Duncan
(Stirling- Escocia)
Una semana después...
Duncan MacGregor, Duque de Rothesay en sus treinta y cinco años de vida, hasta el momento nunca había estado en una situación tan bochornosa como la que vivió ese día.
Le hubiera encantado que fuese una pesadilla.
Esa que quedo atrás con la semana que llevaban residiendo en el domicilio que portaba en el centro de Escocia, no siendo precisamente el campo abierto que tanto disfrutaba, pero lo bastante reconfortante para poner en orden sus ideas sin dejarse guiar por la calentura del momento.
Una que cada vez que gozaba de la compañía de su mujer se hacía más insostenible.
Como una tortura, que no comprendía como sobrellevar sin decir algo impropio que los pusiera incomodos.
Por eso en ese tiempo había optado por no compartir demasiado con ella, la cual le miraba cada que se topaban en una estancia, de una forma que no sabía descifrar, pero que lo ponía a tragar grueso, esquivándole como si fuese un chiquillo atolondrado en frente de la primera mujer que ha tenido el poder de llamar su atención.
Exhaló con fuerza, dejando las cuentas de lado, para recostarse en la silla mirando hacia el cielo del estudio, enfocándose en la araña que colgaba de este admirando como el viento la movía, sacándole un sonido peculiar, embelesándolo en el proceso.
Con la chimenea encendida, dándole calidez a la habitación.
Esa residencia a la que aún no le había colocado un nombre, era su espacio personal.
Un refugio, en el que podía sentirse el, hallando una paz que no concebía en ningún lugar.
La había adquirido tiempo después de que recibiese los requerimientos para hacerse a la que sería su pareja de vida, no estando ligada al título, solo a él.
No habiendo llevado a nadie hasta el momento a excepción de su mujer.
Una que seguramente estaría en campo abierto disfrutando del clima templado.
De ese frio que calaba en los huesos, pero que cuando choca en la faz adormece los agobios.
Un espacio que le hubiese encantado compartir con ella si no fuese porque tenerla cerca, aun continuaba sin poder procesar al entero lo que le hacía sentir, porque no le provocaba específicamente rechazo.
Muestra de eso, que pasar por su puerta sin abordarla en las noches le parecía una tarea titánica, que cumplía como el mejor de los soldados.
Respetando su espacio, sin mencionarle nada de una consumación que continuaba sin concretarse.
No por falta de ganas, si no de señales.
Porque podría tomarla como un cavernícola, pero anhelaba que fuese menos mecánico.
Consensuado por ambas partes.
Que se disfrutase de forma similar.
No por mera obligación.
Pues ya la posición no estaba en discusión.
...
Salió de sus cavilaciones cuando unos toques dubitativos en la puerta resonaron por el lugar.
Miró la entrada enarcando una ceja esperando que se reafirmaran para comprender si eran reales, cosa por la cual no tuvo que esperar porque sucedió al instante concediendo un siga sin siquiera erguirse.
Aunque no esperaba a la persona que invadió la estancia, y con su presencia cada una de sus entendederas.
Se irguió como pudo, mirándole sin parpadear.
Examinándole sin poderse contener.
Es que se veía...
Sencillamente preciosa con su cabello ondulado, casi al completo suelto llegándole hasta el inicio de las caderas.
Portando un vestido pese al frio común fresco, de un color verde asemejándose al campo que tanto disfrutaba.
Su piel cremosa viéndose rosácea.
Sus labios más rojos, en combinación con sus mejillas encendidas y mirada brillante que intentaba rehuirle al verse en extremo observada por su entidad.
Se aclaró la voz cuando aprecio que sus pensamientos estaban yendo por caminos poco recomendables, si no le apetecía que saliese despavorida.
—En que puedo ayudarle Milady— exclamó intentado ser cortes.
Invitándola a sentarse, pero está llenó sus mejillas de aire y con las manos en puño y el cuerpo en completa tensión se aproximó' al escritorio que los separaba, con el ceño fruncido entrecerrando los ojos, observándolo de una manera que lo desconcertó.
—Me resulta curioso su cuestionamiento Milord, cuando tengo que ser yo la que venga a abordarlo para tener una plática medianamente decente con usted, ya que fue precisamente su persona quien me obligó a embarcarme en este supuesto viaje de bodas— alzó las cejas sorprendido por su agresividad—. Buenas tardes su Excelencia, para usted también— el sarcasmo en su máximo esplendor—. Porque de dónde vengo, aunque no sea de su agrado nos enseñan algo que se llaman modales.
—Sugiero que se tranquilice Milady— trató de calmarle sin éxito, puesto que estrelló una de las palmas de su mano contra la madera, ocasionando un sonido seco.
Veía venir una pataleta.
—Y yo le aconsejó que me llame por mi nombre, porque somos marido y mujer, por lo menos ante los ojos del mundo, aparte de que odio los formalismos.
Intentó reprimir una sonrisa al verla tan fuera de sí.
Es que se distinguía adorable intentado imponerse.
—Ángeles— se corrigió viendo como suspiraba con alivio—. Como le manifesté, lograría entender su comportamiento si tiene la amabilidad de explicármelo.
La admiró tomar una bocanada de aire intentando hablar sin éxito, para después negar dándole la espalda, queriendo retirarse.
Consiguiendo que se apurara para interceptarla, no dándole espacio a huir.
—Apártese Excelencia que...
—Duncan— lo miró sin comprender—. Me llamo Duncan, por si se le olvido.
Se cruzó de brazos enfurruñada, zapateando como una niña consentida.
—¿Sera que podría apartarse? — inquirió entre dientes—. No quería incordiar, solo no pensé antes de actuar— explicó mordiéndose el labio, ahora agobiada—. Solo necesito un paseo antes de que se oscurezca y...— frenó su perorara con un suspiro audible— por eso le indico, que por favor me deje pasar.
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Editado: 22.04.2023