o en bicicleta. Usaban vehículos motorizados solo para viajes extensos, urgencias y emergencias.
Entre las personas que caminaban por una de las avenidas, se encontraba Sayo. Caminaba hacia su escuela en su primer día como estudiante de nivel superior. Vestía un par de zapatos negros con bordes dorados y una camisa de botones color vino. Además de un abrigo negro que casi les llegaba a sus tobillos. Traía consigo una mochila gris.
A mitad del camino escuchó gritos proviniendo de una tienda de frutas. Dos mujeres armadas amenazaban al dueño del local, exigiendo que les dieran el dinero que tenía guardado.
— ¡Danos todo el dinero! — exclamó una de las asaltantes mientras la segunda apuntaba con el arma a los clientes, vigilando que ninguna quisiera hacerse el héroe o llamara a la policía.
Sayo veía todo desde una prudente distancia. Metió su mano derecha en el bolsillo de su abrigo, el cual comenzó a brillar tenuemente por unos segundos. Unas avispas salieron del bolsillo, trepando por el abrigo y luego desplegaron sus alas. Comenzaron a volar directamente hacia la tienda que estaba siendo asaltada.
— ¡Te daré todo lo que tengo, pero por favor baja el arma! — Suplicaba el dueño.
— ¡Date prisa idiota! — Gritaba la ladrona.
Las avispas consiguieron entrar a la tienda sin alertar a nadie. Todo el mundo estaba tan concentrado en las dos tipas que ignoraban todo lo demás. Los insectos aterrizaron en los cuellos de las ladronas y en un instante las aguijonearon para luego retirarse del lugar. Volaron de regreso al bolsillo del abrigo de Sayo, quien seguía viendo de pie los acontecimientos. De un momento a otro, las dos cayeron inconscientes. Quizá por la adrenalina, no se dieron cuenta que habían sido inyectadas con un poderoso tranquilizante. Las avispas hicieron un buen trabajo. Dejaré que la policía haga el resto. Pensó Sayo, luego continuó su marcha hacia la escuela.
Tras unos minutos de caminata, llegó a la entrada de. La escuela tenía un terreno bastante grande. Tres edificios que rodeaban el centro, que estaba cubierto de pasto. Muchos jóvenes entraban con las mismas ropas que él, después de todo lo que traía puesto era el uniforme de la universidad.
— ¡Sayo! — Escuchaba a lo lejos. Era el grito de otro estudiante de nuevo ingreso. Se trataba de Magno, su mejor amigo —. Me alegra que te hayan admitido — dijo con una sonrisa —. Y lo mejor de todo es que estamos en el mismo grupo. Podremos trabajar juntos en la realización de nuestro proyecto de robótica.
— También me alegra volver a ser tu compañero — respondió —. La feria de proyectos será en dos meses así que tenemos tiempo de sobra para comprar los materiales que necesitaremos.
— ¿Tienes los planos? — Preguntó Magno. Sayo respondió su pregunta sacando una carpeta de su mochila, mostrándole los planos que contenía. Revelaba, entre otras cosas, la creación de un robot de cuerpo completo. Su diseño recordaba a un vaquero, tenía un sombrero como tal, un pañuelo cubriendo la mitad de la cara, y dos botas con 5 púas en la parte trasera. En adicción, el robot iba a estar equipado con dos escopetas recortadas.
— Magno ¿estás seguro que las escopetas no funcionan?
— No tienes de que preocuparte. Mi bisabuelo las usó durante la Gran Guerra Santa. Cuando se quedó sin munición, las usó como bates y estropeó el mecanismo de disparo. Nadie de mi familia las arregló así que hasta el día de hoy no pueden disparar nada.
— Muy bien, pero de todas formas tendremos que tapar los cañones. Solo nos haría falta un par de fundas para guardarlas. No quiero alarmar a las autoridades el día de la feria.
Editado: 25.01.2019