Ángeles
(Escocia – Edimburgo)
Septiembre de 1800.
Casi un mes después...
Lady Ángeles Baltodonado, por fin veía de lo lejos las frondosas, y prósperas tierras de Escocia.
Después de navegar por casi un mes en contra de su voluntad, porque cómo era bien sabido le tenía pánico al mar, y prefería no subirse a esa bestia llamada barco, que en cualquier momento podría partirse en dos, teniendo un final para nada bonito o romántico como el de sus libros, aunque esta había sido una excepción que ella no aceptó con agrado.
Nada más habían hecho las paradas requeridas para descansar cuando bajaron de la embarcación, y que los caballos también concibieran lo propio, ya que se encontraban a un par de días de las tierras de sus parientes.
Se sentía nostálgica por abandonar a su padre tan lejos, y más seguido de la fuerte discusión que tuvieron, originándola la orden de arrojar todas sus prendas a la basura, y dejarle como reemplazo un ajuar completo dos tallas más pequeñas, o quizás tres de la que usualmente utilizaba.
El lado positivo es que la abasteció con lo necesario para cada vestido, incluyendo la ropa interior, cosa que hizo que se ruborizase de solo pensar que su padre sabía esas pequeñas intimidades de su persona.
Lo único que realmente lamentaba es hacer aquel desperdicio, cuando se hubiera podido regalar aquellas indumentarias que ya no usaría a las personas que trabajaban con ellos, o a los pobres que vivían a los alrededores.
Cuando su progenitor se lo proponía era un ogro de cuento.
...
Para esos momentos se hallaba enfurruñada en el asiento del mobiliario bufando, y renegando por lo bajo de cosas que ya no les veía sentido, pero que la hacían sentirse un poco mejor con su persona, mientras su doncella descansaba.
«Me veo como un palo escondido entre este vestido»
«Bien me podrían confundir con una sombrilla, cerrada, claro está»
Suspiró con pesadez, pero no por eso se privó de percibir los prados verdosos, y florecidos de las tierras de su familia materna.
Un espectáculo que sus orbes estaban agradeciendo, al solo haber presenciado por semanas kilómetros incalculables de agua.
Sacó la cabeza como pudo por la ventanilla, para estimar en su totalidad el aroma a campo que tanto le encantaba.
Dejo ir su mente.
Soñando despierta.
Se vio disfrutando de los prados, recostada sobre un pedazo de tela y la espalda apoyada en un árbol, para que las ramas de este le hiciesen sombra; mientras leía un buen libro de literatura romántica.
También imaginó los intercambios verbales con su tío, de argumentos interesantes como lo era la política, entre otros temas igual, que como lo hacían en las misivas que compartían, con la ventaja de que obtendría una respuesta inmediata, tornándose más fascinante.
Era de las pocas damas que no disfrutaba de debates sobre el clima, o de cuan caliente e indicado estuvo el té para las pastas que se degustaban en ese momento.
Algo tan banal, y sin sentido que la aburria a tal punto de casi provocar un bostezo de su parte en aquellas reuniones.
Tenía gustos peculiares con tan sólo diecinueve años.
Eso se lo adjudicaba a que había sido criada por un hombre, y aunque tuvo infinidad de institutrices, estas no pudieron sustraerle, la idea de la cabeza, de ser más que un florero de adorno, porque formarse como un ser pensante era uno de los tantos propósitos que tenía en su existencia.
Yacer de florero solo se le daba en los salones de baile.
No por su belleza enmarcada, si no por su fealdad acentuada.
—¡Honoria, Honoria, estamos por llegar! — emitió inyectada de energía nueva, a la vez que zarandeaba un poco a su doncella y única amiga— ¡Despierta! — hizo un puchero que se tornó adorable, pero nadie en esos momentos lo veía.
La aludida se movió con disgusto para seguir en la tarea de descansar.
—¿Señorita, se encuentra bien? — interrogó a su ama, abriendo uno de sus ojos al ver que no cesaría en sus esfuerzos por advertirla despierta.
Ángeles asintió fervorosamente, enseñándole sus dientes en una sonrisa que hace mucho no vislumbraba.
No pudo retener un bufido, pues gracias a la confianza que esta le otorgó, gozaba de ciertas libertades.
» ¿Entonces porque me despierta, si sabe que no pasamos la mejor de las noches? — inquirió un poco ofuscada, bajo el escrutinio de otra persona desubicada, pero para la pelirroja de ojos bicolor era su medio de entretención.
Le causó mucha gracia que estuviera en sus días malos.
—Estamos por llegar— soltó con obviedad regresando a la silla—, y pese a que estas ropas me quitan movilidad, y el barco me dejó un mal sabor de boca...— hizo una mueca al recordar las veces que había devuelto el estómago por no sentirse en tierra firme— el alucinante paisaje me hace olvidar todas mis penurias— su mágica sonrisa regreso—. Así que cambia de humor, y respira este aire tan puro como ameno— ultimó respingando su nariz aguileña.
Para hacer énfasis en sus palabras, llenándose de un poco de vitalidad.
Cerró los ojos disfrutando de la paz, colmándose de la magnanimidad de las nuevas tierras.
De las cuales se sentía más que enamorada.
Por otra parte, Honoria no sabía porque su ama no veía lo bueno de cambiar de vestimenta.
Los nuevos modelos que le ordenó el Marqués le sentaban de maravilla.
Principiando por ese que tapaba su desnudez, de un color azul cielo, el cual le hacía resaltar su piel cremosa llena de pecas, y acentuar la tonalidad de su cabello, aquel que brillaba con luz propia denotando los matices adecuados.
Su cuerpo, aunque poco curvilíneo, se enmarcaba resaltando las partes específicas para que se percibiera más atractiva hacia el ojo externó.
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Editado: 22.04.2023