Johann sirvió dos vasos con whisky, uno para él y otro para Elsie.
Si su madre lo viera haciendo eso le daría un fuerte coscorrón, pues ella creía que ofrecerle un trago a una dama era algo indigno de un caballero, ¿qué podía decir Johann al respecto? La verdad era que no halló una manera más adecuada para sobrellevar la tensión que, tanto Elsie como él, estaban sintiendo en esos momentos. A pesar de lo poco ortodoxa que resultaba su idea, un trago de whisky les vendría bien a los dos, no solo les tranquilizaría, sino también les armaría de valor para lo que estaba por venir.
—¿Qué pretendes hacer, Fletcher? ¿Emborracharme? —preguntó la joven Wilder, tomando el vaso entre sus manos.
—Hmm... Eso suena tentador, seguro que sería entretenido verte borracha —bromeó Johann, haciendo una pausa para beber el contenido de su vaso—, pero mantén la calma, porque esa no es mi intención. Solo quiero que te sientas mejor.
—Pues esto no me hará sentir mejor —respondió Elsie haciendo un gesto de desagrado—. ¡Sabe horrible!
Johann rio sin poder evitarlo.
—¿Es la primera vez que bebes whisky?
—Debo parecerte un bicho raro, porque a mi edad todos beben por gusto. —Elsie volvió a beber y admitió—. Pero puedo decirte con certeza que yo no soy fan del alcohol.
—¿Y qué hace esta botella aquí?
—Christopher debió traerla, o quizá fuiste tú —dijo ella, recordando que ellos hacían reuniones en ese lugar. Después de que su abuela murió la casa se quedó sola y Christopher la ocupaba casi todos los fines de semana.
—¿Yo? —Él negó, fingiendo estar sorprendido—. Siempre piensas mal de mí, Wilder —recriminó Johann y Elsie, elevando una ceja, cuestionó:
—Y... ¿por qué será?
—No tengo la menor idea. —Johann tomó el celular de Elsie y lo agitó frente a ella—. Está bien, basta de charla. Ha llegado la hora de que respondas el mensaje de Ben.
La chica, instantáneamente, negó con un leve movimiento de cabeza.
—Casi es medianoche en Manhattan, seguro está descansando o quizá ya está dormido —señaló convencida de que no era un buen momento para escribirle.
—Solo vas a enviar un mensaje, no estarás llamando una y otra vez hasta despertarlo. Wilder, aquí no hay lugar para las dudas, si quieres que exista un cambio en tu vida necesitas iniciarlo hoy mismo.
—¿Quién rayos eres, Fletcher? ¿Un coach de vida? —le preguntó, observándolo con enfado.
—Sí, algo por el estilo. La verdad es que tengo demasiadas cualidades, señorita Wilder —contestó él, con ese gesto engreído e insoportable que años atrás a Elsie le pareció atractivo.
Ella ignoró aquel comentario porque estaba segura de que él tenía razón. Definitivamente, Lord Casanova era lo que cualquiera definiría como: un «estuche de monerías».
—Ni siquiera he leído la carta, ni tampoco he visto de que se trata el famoso regalo.
—Sabes leer, ¿no? —cuestionó Johann, entregándole la misiva—. Y estoy muy seguro de que también sabes abrir otros sobres, ¡diablos, Wilder! ¡Solo hazlo y deja de poner pretextos!
La joven tomó ambos sobres entre sus manos. Decidió abrir el pequeño, pues era el que contenía la carta. No sabía qué esperar de eso y estaba realmente nerviosa por leer lo que su padre escribió en ese mensaje. Existió un acercamiento con él porque Christopher insistió, pese a ello, todo volvió a ser igual después del funeral. El señor Benedict Wilder y ella no habían vuelto a platicar.
Quizá no era nada. Tal vez era una simple felicitación.
Sintiéndose más tranquila, Elsie sacó la carta y extendió el papel. Tenía años sin ver la letra de su padre y no supo cuánto la extrañaba, hasta ese momento, cuando volvió a verla.
Mi querida Elsie:
Sé que este no es el tipo de mensaje que suelo enviarte, sin embargo, me parece que la ocasión amerita que te escriba esta carta. Los jóvenes como tú no acostumbran este medio de comunicación, pero a mí me parece algo más cálido y personal.
¿En serio han pasado veinticinco años desde la primera vez que te sostuve en mis brazos? Dios santo, ¡apenas puedo creerlo! Recuerdo ese momento como si hubiera sido ayer. Lo atesoro en mi memoria como uno de los mejores instantes que he vivido.
Al contrario de Chris, tú decidiste nacer mucho antes de la fecha pactada. Imagina, habíamos decidido ir de visita a Port Townsend y, de pronto, en plena carretera, Violet me anunció que se le había roto la fuente. Decir que recuerdo cada instante del trayecto al hospital sería mentirte, porque mi mente borró todo lo que vivimos para llegar a ese sitio. Lo que sí recuerdo perfectamente es el enorme alivio que sentí al ver a tu madre siendo asistida por el médico y las enfermeras. Fue como si alguien me ayudara a cargar el peso que estaba sosteniendo sobre mis hombros.
«Ellas estarán bien…», era lo único que pensaba sosteniendo en mis brazos a Chris en la sala de espera.
Tu nacimiento fue rápido, apenas permitiste que llegaran tus abuelos y que yo pudiera entrar con tu madre para estar al momento en el que llegaras al mundo. Pesaste tres kilos, con quinientos gramos y llorabas tan fuerte que te escuchaste hasta la sala de espera. Chris y tus abuelos supieron que ya habías nacido porque te oyeron. Tu hermano fue el niño más feliz. Tengo grabado su rostro cuando te vio por primera vez... estaba tan emocionado que no podía dejar de verte. Te amo desde el primer momento, al igual que todos nosotros.
Sé que me estoy extendiendo demasiado, pero quería compartir ese recuerdo contigo, porque también te pertenece.
Hija mía, soy consciente de que nuestra relación no ha sido la mejor desde que Violet y yo nos divorciamos. Mi situación laboral no ayudó a que estuviera cerca de ti ni de tu hermano. Perseguir mi sueño profesional y obtener el empleo que me permitiera proveerles fue lo más complicado. Me alejó de ustedes y cuando quise recupéralos ya era demasiado tarde; Chris y tú habían crecido, no me necesitaban más. Tengo la culpa de todo ese rencor que sientes por mí, porque no supe cómo manejar la situación. Debí insistir una y otra vez hasta que tú me perdonaras, pero no lo hice. Pese a mi tonta manera de comportarme, quiero que sepas que en ningún momento he dejado de amarte, eres parte de mí y te voy a amar toda la vida.