Ángeles
Para Lady Ángeles Baltodonado, ejecutar una pieza de baile con un buen danzante era de las cosas que más disfrutaba.
Se dejaba llevar como si fuera una pluma al viento, cerraba los ojos y se transportaba a las historias de los libros que leía, en donde el gallardo caballero le reclamaba una danza a la mujer que lo había encandilado aquella noche, y de la cual se prendaba en el trascurso de la sonata, que arrojaba como resultado un enamoramiento, y el felices por siempre tan anhelado por su entidad.
Con la mirada brillante, los suspiros acompasados, y la corriente que surgía en los dos cuerpos asegurándole con más vehemencia que era el correcto, el indicando para su existir.
...
Había deseado por tanto tiempo que le pasara aquello.
Nadie sabía en realidad cuanto ansió su presentación en sociedad, pese a que sabía que sería un completo fracaso.
Desde que su padre la llevó a una de las recepciones que realizaba un pariente cercano en Barcelona, que fue donde conoció a la hija de su difunta tía Enriqueta.
Lady Luisa de Borja, hija del Conde de Belalcázar y la mujer más correcta con la que se había topado hasta el momento.
Ella también pasó por lo mismo al no tener la belleza ideal que se requería, y trató de hacerle comprender que podría poseer lo que quisiera si no se dejaba absorber por las frivolidades de personas, que ni siquiera velaban por su bienestar.
Hasta la trató de animarle para que se hiciera al soltero más codiciado de la sala.
Lord Horacio de Carvajal, futuro Duque de Abrantes, haciéndola ruborizar y negar puesto que este nunca estaría a su alcance, ya que solo portaba ojos para su familiar.
Algo que no le incomodó, ya que, llegados al caso, aunque atractivo portaba una esencia que no le terminaba de encajar.
Como su persona, que sencillamente no pudo seguir al pie de la letra su recomendación, ya que le hacía falta el espíritu que a esa mujer le sobraba.
Intimidaba solo con pisar el lugar, la mirada que lanzaba sin proponérselo resultaba aniquiladora, pero sobre todo su manera de hablar resaltaba determinante.
En cambio, ella... se empequeñeció la primera vez que le llamaron monstruosidad.
Se dejó afectar con palabras vacías que le calaron demasiado hondo.
Simplemente permitió que barrieran el suelo con ella, porque no agradaba a la visión, como si eso fuese un requerimiento para estar en sociedad.
Quizás lo era, pero se sentía tan incorrecto que defenderse no fue su elección, porque no podía hacer lo mismo a sabiendas de que los seres a su alrededor eran volubles.
¿Pero quién pensaba en ella?
Nadie.
...
Regresó sus pensamientos al presente, rememorando que era la primera vez que giraba con una hombre joven y apuesto con el que se sentía a gusto.
Pues desde que fue presentada en sociedad con la única persona que danzaba era con su progenitor, y en una oportunidad también se sumó un amigo de este, que cabía destacar, era demasiado mayor para siquiera tomarlo en cuenta como ideal de príncipe encantador.
Limitándose a soñar con los ojos abiertos que era solicitada por el más apuesto caballero de la noche, y que al verla no le importaría su físico si no que se enamoraría de lo que en realidad representaba, mirándola con los ojos brillantes enlagunados de adoración, y jurándole amor eterno se enfrascarían en una vida llena de dicha, colmada de momentos dignos de plasmar en papel.
A su vez no pudo evitar que lo mismo le pasara desde que piso Londres, y no por falta de parejas de baile, pues por raro que pareciese en ese lugar la aceptaban, y hasta se peleaban de manera banal por un poco de su atención, no obstante, no sentía aquello que tanto deseaba.
O si... solo que... le ocurría con una persona en particular.
La misma que la estaba haciendo flotar.
Consiguiendo que pareciese que estuviese bailando aquella danza del amor, que no tenía sonido en específico, porque el compás de sus respiraciones y el palpitar del corazón era la sonata que los dejaría extasiados de sentir embriagador.
De eso que se profesa cuando la persona correcta entrelaza su mano a la tuya, y una corriente eléctrica pasa por todo tu cuerpo logrando estremecerte, hurtándote la respiración y aunque no parezca nada acorde con lo que ocurre en tu interior, las ganas de huir se hacen presentes por la mezcla de sensaciones nuevas, que se tornan entre placenteras a la par de atemorizantes.
...
Para sorpresa de ella, o reafirmación que no la hacía menos aterradora, con la única persona que lo había percibido era con su Gracia Lord Duncan MacGregor, Duque de Rothesay.
Ese Highland que no se apartaba de su mente, y conseguía que su corazón bombeara con fuerza hasta que sus costillas dolieran, provocando que sus pulmones rogaran por un poco de aire vital.
Mas cuando el gigante rubio con aquel final tan inesperado, tanto para los presentes como para ella, consiguiese que todo en su interior se volviera un caos.
Que estallase.
Que en su totalidad colapsase, sin poder retenerlo por más tiempo.
Detonó provocándole algo asociado con el miedo más apabullante, que ni en sus sueños más terroríficos experimentó.
Tiritó.
El vacío en su estómago se tornó molesto produciéndole ganas de devolver lo ingerido, el encuentro de sus miradas la estremeció a tal punto que vibró inconteniblemente en sus brazos haciéndolo demasiado notorio para su persona, y el rosar de sus labios le descontroló las ideas calentándole las entrañas.
Sencillamente tanto sentimiento en conjunto la abrumó en sobremanera, y no pudo aparentar que nada ocurría, separándose de manera torpe.
Mirándolo con incredulidad.
Sin importarle que más de cincuenta pares de ojos la vieran alterada por la cercanía de su prometido, que se hallaba como en un letargo, siendo más rápida que él, procedió a agarrar su falda para salir corriendo, apartándose lo suficiente de su presencia, intentado así, aniquilar las sensaciones que tanto habían hecho mella en su interior.
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Editado: 22.04.2023