Duncan
Montrose Palace.
Lugar donde se llevaría a cabo uno de los eventos más esperados de la temporada.
Duncan MacGregor arribó a la residencia que alojaba a su prometida con su madre colgando del brazo, la cual había pasado una hora entera reprochándole los daños de sus esculturas preciadas y destruido sus pinturas amadas, entre otras cosas que rememorarlas le hacían doler las entendederas.
Lady Violet era un carácter la mayor parte del tiempo agradable, y en extremo cariñosa, aunque últimamente se mostraba un tanto hostil con su retoño, dado que se había enterado de que la amante que mantuvo hasta esa época ocupaba sus pensamientos, llegando al punto de querer hacerla su mujer sin importar que fuese una fulana.
Asegurándole con esa simple acción, de que aquella dama de dudosa reputación le había robado el buen juicio a su vástago.
Pero se quitaba el nombre si dejaba que le arrebatara lo que tanto le costó mantener, entre esas cosas una de las más importantes, y era que su hijo continuara alzándose con el título, que tanto cultivó desempeñándolo a la perfección.
Lo único que pretendía era que su vástago tuviera todo lo que siempre se mereció, ni más ni menos, y esa mujer no cumplía con ninguna de las expectativas.
Haciendo ante sus ojos a Ángeles, la señorita indicada y la única que para sus entendederas pudiese arrebatarle esa ensoñación, convirtiendo el actuar del corazón en algo lógico y real.
Porque para su entidad también era trascendental el sentir, no por nada Donald seguía habitando su corazón a más de dos décadas de su deceso.
Cuanto extrañaba a ese pelirrojo huraño que le robaba el juicio.
...
—Espero te comportes como todo un caballero con tu prometida— reafirmó la advertencia pegándole disimuladamente en el brazo con el abanico que portaba por si las personas en la estancia llegaban a sofocarle—. Ángeles es una muchacha muy dulce, que no merece tu comportamiento hostil.
La miró de reojo con los ojos entrecerrados, ya que no sabía que entre ellas ya existiera tal confianza.
Sin contar con que continuaba tensándose al escucharle nombrar, por el simple hecho de que la escena que presenció no salía de su cerebro.
» Y deja de mirarme de esa manera muchacho de los infiernos, si no quieres que te de unos cuantos golpes por zopenco— su madre cuando quería no era más que un dolor de cabeza, que le hacía zumbar hasta los oídos.
La Duquesa viuda de Rothesay, era una mujer entrada en años muy bien conservada pese a que en su cabello rubio se avistaban algunas canas, y usaba solo el negro en su vestimenta, pero no por eso dejaba de proyectar la dama atractiva que dejaba sin aliento a muchos hombres cuando hizo su debut.
Después de la muerte del gran amor de su vida recibió muchas propuestas de matrimonio, pero las rechazó todas, ya que su corazón solo pertenecía a su único amor y algún día se reuniría con este para seguir con lo que dejaron inconcluso con su partida.
Sus ojos azules destilaban un magnetismo que ponían hasta al más joven a suspirar, y su andar de reina ocasionaba que las matronas les prodigaran todo menos gentileza y cariño.
Ya que no existía un punto medio, porque su madre iba a los extremos, no por nada era tan intima de la Condesa viuda de Portland.
—Lady Violet— la jovial Catalina que se ubicaba en la entrada enfundada en un vestido de muselina terracota con toques dorados, acentuando el color de cabello y ojos, salió a su encuentro—. Lord Rothesay— a él lo saludó un poco más seria, con recelo y el en el fondo quizás supiera la razón, aunque poco le importó—. Mi sobrina esta próxima a hacer acto de presencia— afirmó antes de siquiera darle tiempo a mencionarle.
Nuevamente su faz le paso por los ojos como un manto que lo estaba atontando.
—¡Muero por verla! — exclamó su madre rebosante de alegría, confundiéndolo más—. Es el vivo retrato de Aine— hasta se le quebró la voz—. Nuestra pequeña— sintió aún más curiosidad, pero no intervino en la conversación, ya que la hermana de la difunta asentía atrapando la mano de su madre para consolarse, y darse un par de palabras más de remembranza.
Un momento incomodo que ocasionó que buscara con la mirada a Montrose, o cualquier otro de sus amigos que lo habían sacado casi a rastras de su casa para servirle de distracción, y escapatoria momentánea.
—Es una lástima que mi hermana no pueda ver en lo que se ha convertido la pequeña por la cual dio hasta la vida— observó como de reojo la Duquesa de Montrose apartaba una lagrima rebelde de su rostro, al igual que su progenitora con semblante abatido.
—Es una muchacha estupenda— aceptó Violet—. En los ojos se le nota el espíritu indomable y puro del ser que la trajo al mundo— antes de que el pudiera meterse en la conversación, y saciar un poco su curiosidad apareció el Marqués de Priego, en compañía del Duque de Montrose que, aprovechando la intromisión, haciendo los saludos respectivos se apartó del grupo de las damas, retirándose con los caballeros por una copa al salón destinado para los juegos esa noche, pese a que lo más probable es que no tuviesen un intercambio muy ameno dada las circunstancias, y los pasados encuentros.
—MacGregor cuida tus pasos con mi sobrina, o serás expuesto al escarnio público de la peor manera— ya se lo esperaba.
Las amenazas de Montrose se hacían realidad, y pese a que eran muy amigos Lady Ángeles Baltodonado resultaba un tema que tratar con el gigante escoces de las tierras de Montrose, demasiado delicado por no decir suicida.
—¡Montrose! — advirtió Jusepe metiéndose en la guerra de miradas que se estaba desatando, antes de que llamaran la atención, puesto que Duncan no se dejaría intimidar tan fácilmente—. No es el lugar indicado para intentar rescatar el honor de mi hija— le pasó una copa al susodicho, para después extenderle una a Duncan—. Y si alguno de los dos hace algo para poner su nombre en entredicho, la guerra que se desató entre estas tierras, y las mías será una nimiedad comparada con mi furia.
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Editado: 22.04.2023