Sin poder dejar de sonreír por la sorpresa que le había causado verla allí, comenzó a acercarse hacia el auto de ella. Cuando estaba a unos pocos metros, sus ojos se encontraron y Olivia también le sonrió.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó luego de que ella bajara el vidrio de la ventanilla.
—Te… traje algo.
—¿Otra cosa que me he olvidado?
Negó.
—Sube. Te llevo.
Rodeó el auto intrigado y subió al asiento del acompañante.
—No esperaba verte aquí —admitió.
—Yo tampoco esperaba venir.
—¿Y por qué lo has hecho?
—Un impulso supongo —dijo bajito mientras ponía primera y daba una vuelta en U.
Tadeo sonrió sintiéndose un poco identificado.
—Se un poco de eso —admitió—. Mi vida es un constante dejarme llevar por impulsos.
—Si, creo que lo pude deducir.
—Veo que el fin de semana conmigo ya te ha contagiado de eso.
—Mientras sea solo eso…
—¡Ey!
Después de la risa que interrumpió la charla, Olivia le preguntó que tal había estado la cena. Él le contó que había cenado con Waldo y habían estado hablando mucho.
—¿Sabías que había viajado tanto? Me habló de montañas, mar, ruinas antiguas…
—Si, algo nos ha contado. Y cuando conoció a Marta, la llevó a todos los lugares que había amado visitar. Aunque ella le pidió conocer lugares nuevos entre los dos, para que quede algo de ella en su corazón al visitar esos lugares. —Hizo una pausa para suspirar—. Siempre amé la forma en que ella contaba eso.
—Era una gran mujer, ¿no? —se animó a preguntar.
Notó que Waldo hablaba mucho de ella, pero a Oli parecía invadirle la tristeza cuando se tocaba el tema. Temió haberla incomodado.
—Si… Fue como una abuela para mi. Me enseñó mucho de cocina, de plantas, de aves. Era una amante de la naturaleza. Se movía en ella como si fuera parte de todo.
La forma en la que las palabras de Olivia la describían, hacía que Tadeo pudiera hacerse una idea del amor que le tenía y de lo mucho que había significado para ella.
—¿Hace mucho que…?
—Un año —se apuró a responder ella.
—Ahh, hace muy poco. ¿Y la extrañas?
—Demasiado. —La voz de Oli se quebró—. No quiero llorar de nuevo delante de ti. Así que cambiemos de tema por favor. —Mostró una risa fingida.
—Quiero contarte algo que puede ayudarte.
—No me hagas llorar, que detesto hacerlo en público.
Tadeo rió y prometió que no lo haría. Y tras el silencio que pareció ser la aprobación para su historia, comenzó a hablar.
Le habló de los días posteriores a la partida de su abuela, de lo duro que había sido para él perder a la persona que había sido como su madre y de lo mucho que le había costado seguir adelante. Hasta que una tarde, cuando miraba por la ventana de su habitación, sin ganas de nada, vio un montón de colibríes acercándose a él.
—Cuando falleció mi abuelo, mi abuela siempre que veía un colibrí decía que él venía a visitarla. Hay una leyenda que dice que las personas nos visitan de esa forma después de morir…
—Nunca la he oído.
Después de eso, siempre que había necesitado saber que su abuela seguía acompañándolo, pedía una señal en forma de colibrí… Y a los pocos minutos u horas, veía uno. Ya sea en forma viva o en algún dibujo.
—Mira esto —le dijo buscando su llavero de colibrí en el bolsillo—. Ese día estaba muy mal, en cierta forma me había enojado con ella por haberme dejado solo. Salí a pasear y llegué a un puesto de artesanías, donde vi esto. Hablando con el señor que vendía, me di cuenta que conocía a mi abuela y se acordaba de mí y de las veces que había ido al hogar de ancianos a ayudar. Desde ese día regresé a esa actividad y la soledad se aplacó mucho. Fue su forma de decirme que no estaba solo.
Cuando se dio cuenta de toda la historia que había soltado y que Olivia había reducido la velocidad del auto para escucharlo atentamente, se avergonzó un poco.
—En fin. Eso.
La joven le sonrió y eso lo relajó un poco.
—¿Entonces de esa forma puedo comunicarme con Marta?
—Puedes intentarlo.
—Lo haré —le dijo con un tono de voz convencido—. Seguramente, ella tendría las palabras justas para ayudarme respecto a esto que me atormenta…
—¿Sigues dándole vueltas a la cuestión? —le preguntó suponiendo a qué se refería.
—Me prometí dejar de pensar hasta tener la respuesta definitiva —le dijo estacionando cerca de la puerta de la Estancia de campo—. Pero la charla de hoy me ha ayudado mucho. Y por eso te traje esto, para agradecerte.
Se estiró para buscar algo en los asientos de atrás del vehículo y regresó a su asiento con una fuente. Tadeo observó sus manos un tanto confundido hasta que sacó la tapa y dejó al descubierto unos cupcakes que desprendían un olor a limón riquísimo.