Duncan
«¡MILADY, RESISTA!»
...
—¿QUE ESTA PASANDO? — como bien lo había dicho, tumbó la puerta sin importar que.
Escuchar que Ángeles no estaba bien, fue el detonante para que su racionalidad se fuera demasiado lejos.
La única persona que le siguió fue Freya, ya que Alexandre prefirió guardar las distancias con el resto de sus amigos, dándose cuenta de que no era el momento de importunar en algo tan íntimo.
No pudiendo detener a su pequeña hermanita, que salió disparada como una flecha con la preocupación a la par del cotilleo a flote.
—Salgan, por favor— habló el doctor sin dignarse a mirarlos—. Excelencia, Lady Allard— ninguno de los dos atendió a su llamado, así que con la mayor calma que podía cubrió el cuerpo de la nueva madre, mientras procedía a revisar sus signos vitales.
Un tanto aliviado al cerciorarse de que la sangre cesó, y lo más probable es que fuese producto del cansancio su inconsciencia, pero debía asegurarse.
—Eso sí que no— se acercó de manera amenazante, pero perdió todo su brío cuando vio el cuerpo de Ángeles laxo y pareciendo tan ajeno a la vida, que su mundo se desmoronó.
Le tocó prenderse de una de las columnas de la cama para no caer.
—¿Gibbs, mi esposa esta...? — preguntó en un susurro no pudiendo terminar la palabra, por miedo a escuchar una respuesta desoladora.
—Inconsciente— soltó aclarando su duda—. Se encuentra exhausta por el esfuerzo— sintió que algo dentro de él vivía nuevamente—. Goza de una salud y fuerza admirable, solo necesita reposo y que le colmen de atenciones— asintió tras un suspiro audible, acercándose a ella—, pero necesita que se le arregle, así que le pido que...— volvió a hablar, pero él le interrumpió mostrándole su mano mientras se acercaba a la aludida acariciándole con devoción, y amor para después besar su frente recordando algo de suma importancia.
Primordial.
—¿Mi hijo? — lo enfrentó de nuevo, y este le sonrió en respuesta señalándole el lugar donde se encontraba Honoria, Violet y Freya, al igual que el resto de las doncellas tapando al pequeño cerca del biombo, donde se hallaba una mesa larga.
Entre empujones porque querían tener visión plena del heredero.
—Dejen el egoísmo— espetó Freya, quitando una de su camino—. Tengo derecho a verlo.
—Querrá decir hijas, Excelencia— lo miró confuso.
Es cierto que escuchó dos llantos, pero creyó que venían del mismo bebé.
—¿Hijas? — interpeló en tono distante.
—En efecto— le aseguró desinfectándose las manos para continuar, ni bien se retirase con su labor—. Son dos infantas.
—¿Dos? — tenía que verlo para creerlo.
—Puede cerciorarse con sus propios ojos— no necesitó repetirlo dos veces, porque antes de terminar la frase él ya había dado el primer paso, encaminándose a donde las mujeres se estaban peleando.
Sin pedir permiso las apartó solo escuchando quejas de Freya, y su madre que poco le interesaron.
Pues lo que enfocó se robó toda su atención.
Dos bultos envueltos en sus respectivas mantas, de piel rosáceas, distinguiendo que estaban con vida porque sus pechitos se movían en sincronía.
Pestañeó absorto.
Sin poder creerlo.
Con miedo a tocarles, creyendo que se podían evaporar.
Su pecho se aceleró, haciendo que se mandara la mano a aquel para masajeárselo.
—Excelencia— Honoria fue la única que se aventuró a traerlo a la realidad, tomando unos de los bultitos, extendiéndoselo para que lo tomara sin opción a objetar.
Es que era tan pequeña que no la quería dañar.
La agarró cuidando no lastimarle con su rudeza, reparando en sus facciones perfectas, robándose su atención el pequeño mechón dorado que brillaba en su cabecita, y sus mejillas sonrosadas, al igual que las pestañas doradas y sus escasas cejas.
Era perfeta.
—Te presento a tu otra hija, cariño— la voz de su madre lo sacó de ese letargo lleno de fascinación, haciendo que mirase en su dirección observando a la otra que estaba en los brazos de Freya un poco incomoda, con ganas de llorar—. Y la mayor— le acarició la mejilla con admiración y amor, para seguidamente quitarle de los brazos la que tenía para que se hiciera a la otra, que le fue extendida con presteza, siendo lo primero que llamó su atención la cabellera más frondosa que la de su hermana, pero con tonalidad rojiza, mientras se removía en sus brazos soltando un amago de llanto, abriendo los ojos con dificultad al principio adecuándose a su realidad, para después de lograr enfocar dar a conocer el azul intenso cual dos zafiros de estos.
Plenos.
Sin matices.
Profundos.
Eternos.
—Idéntica a su madre, pero con tus mismos ojos fríos Duncan— Freya y sus comentarios fuera de lugar, pero no les dio importancia, pues estaba cautivo por las pequeñas que por fin veían el mundo.
Ese mundo que haría lo posible porque fuera perfecto.
Para que nada les faltara, siendo lo primordial el amor que tenían para darles.
...
Cuando regresó a la realidad, ya las cunas de las pequeñas estaban acondicionadas, al igual que su mujer arreglada al Gibbs no poder esperar a que se dignaran a evacuar el lugar.
Así que cuando iba a ponerlas a cada una en sus respectivos lechos, para ir al lado de su amada, recordó que sus amigos quedaron afuera esperando por noticias, llenándolo algo parecido al remordimiento por la desconsideración le hizo señas a Freya que portaba la rubia en brazos, para que lo siguiera y así mostrarles lo que tanto estaban esperando.
Seguramente siendo una sorpresa cuando vieran las dos pequeñas en vez de una.
Sin embargo, al abrir la puerta el sorprendido fue el, que no se esperó encontrarse otras caras aparte de sus amigos.
—Si no damos el primer paso para venir a su encuentro, no nos enteramos de que mi sobrina estaba de encargo y a punto de dar a luz— interpeló Lady Catalina llena de enfadó, siendo contenida por su marido e hijo menor—. Y no de uno, si no de dos bebés.
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Editado: 22.04.2023