Tadeo pasó una mala noche. Si bien la cabina del camión contaba con espacio suficiente para una litera cómoda, la preocupación fue el enemigo esa noche. Solía dormir bien, se había acostumbrado a descansar aun estando en medio de la ruta, lejos de su casa, de su gente, en soledad… Había descubierto que le gustaba ese tipo de adrenalina.
Lo que no le gustaba era incumplir con sus tareas. A pesar de que la falla en el camión no había sido su culpa, sentía un poco de irresponsabilidad al no poder llevar la carga a tiempo.
Dio muchas vueltas, pensó en las posibilidades existentes de arreglos y se rindió al sueño sin mucho éxito. Finalmente, se despertó con la salida del sol, y cuando aún no eran las siete, buscó su mochila y salió del camión.
El día lo recibió con una cálida brisa, así que no necesitó de la campera de jean que había llevado consigo. La remera mangas cortas fue suficiente, aunque estaba un poco manchada en la parte de abajo… Seguramente, fue en un descuido cuando revisaba el camión. De todas formas, no pensaba cambiarse.
Tenía casi cuatro kilómetros de caminata antes de llegar a la entrada del pueblo, así que avanzó a paso lento. No quería cansarse, aunque necesitaba llegar con urgencia: quería una respuesta rápida y un arreglo mucho más rápido aún.
Llegó antes de las ocho y estaba por doblar hacia la estación de servicio para consultar por un mecánico, cuando vio a un viejito. Estaba del otro lado de lo que parecía ser la calle principal, parado frente a un edificio que tenía aspecto antiguo. En la parte superior, un cartel anunciaba que se trataba del comedor “Paraíso al paso”. Sin pensarlo demasiado, encaminó hacia allí.
—Hola, buenos días —lo saludó.
El hombre cambió la cara en un segundo y le sonrió con amabilidad.
—Buen día, joven.
—No soy de acá… Tuve un problema con el camión y quería saber si hay algún mecánico que pueda ayudarme.
—Bienvenido a Colonia Basilia —le dijo con entusiasmo—. La mecánica de Pocho queda acá cerca —señaló hacia el interior de la calle—, pero no suele abrir muy temprano.
Tadeo sintió una decepción muy grande y aquello pareció reflejarse en su rostro, porque el viejito añadió enseguida que podía entrar a esperar en el comedor.
—En un rato salen nuestros productos de panadería… calentitos para acompañar con cualquier bebida.
Aquello no pareció una idea tan mala. Su estómago pareció despertar de un trance y notó que en serio tenía hambre.
—Le agradezco mucho. Ha sido una noche larga —comentó.
—¿De dónde vienes? —inquirió mientras avanzaba hacia la puerta principal.
Tadeo lo siguió mientras le contaba que vivía en Váledai y que se estaba dirigiendo hacia Villa Manéz donde tenía que entregar la carga.
—Igor, ¿llegó Olivia? —lo interrumpió el viejito hablando con el que parecía ser el mesero.
—Hola —lo saludó a él antes de contestarle—. Sabes que no, Waldo. Sería un milagro que llegara temprano.
—Esta chica… Bueno, puedes ponerte cómodo. ¿Cómo es tu nombre?
—Tadeo.
—Waldo. Cualquier cosa le puedes preguntar a Igor. Veré cómo va el tema en la cocina.
—No se preocupe, no tengo apuro —dijo restándole importancia, aunque el hambre había incrementado al entrar y sentir el aroma a panadería.
Dejó su mochila en una de las sillas y se sentó mientras observaba el lugar. El techo se encontraba a una altura mucho más prominente de lo que era habitual encontrar en las construcciones actuales. Las ventanas destacaban por su altura lo que permitía el ingreso de luz necesaria para iluminar el amplio espacio donde se ubicaban las mesas. El interior de las paredes no estaba revestido, lo que le daba un aspecto más antiguo aún. En el centro, colgaba una araña con muchos focos que combinaban con los que se encontraban adheridos a la pared. Había muchos cuadros de paisajes, todos con una firma que parecía decir Marta.
—¿Vienes a la fiesta? —La voz del muchacho que estaba en el mostrador inundó el espacio.
—¿Qué fiesta? —preguntó desorientado.
—La del Sauce Verde.
—No. Tuve un problema con el camión —le contó mientras sacaba su celular de la mochila.
—Ahh, te quedaste varado.
—Eso parece. Espero que no por mucho más tiempo. Tengo que entregar una carga.
—Seguro Pocho te ayuda. Ha salvado a muchos —río el de cabello enrulado.
—Ojalá tenga suerte —masculló mientras miraba su celular con una mueca—. ¿No hay señal acá?
—¿Qué compañía telefónica tienes? Algunas no funcionan muy bien.
Para su suerte, justo la compañía que él usaba allí no funcionaba muy bien. Pero le dijo que si se acercaba más a la puerta de entrada quizás encontraba algunas líneas de señal. Y así fue. Por suerte porque necesitaba hablar con su jefe para ver si mandaría a algún refuerzo para buscar la carga… Aunque no creía. Cuando se trataba de semillas no había peligro.
Estaba tipeando el mensaje, cuando la puerta de entrada se abrió de par en par y una voz femenina se hizo presente.