En un pueblo rural, un hombre, un campesino habitaba en una casa poco ostentosa. Era un hombre viejo que vivía con su esposa y cuyos hijos ahora eran hombres y mujeres de ciudad.
A pesar de que sus hijos les pasaban dinero, pues un buen padre y madre se merecen el apoyo de sus hijos, hombre y mujer no dejaban su trabajo en el campo, cultivando vegetales en el terreno de su propiedad. También criaban animales. No tenían muchos, pero era lo suficiente para dos personas.
Cierta mañana, el campesino estaba dando una vuelta por su terreno, montado sobre su burro, uno viejo, pero leal y fuerte.
Y de la nada, el suelo bajo de ellos cedió. Sin darse cuenta, el hombre pasó sobre un antiguo pozo que había sido mal tapado por él mismo.
Ambos, hombre y animal, se habían dado un terrible golpe. Debido a sus heridas y a su edad, el viejo hombre no era capaz de subir escalando la pared del pozo, sin contar que podía derrumbarse en cualquier momento.
Las horas pasaron. Pronto, la mañana se fue, la tarde se fue, y la noche llegó. El hombre ya estaba afónico de tanto gritar por ayuda, sin contar los golpes de la caída, el hambre y la sed; ya no era el joven que era antes. Conocía la ubicación del pozo, está bastante lejos de la casa, pero hacía tanto que no pasaba por allí que se le olvidó.
La mañana del segundo día llegó. El hombre casi no pudo dormir. Su garganta estaba dura, no podía seguir gritando, pero de todas maneras hizo el esfuerzo. Sin embargo, sus cuerdas vocales no daban ya para más, si contar lo débil que se sentía.
Entonces, ocurrió algo que él no se esperaba. Su leal burro empezó a rebuznar con fuerza, mucha fuerza. Tenía que taparse los oídos con cada rebuzno que el burro emitía y que cada vez parecía ser más fuerte.
No podía creerlo. Algo insólito. Era casi como si el animal entendiera que él estaba cansado para seguir gritando por auxilio. También le parecía extraño que ahora fuese que se pusiera agitado y desesperado.
¿Acaso sabía que su dueño podía conseguir ayuda, y por eso estaba calmado? Pero viendo que su dueño ahora no estaba en condiciones, ¿decidió hacerlo él?
Sea como sea, el viejo hombre estaba atónito.
Cerca de una hora después, se escuchó agitación y voces desde arriba. Al alzar la cabeza, vio como varias personas se asomaban. Habían escuchado los quejidos del animal.
Desde la noche anterior, su esposa reunió a sus amigos y gente del pueblo, y empezaron la búsqueda de su esposo.
De inmediato, empezaron a trabajar para sacarlo. Con cuerdas y una vieja escalera que apenas alcanzaba hasta el fondo, sacaron al hombre, quien se había dado un fuerte golpe en la espalda, varias magulladuras, raspones, y una torcedura de tobillo.
Recostado a un lado del pozo, acompañado por su mujer, el campesino esperaba a que sacaran a su fiel burro del pozo.
Pero su rostro se frunció cuando sus amigos le dijeron que no era posible. El burro era grande, estaba casi atorado. Era imposible sacarlo con cuerdas, y para más, también se había torcido un tobillo.
El campesino exigió que debían sacar al burro. Pero hasta él sabía que era una tarea muy complicada.
Fue entonces cuando uno de los hombres propuso una idea: enterrar al animal.
Según él, el animal era viejo. Con esa torcedura de tobillo, no podría jalar peso como antes, ya no sería de utilidad. Además de que debían sellar ese antiguo pozo o de lo contrario alguien más, o él mismo, podría volver a caer.
El campesino se negó rotundamente, alegando que el animal le había salvado la vida. Por desgracia, la noticia del accidente llegó a oídos del alcalde, quien se presentó y estuvo durante el rescate.
Viendo como estaban las cosas, el alcalde ordenó que enterraran al burro y sellaran el pozo, pues no había más que hacer; ni siquiera tenían una pistola a la mano para darle muerte rápida al animal y luego enterrarlo sin problemas.
En poco tiempo consiguieron varias palas, y en contra de la voluntad del dueño, quien se opuso en todo momento, empezaron a tapar el pozo. El burro, al ver lo que estaba ocurriendo, empezó a rebuznar con fuerza. Tenía miedo. Sabía lo que pasaría y empezaba a desesperarse.
El campesino se sentía muy mal al escuchar los llamados de auxilio del animal. Si no estuviese tan débil y herido, él mismo detendría tal atrocidad.
Sin embargo, de la nada, hubo silencio. Por alguna razón el burro dejó de rebuznar. Así mismo, los hombres dejaron de echar tierra por un breve momento, pero no se detuvieron, continuaron. Igual, el animal permanecía en silencio.
El hombre, consumido por la intriga, con ayuda de su mujer, consiguió asomarse al pozo.
De inmediato quedó sin palabras, con ojos abiertos de par en par al ver lo que acontecía allá abajo.
Cada vez que los hombres aventaban tierra sobre el animal, el burro se la sacudía y se subía sobre el montón de tierra que se formaba bajo de él.
Todos estaban boquiabiertos, no podían creerlo. Incluso el alcalde estaba que no caía en sí mismo ante la fantástica hazaña del viejo animal.
Pala tras pala, el pozo empezó a llenarse de tierra, y conforme se la sacudía, el burro subía sobre la tierra bajo de él. A veces la tierra bajo de él cedía y el animal se hundía, pero con esfuerzo y voluntad volvía a salir y subir.
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Editado: 02.09.2023