Una nueva perspectiva

3. Agradable compañía

Andrés llega al banco donde se va a sentar y, mientras juega nerviosamente con la botella de jugo en sus manos, pronuncia torpemente sus primeras palabras a la encantadora chica:

—Em... disculpa, ¿puedo sentarme aquí?

Ella, con una expresión amable, contesta afirmativamente.

Ahora falta lo más difícil: tener un pretexto para presentarse y sostener una conversación. Está claro que tiene que hablar del libro. Andrés nota que la portada del libro le es familiar, lo cual confirma cuando lee el título: El Hobbit. Afortunadamente, es un título conocido para Andrés, que ha visto un par de películas de la saga de El Señor de los Anillos, así que tiene la mesa servida para iniciar una charla con un tema de conversación. Abre la botella y apenas empieza a beber siente una agradable sensación de frescura en medio del calor inclemente, mientras está atento a que la chica se tome un descanso de su lectura para hablarle sin ser inoportuno. Debe estar preparado.

Un par de minutos más tarde, la chica hace una pausa en su lectura, bajando el libro y alzando la mirada para descansar la vista. Es el momento.

—Mmm... oye —dice tímidamente Andrés.
—¿Sí? —responde la chica, que se turba levemente por el inesperado llamado, pero rápidamente recupera su expresión serena.
—Estás leyendo a Tolkien, ¿Verdad?
—Sí, la verdad es que me encanta. ¿Lo conoces?
—He visto las películas, así que tengo planeado empezar a leer sus libros.

La conversación sobre el libro prosigue durante un par de minutos, hasta que Andrés decide dar el siguiente paso en pos de conocer a la chica.

—¿Cómo te llamas?

Ella parece entusiasmada con el interés de Andrés en conocerla y, dibujando una leve sonrisa en su rostro, responde:

—Me llamo Laura, encantada.
—Yo me llamo Andrés. Estudio Ingeniería Informática.
—Yo estudio Psicología. Estoy en quinto semestre, ¿y tú?
—Estoy en séptimo semestre.

«Qué raro», pensó Andrés, que se extraña de no haber visto nunca antes a esta chica por el campus aun cuando ella es alumna de la universidad desde hace más de dos años.

Siguen hablando por unos minutos más sobre asuntos del estudio. Andrés todavía está nervioso a pesar de la amabilidad de la chica. Laura le comenta que es de un pueblo ubicado a unas tres horas de la capital, y que vive en una residencia universitaria con su hermana Camila. A medida que la conversación empieza a agotarse y consciente de que ha interrumpido a la chica, Andrés considera prudente retirarse por el momento. Tampoco considera oportuno pedirle su número de teléfono; acaba de conocerla hace pocos minutos y no quiere echarlo todo a perder. Al fin y al cabo, ya sabe en qué facultad estudia y dónde puede encontrarla. Habiendo cumplido la misión del día, se despide amablemente de Laura, la cual le devuelve la despedida con una sonrisa espontánea.

De camino a casa, la ventana del autobús refleja una sonrisa de satisfacción. Algo ha cambiado en su semblante y no lo puede disimular. Durante el recorrido, Andrés piensa en cuáles van a ser sus próximos movimientos. Debe ser paciente y no ir demasiado rápido, de lo contrario podría estropearlo todo.

Andrés sabe que el siguiente paso debe esperar al menos un par de días. Las facultades de Psicología y de Ingeniería no están muy distantes entre sí, de manera que puede pasar tiempo en la zona verde ubicada detrás del edificio de Psicología sin que Laura sospeche que la está buscando a ella. También decide que el viernes almorzará en la cafetería ubicada a unos pasos del edificio de Psicología, pero que no se sentará en la mesa de Laura en caso de encontrarla, ya que aún es demasiado pronto. El próximo encuentro debe parecer fortuito, como lo fue el primero.

Andrés está en la fila de la cafetería y, dando un vistazo general, nota inmediatamente el brillo metálico del aro de una rueda. Es Laura, que está sentada en una mesa cerca a la puerta de salida acompañada de otras dos chicas. Una de ellas es rubia y de piel clara; la otra chica tiene el cabello castaño oscuro y piel morena. Una vez recibe el filete de pescado con papas fritas y arroz, Andrés se traslada con la bandeja en sus manos a una mesa lejos de la puerta de salida. No quiere que Laura note su presencia: aún no es el momento. Afortunadamente, Laura está de espaldas a él, de modo que puede pasar desapercibido.




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