Ángeles
¿Cómo se pestañeaba?
Qué alguien se apiadará de su entidad, y le indicará siquiera como se respiraba.
Lady Ángeles Baltodonado, con solo ver aquellos dos pedazos de zafiros, se le olvidó hasta como se llamaba.
El corazón se le aceleró, la respiración se le entrecortó y de seguro en cualquier momento caería, si no fuera porque algo que le brindaba calor sobre su cintura la mantenía en pie, provocando el peor escándalo de su vida.
Ella no fue la primera en poner distancia, aunque cuanto lo hubiera deseado.
Después de saberse reconocida disculpándose por su torpeza, tampoco se recompuso primero, ya que este fue el que carraspeó para que saliera de su seguido mutismo involuntario, recordando la razón de haber huido del salón, con la excusa de dirigirse al tocador a refrescarse, pero como siempre nada le salía bien.
De todos los hombres del recinto se tenía que chocar con su Excelencia, Lord petimetre estirado.
—Le aconsejo que para la próxima se fije por dónde camina chiquilla— no supo si fue por recordarle que le llegaba de milagro al pecho, o porque le parecía una infanta, pero el tono en que implementó a la par de la frase, le conmemoró el por qué le repelía como la peste con solo haberlo avistado una solitaria vez— ¿Le comieron la lengua los ratones? — prosiguió al percatarse que no tenía intenciones de iniciar una conversación bastante innecesaria—. Porque de ser así déjeme decirle que es una magnífica noticia, pues por lo que recuerdo la primera y última vez que nos distinguimos, los delirios de dama liberal no le quedaban Lady Baltodonado— la paciencia inexistente que poseía estando a su lado, la hizo envararse para contraatacar.
—Lamento expresarle su Gracia...— inició seguida de poner distancia entre ellos, que remarcó con un carraspeo— que para su infortunio mi órgano está más que bien— trató de sonar lo más serena posible, aunque su cuerpo no lo estaba, congratulándose para sus adentros al obtenerlo—. Lo que no le han comunicado, pero me tomare la molestia de ser yo la que derrame mi propio concertado, es que me reservo el derecho de dedicarle un poco de mis palabras y tiempo solo a entidades, que a mi punto de vista son gratas al igual que merecedoras de tal virtud— vio como el gran Lord se tensionaba al instante por su exposición, que con seguridad le hirió el ego—. Y como habrá podido notarlo soy demasiado selectiva— culminó dedicándole una inclinación más que educada, y delicada despidiéndose de este no sin antes dar su estocada final—. Que pase una excelente velada Lord Rothesay, y como siempre nunca es un placer verle.
Se retiró triunfante con la frente en alto.
Dejando a los espectadores de dicho enfrentamiento, con la impresión de que solo era una conversación formal, aunque eso no los frenaría para hacer conjeturas, entre tanto ella se flagelaba por dejarse provocar.
Olvidando así que le debía una disculpa, que comprobó que claramente no se merecía, dimitiendo la imposición de su tía.
Ni estando desquiciada le otorgaría el triunfo a aquel cavernícola.
No obstante, también apreció que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no echarse a llorar como una chiquilla delante de todo el mundo.
Evaluaba el pecho comprimido, la garganta cerrada y los ojos llorosos ardiéndole, no entendiendo a ciencia cierta si por las palabras de aquel, o sencillamente toda su entidad a cabalidad.
No podían advertirle de ese modo.
Levantaría rumores, pero sobre todo alertaría a su tía, siendo lo que menos le apetecía.
Así que optó por tomar un poco de aire, dirigiéndose al primer balcón solitario que encontró.
La noche era fresca, haciéndose recomendable estar dentro para la comodidad y salud del receptor, pero no le importó, quizás el frio le quitaría el acaloramiento que aquellos ojos provocaron en sus entrañas.
Dejándole un sofoco casi imposible de anular.
Toda su entidad.
La sonrisa de superioridad.
Su voz ronca y gruesa con aquel acento que le embotaba la razón, haciendo que latiese animoso su órgano vital, retumbando en su tórax, de forma anormal.
—¡Cuánto le odio! — bufó molesta, como si eso resolviera que se apreciaba desconocida, haciendo ademanes nada propios de una señorita de su clase.
Como resoplar, en conjunto al zapateo.
—Aseveraciones bastante contundentes, si me permite recalcarle Milady— respingó en su lugar al apreciarse abordaba de improvisto por una voz gruesa algo intimidante—. Al igual que no comprendo cómo puede repudiar a una persona con la que solo ha obtenido un par de palabras— ahora se notaba más su acento remarcado que identifico como francés, consiguiendo que con su última apreciación voltease para encararlo sin dilación.
¿Qué hacía ese hombre persiguiéndole? Quizás solo fuese una coincidencia, pero si resultara ser el caso ¿Porque la abordaba en un lugar solitario y de paso oscuro?
¿Qué pretendía?
Si la descubrían con aquel individuo seria su ruina social, y el monasterio una opción más que recomendable.
Observó para sus costados ubicando una escapatoria.
A lo que este solo respondió cruzándose de brazos con un gesto burlón en los labios.
» No se alerte que solo pretendo conocerle con una plática amena—patrañas—. Perjudicarle no está en mis planes— esbozó en tono socarrón logrando que se estremeciese, buscando una salida con más presteza.
Trató de escabullirse, y huir de aquel ser que ni siquiera se había tomado la molestia de presentarse como correspondía, y cuando por fin valoró no tener ningún plan aparte de correr, intentó pasar por su costado, pero sintió que la tomaban del brazo con delicadeza, aunque de forma contundente impidiéndole volver a donde debería de estar.
Con su carabina aguantando críticas y miradas de desprecio.
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Editado: 22.04.2023