Ángeles
Ángeles no podía creer lo que estaba escuchando.
Tras esas semanas, en las que pensó que se habían conocido, aunque fuere un poco.
Cosa que lastimosamente no ocurrió, porque ahí estaban teniendo esa conversación.
Mirándose como dos completos desconocidos.
Porque ese no era el hombre con el que llevaba conviviendo por semanas.
Le resultaba igual de desconocido, que el que había divisado en la entrada de esa residencia, dándose mimos con la que en vez de su querida parecía más bien su mujer. Cuando lo cierto es que estaba casado, pero con otra y no le daba siquiera su lugar, resguardándose para por lo menos respetarle.
Y ahora... ahora debía escuchar ese reclamo, del mismo sínico que no le daba la valía que le correspondía.
¡Qué cara dura tenía ese hombre!
Miró al cielo implorando paciencia, o en su defecto fuerza porque estaba por desbordarse, y no pretendía demostrarle lo que le estaba provocando por decir fuerte y claro que portaba un amante, siendo nada menos que su primo.
Con el cual, si bien era cierto que, a las espaldas del rubio, solo conversaron y esa exposición no fue para nada amena, como para que si quiera se avistase como una reunión romántica clandestina.
Porque si lo decía de esa forma era que había presenciado el intercambio. Aunque por lo visto con sordera, siendo lo único que explicaría, que saliera con esa sarta de falacias que resquebrajaban su integridad.
Sin considerar el momento que tuvo que sortear, al no comprender la mejor manera de declinar de nuevo la propuesta de su primo.
Mas portando demasiada información por procesar.
En la imagen que apreció de él con otra mujer, dándole los mimos que intentaba prodigarle a su ser.
No sabiendo tras eso, como manejar las emociones, y en como la asfixia llegaba a sus pulmones cuando sentía el pecho apretado, mientras algo el su interior se rompía dolorosamente.
Por eso es por lo que en otro momento lo que le resultaría un reclamo más que valedero por la omisión de información, ahora le parecía en extremo absurdo.
Cosa que provocó que sus caóticas emociones desertaran de su cuerpo en forma de ira irrefrenable.
Se sentía insultada y humillada.
No lo merecía.
—¿Con que derecho te atreves a denigrarme de esa manera levantándome falsos? —esta vez supo soltarse de su agarre, ya que para ese momento la rabia habitaba su cuerpo.
Sin importarle que eso dejase un moretón, el cual dolería por la presión ejercida.
Siendo nimiedades en aquella situación.
» Cuando eres el primero en faltar a la palabra que, según portas, afectándome con tus acciones, sin importar ser visto con tu amante— lo observó titubear por un segundo.
Como si esa revelación le afectase, pero al parecer no resultó de esa manera porque regresó a su pose de Highland troglodita, ya que su rostro se denotaba con frustración, a la par de desazón.
—Déjate de reproches y hacerte la agraviada, porque si resaltas mi falta es porque la tuya es igual de reprobatoria— ni pensar que tenía la esperanza de que se excusara.
Había esperado demasiado apelando a la máscara que le demostró para echársela al bolsillo.
» ¿O me vas a negar que desde que te enteraste de que nos uniríamos de por vida no has tenido la intención de huir? — eso era en un inicio—. Así que el ingenuo de Stewart resulta ser una vía fácil para conseguir tu objetivo, cuando es notorio que bebe los vientos por ti, que curiosamente resultas ser mi mujer— gruñó eso ultimo acercándose mientras ella retrocedía, porque su cercanía le afectaba y en esos momentos odiaba ser presa de sus encantos.
Esos que la ponían a suspirar y soñar despierta.
—Para efectuar mi cometido no necesito de artimañas Excelencia— dijo su grado en la sociedad con repulsión—. Tampoco de palabras falsas disfrazadas de cortesía, porque soy honesta y si hubiese querido hacerme a un amante serías el primero en saberlo, puesto que también mi reputación está en riesgo— le dolía el pecho—. No soy de tu calaña— le picaban los ojos—. No caigo tan bajo— le tembló la voz—. No ilusiono cuando sé que no puedo ni me apetece cumplir— tragó grueso intentando que las ganas de llorar desapareciesen.
—No te atrevas a mentirme en mis narices— ya no se escuchaba tan firme.
Su mirada ya no era de desprecio.
Ya no juzgaba.
Solo le analizaba.
—Te di a escoger Duncan— se relamió los labios—. Fuiste el que tomó la decisión— para ese momento no le importaba que las personas se estuvieran percatando de su discusión tan acalorada.
De como temblaba refrenando los sollozos.
De como su esposo intentaba tocarle sin éxito.
» En ningún momento me di prioridad, intentando que entendieses que lo haríamos a tu manera— inhaló para no verse más ridícula—. Así como también pudiste tomarme desde el primer momento apelando a tu derecho, si no estabas seguro de la pureza de tu esposa— de nuevo vino a su mente como besaba a la pelirroja—. Debiste hacerlo esa misma noche, pero preferiste hacerme creer que en eso yo tenía el control, porque se haría bajo mis requerimientos, cuando lo cierto es que tu amante no tiene comparación a la mujer que hay en tu día a día, y que seguramente te causa aversión— esta vez intentó llegar a ella, pero se lo impidió.
Puso las manos en su pecho frenando el avance, cuando se sintió absorbida por su presencia.
» No me culpes por no ser lo que precisas cuando tuviste todo el poder de elección— dos gruesas lagrimas bañaron sus mejillas, sin poder contenerlas.
Lo miró a los ojos con más vehemencia, puesto que anhelaba que se enterase del daño que le causó.
No por inspirar lastima, sino porque sería la primera y única vez que la vería así por él.
» Así como si crees que otro logró lo que tú, agradece que no pasaste el suplicio de tener que acostarte con una mujer, que lo único que le puede causar a un hombre es repulsión— el sollozo que ya no pudo aguantar irrumpió en su garganta.
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Editado: 22.04.2023