Una vez en el exterior, se detuvo frente al barandal y observó el entorno, podía decirse que todo estaba igual que siempre, aunque, por supuesto, nada era lo mismo… su hermano ya no estaba. No había más bromas ni carcajadas, tampoco noches de cine en casa. Ella no tenía más días de alegría, ni siquiera sentía esperanza por el futuro. Todo había desparecido.
Johann salió del restaurante un par de minutos después. Ubicó a Elsie parada sobre el pórtico y con pasos lentos se dirigió hacia ella. Mientras caminaba analizó brevemente la apariencia de la chica, no podía negar que le había gustado como se le veía ese vestido corto de color azul marino, ni tampoco era capaz de negar que adoraba verla usar el cabello suelto, su melena rubia lucía mejor cuando la liberaba de aquella coleta alta que llevaba todo el tiempo.
—Lo lamento —dijo Johann mientras se colocaba justo a un lado de ella—. No es mi intención molestarte. Créeme que todo lo que hago es con buena voluntad; te invité a venir aquí porque deseaba que hoy hiciéramos algo distinto a lo de siempre.
«Hoy es tu cumpleaños», pensó él, sin ser capaz de decirlo en voz alta pues Elsie se comportaba como si ese día no fuera especial.
—No me molestas, es solo que pienso que es muy raro estar contigo. Tú y yo somos un par de desconocidos, ¿no lo sientes así? ¿No te parece extraño convivir conmigo, cuando antes ni siquiera me hablabas?
Johann negó con un suave movimiento de cabeza.
—No, no pienso lo mismo; digo, nosotros tenemos años de conocernos. —Él se mostró ofendido, luego preguntó—. Disculpa, ¿cómo es eso de que antes no te hablaba? ¡Dios! Eres la hermanita de mi mejor amigo, hemos charlado cientos de veces...
Elsie sintió un pinchazo en el corazón:
«La hermanita de mi mejor amigo», eso había dicho Johann y verdaderamente no sabía si sentirse especial u ofenderse con tremenda frase. Recién había cumplido veinticinco años, estaba muy lejos de ser una pequeña... ¿Era así como Johann la veía? ¡Con razón la trataba como tal! Además, ¿a quién intentaba engañar? Él jamás se detuvo a hablar con ella, los saludos y despedidas no se consideraban charlas, ¿o sí? Menos mal que había dejado de interesarle lo que sucediera entre ambos, porque si aún estuviera esperanzada en su amor platónico de la adolescencia, sería la mujer más patética del mundo.
—Llévame a casa, por favor —pidió la joven, alejándose del pórtico para poder bajar los escalones y dirigirse hacia el automóvil de Johann.
—Sí, claro, pero primero iremos a otro lugar —avisó, llamando la atención de la chica.
—¿Cómo? ¿A dónde? —preguntó Elsie, deteniendo sus pasos.
—Espera y lo verás —respondió Johann, invitándola a seguir caminando.
Elsie no comprendía. Anteriormente no habían hablado de ir a otro sitio. Se sintió algo incómoda, porque lo único que deseaba hacer era alejarse de él y regresar a la seguridad de su hogar. Todo el tiempo estuvo rogando que la reunión concluyera, ¿y ahora él la invitaba a otro sitio? «¡Vaya suerte!», pensó ella con enfado. Aun así, continuó caminando hasta detenerse frente a la puerta del copiloto del automóvil y aguardó paciente a que Johann quitara los seguros. Para su sorpresa, Lord Casanova estaba dispuesto a seguir haciendo gala de su caballerosidad y se acercó servicialmente para, él mismo, abrirle la puerta.
—Por Dios, Wilder… cualquier persona que vea tu cara pensará que estoy secuestrándote —bromeó Johann sin poder ocultar lo divertido que le resultaba el comportamiento de la muchacha.
—Pues eso es lo que estás haciendo, jamás me dijiste que iríamos a otro lugar —replicó Elsie subiendo al auto.
Por algunos segundos, ella pudo escuchar la «odiosa» risa de Johann resonando en sus oídos, después, él cerró la puerta y rodeó el vehículo para unírsele.
—Si te hubiera dicho que iríamos a otro sitio, entonces no sería una sorpresa.
—Fletcher, no me gustan las sorpresas, eso ya deberías saberlo.
Johann no respondió, en lugar de eso, encendió el auto y maniobró para salir del cajón de estacionamiento. Guardó silencio en todo el camino, concentrándose en su tarea de conducir. Elsie, por su parte, observó con interés la ruta que estaban siguiendo. Al inicio no comprendía hacia dónde se dirigían, mas, cuando reconoció el área, su corazón latió acelerado, hacía mucho tiempo que no visitaba esa parte de la ciudad.
Water Street era uno de los sitios más concurridos pues era allí en donde se encontraban las galerías de arte. Port Townsend era un lugar mítico, no solo por ser una hermosa joya victoriana a la orilla del mar, su misticismo también radicaba en que era una ciudad llena de artistas. Después graduarse de la licenciatura en Artes, Elsie tuvo el firme propósito de exponer sus obras en alguna de las galerías, sin embargo, las cosas no salieron como ella esperaba, pues nadie aceptó darle la oportunidad de mostrar su trabajo. El desánimo hizo que dejara de lado aquel anhelo y, entonces, dedicó su tiempo a atender el negocio que heredó de sus abuelos. Después de todo, una tienda de recuerdos en un lugar altamente turístico: «era como sacarse la lotería», eso había dicho su madre.
Violet era una mujer bastante peculiar, ella había vivido gran parte de su vida en esa mágica ciudad, no obstante, eso no fue suficiente para que le tuviera cariño al lugar. Desde muy joven hizo su vida en Seattle y despreciaba el hecho de vivir alejada de la comodidad de la gran metrópoli. No quiso hacerse cargo del negocio, por lo que dejó todo en manos de Elsie.
«Pintar es tu don y puedo entenderlo, pero, querida, si no comercializas tu arte no podrás tener una vida; piensa en tu futuro, atiende el negocio y quédate con parte de las ganancias».
—No entiendo, ¿qué es lo que estamos haciendo aquí? —cuestionó Elsie, olvidándose de aquel consejo de su madre, mismo que había estado siguiendo al pie de la letra.
Johann buscó un sitio para estacionarse y, una vez que lo encontró, contestó: