Ángeles
Lo más doloroso de su existencia.
Así fue como catalogó lo que le estaba haciendo al hombre que residía dormido, mientras de forma agónica se despegaba de su cuerpo conteniéndose para no tocarlo.
Llorando, mientras su vida se apagaba de forma metafórica en el transcurso de lo que recogió sus prendas, ahogaba los sollozos para que no se despertase, y así hiciese imposible que lo abandonase.
Porque debía ser así.
Ella pese a su amor desmedido, no poseía algo que brindarle. Odiando en ese momento el artilugio que estaba utilizando para acomodarse las prendas intentando verse menos desastrosa y devastada, ignorando el dolor entre sus piernas.
Ese que le recordaba que había sido suya, y seguiría de esa manera por la eternidad.
Reparó por un momento en sus facciones, limpiándose con ira las lágrimas que fluían por sus mejillas.
¿El que podía ver en ella aparte de una obligación?
Nada, ella no tenía nada físico que pudiera agradarle.
Pero, te dice hasta el cansancio ninfa celestial.
Seguramente es para no hacerme sentir más deplorable de lo que por si me encuentro conmigo misma.
Porque su reflejo no le indicaba lo contrario.
Ella lo sabía, y por eso no tenía excusa para tenerlo atado a ese martirio de poseerle en su vida, cuando tenía a alguien en su corazón, y no conforme con eso le faltó.
Por eso internándose a sus aposentos, topándose con Honoria, que fue consciente en todo ese tiempo que había regresado, le indicó que se adelantase pues el plan seguía su curso, y ella iría por su cuenta después de culminar con lo que tenía en mente, lo cual aceptó pese al brillo de decepción.
Dejándola de nuevo con sus monstruos mentales, decidió que no era forma de ir se sin dejarle una explicación.
Su corazón en cada letra como confesión envuelta en palabras de despedida, con ganas de regresar a sus brazos, sin apartar la sensación de que quería estar al lado de su existencia por toda una eternidad.
Así fue como posterior a llorar en cada párrafo trazado, descubriendo que dejar a Duncan era lo más difícil que había hecho en su vida, porque su corazón gritaba que lo amaba. Se encontraba en un carruaje de alquiler tras salir por la puerta de la cocina que daba a las caballerizas, yendo a encontrarse con Honoria que la esperaba con sus cosas a las afueras, de lo que sería la mitad del camino de ida a la casa de los Condes de Warrington.
Para esa hora todas las personas que vivían en los alrededores se hallaban descasando, o en medio del evento, así que todo estaba solitario, y en completo silencio.
Se ubicaba ensimismada en sus pensamientos, hasta que el cochero frenó en seco logrando que casi se pegara con el asiento del frente, y los caballos relincharan por aquel proceder tan precipitado.
Cuando se recuperó del susto, le sobrevino el horror.
Pensó en los atracadores de caminos, de los que Honoria les había hablado relatándole de su experiencia, y ella escuchaba atentamente como si fuera la mejor historia de todas.
Esa que ahora, con el pecho comprimido le parecía una pesadilla, que si se estaba haciendo realidad vivía despierta.
Llegando como ráfagas por sus ojos, y cavilaciones retazos de sus sueños en donde una pequeña niña de cabellos rojizos se encontraba escondida dentro de unos de los asientos del carruaje después de que su padre, del cual el rostro seguía sin apreciarle porque siempre era borroso, le decía que no hablara, que él lo solucionaría toda con su madre.
«Su cuerpo tiritaba de miedo, mientras lágrimas deslizaban por sus pequeñas y rosadas mejillas. No entendía lo que decían aquellas personas que osaron a interceptarlos, pero escuchaba la voz de su progenitor que peleaba con estos de manera acalorada.
Sintiendo ganas de salir, y curiosear un poco pero el miedo engarrotó sus pequeños músculos dejándole agachada en el lugar.
Percibiendo después de un golpe, y el ahogado sollozo de su madre la amenaza velada que danzó en el ambiente.
—Señoría esto es solo una sutil intervención para recordarle que debe ponerse al día con sus compromisos, o me veré en la penosa obligación de hacerle una pequeña visita a su hogar y dudo mucho que le agrade que su familia se vuelva a ver en este aprieto, más en específico su pequeña hija.
—¿Cómo se atreve? — preguntó indignado el padre de la infanta, que la distorsión de su voz se hacía contundente.
—Eso mismo le pregunto yo— soltó el hombre con una seriedad espeluznante, al igual que cínica—. Yo solo estoy exigiendo lo que me corresponde, y eso no es un delito— la despreocupación sombría la hizo en cogerse más, ignorando el entumecimiento de sus piernitas—. En cambio, usted— escupió con desprecio—, está arriesgando su familia, y a la hermosa mujer que tiene en el carruaje, que es el delirio de todo hombre en España, solo por seguir con sus vicios— apretó los parpados cuando la nombrada lloró tapándose los oídos para no ceder a las ganas de salir de su escondite, y abrazarle porque odiaba ver triste a su mami—. Así que dicho esto ¿Quién de los dos es más despreciable?
El resto no pudo escucharlo, pero momentos después su padre se reunía con ellas de nuevo, sacándole de su escondite cuando se apreciaron de nuevo solos, indicándole que por fin vería el rostro de aquel hombre que...»
...
—Lady MacGregor— una voz la sacó de su ensoñación, haciéndola brincar en su lugar sin poder ver el rostro de aquel hombre—. Siento asustarle— se adentró al carruaje quedando en frente de ella, dándole a conocer su identidad, mientras Ángeles intentaba recuperar el aliento, con la sorpresa invadiéndola al advertir de quien se trataba.
Reconociendo el acento, y las facciones que consiguieron que se pusiese a la defensiva.
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Editado: 22.04.2023