Ángeles
Dejar de rememorar la equivocación de la noche anterior para Ángeles, fue imposible.
El beso, las caricias incorrectas. que por un instante la hicieron sentir a gusto en medio de todo lo negativo que estaba experimentando.
Utilizando a una persona alterna para dañar, cuando el caso no era inmiscuir a más entidades en un asunto, que ni siquiera sabía cómo sortear con el implicado.
Siendo lo más inadecuado, el sujeto en si con el que lo había efectuado.
El primo.
La sangre del que se jactaba en su mente gritar a los cuatro vientos ser el dueño de todos sus sentidos.
Pese a que él no la quisiera.
A que ni siquiera la vislumbrara como algo importante en su vida.
No dejaba de ser un golpe para su orgullo.
El mismo que ella mancilló al ver roto en mil pedazos el propio.
Dejando como resultando la palabra error predominando en cada acción, a la par de emoción.
Porque eso había sido desde el momento en que regresó a su raciocinio, comprendiendo que su actuar impulsivo la había dejado en el peor de los puestos, sin tener si quiera cara para replicarle a Duncan lo hecho, mucho menos dando cabida a pensar en aquello de forma inadecuada, y herida cuando su actuar fue reprochable.
En extremo repulsivo.
Pues los celos sacaban una mujer que en su vida presenció hasta ese instante.
La rencorosa que pagaba con la misma moneda, cuando lo justo era seguir el flujo y no dejarse invadir por aquello que se ve como incorrecto.
Cosa que le confirmaba, que desde que conoció a Duncan MacGregor algo en su interior cambio.
No sabría si de manera positiva o negativa, pero eso fue lo que ocurrió.
...
Para esos momentos viajaba como los últimos días, teniendo como única compañía a Honoria, que cada que la visualizaba suspiraba negando, sin saber que decirle que no se escuchara como reproche, o disculpa cuando lo único que pretendía era un pensamiento objetivo al apreciarla en demasía. Así que era la menos indicada para señalarle lo que al regresar a la posada le contó al advertirle tan agitada, presupuestándolo al observar su apariencia desaliñada.
Así que, faltando un par de horas para llegar a la residencia de Londres, continuaba sin comprender como sentirse.
Con la mente atiborrada de sensaciones.
El pecho comprimido, y un sin número de inseguridades que amenazaban con salir precisamente cuando lo tuviera de frente.
Pues ahora hacia menos impensable el continuar.
El seguir con aquella farsa con una ilusión que continuaba latente en su interior, pero se vio manchada por un actuar poco planeado, el cual fue preso de una sensación de agrado al dejarse embaucar por un rostro bello, y el raciocinio absurdo del: «Se lo merece por no darle una oportunidad»
Debía irse.
Ya ni siquiera Escocia le parecía opción para residir.
Regresar a España, aunque la sola idea la hacía querer enterrar la cabeza en el primer hueco que hallase, se iluminaba como la mejor opción.
La única que tenía y a la larga tomaría.
—Milady, hemos llegado— la voz del cochero la sacó de su letargo, en donde la vista siempre estuvo puesta en la falda de su vestido, ocasionando que su cuerpo se tensara por completo al percatarse tras mirar con presteza hacia la ventanilla, que en efecto el mobiliario se había detenido.
Titubeante, le tendió la mano al lacayo después de que Honoria descendiera dedicándole una mirada significativa, entendiendo así, que el momento había llegado.
—Gracias, buen hombre— aceptó la mano procediendo sin dilación, conteniendo el aire sin importar que sus pulmones colapsasen.
Mas cuando de frente, a unos cuantos metros se topó con una imagen que se esperaba, pero no estaba preparada para asimilar.
Duncan y Austin enfrascados en una conversación, que por el ceño de su marido no era precisamente la más amena de todas.
Un grito se atascó en su garganta, muriendo en sus entrañas cuando sin poder actuar Lady Violet MacGregor arremetió de manera afectuosa contra ella, casi arrollándola con su impetuosidad en el proceso.
Se lanzó a sus brazos dándole un abrazo de añoranza que la descolocó a tal punto de no poder corresponderle, juntándose con su ansiedad por lo sucedido una noche atrás.
Tan reciente, que seguía rememorando el sabor de la boca de su víctima.
No siendo para nada placentero.
—Ángeles, mi nuera querida— exclamó la susodicha después de soltarla dándole dos besos, procediendo a examinar que no tuviera algún rasguño, como la madre sobreprotectora que alardeaba ser—. Se te nota algo desmejorada— su semblante se ensombreció un poco mostrando leve preocupación, más cuando advirtió su cuerpo con una leve tensión.
Miró de reojo a donde se hallaba en par de rubios y tembló.
Venía a por ella.
Al parecer escuchó a su madre, porque dejó a su primo rezagado para ir a su encuentro.
Su cuerpo estaba reaccionando a la añoranza de no apreciarlo cerca hace más de una semana.
¿Cómo había podido vivir sin el en todo ese tiempo?
—No... no se... preocupe Milady— trató de tranquilizarla con una sonrisa afable temblorosa, pero su tartamudez no la convenció—. Los viajes nunca me han sentado...— debía excusarse antes de que iniciara un interrogatorio, que no se veía con la suficiente paciencia de sortearlo.
Antes de que pudiese decirle lo mal mentirosa que le parecía, la voz que había estado hasta en sus sueños, y no desaparecía de su cabeza le absorbió los sentidos auditivos.
—¡Ángeles! — su voz potente pastosa con aquel acento en su lengua, que degustaba su nombre como si fuese el mejor de los aperitivos, hizo que respingase pese al ya advertirlo, y que su corazón reviviese, indicándole de esa manera que había dejado de latir con sincronía desde que su cercanía se disipó.
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Editado: 22.04.2023