Una particular crónica del fin

VI

Despierto en un espacio ciego. Mis manos han sido ancladas a un muro. Mis piernas, rodeadas por una cadena, difícilmente me permiten incorporarme. A mi lado yace inconsciente una mujer joven en mi misma condición. Ambos estamos desnudos. No puedo percibir el tamaño de este lugar ¿Por qué estoy aquí? Recuerdo que estaba regresando del colegio. Mis estudiantes estaban felices dado que hoy preparamos un postre en clase. Todo era una excusa para enseñarles qué es un texto instructivo y cómo hacer uno. 

Iba en el bus del colegio y recibí una llamada de mi esposa. 

—Daniel, escúchame. ¡No vengas a casa, por favor! Afuera hay un alboroto. Unos hombres empezaron a disparar. Tengo miedo. —Ella estaba llorando.

— ¿Ana, qué dijiste? ¿Dónde estás?

— En el armario, cubierta con ropa y una maleta. Por favor no vengas.  

— E-espera, voy a llamar a la policía.

—¡Ya lo hice! Tú sólo vete lejos. 

— Ana, Ana ¿Sigues ahí? — sé que escuché un ruido, pero no pude identificar qué lo produjo.

—Ana ¿Qué pasó? ¡Ana! ¿Ana, me escuchas? —Así fue como terminó la llamada.

Miré a mi alrededor. Los otros profesores y estudiantes en el bus me estaban mirando. No les di oportunidad de preguntar nada, me levanté de mi puesto y le dije al conductor que me dejara ahí mismo. Salí del bus y tomé un taxi. Íbamos en camino a mi barrio cuando la emisora transmitió una noticia de última hora. Un enfrentamiento entre la policía y dos hombres armados se estaba llevando a cabo en la Soledad, mi barrio. Los presuntos terroristas incendiaron dos cosas del sector y empezaron un tiroteo sin propósito. Tres patrullas de policía estaban en el lugar confrontando a los terroristas. Llamé a Ana de nuevo, pero no contestaba.

El conductor empezó a disminuir la velocidad y me lanzó una mirada en silencio. 

—Apúrese —le dije.

—¿Está seguro, señor? —dijo él con una voz nerviosa.

—Necesito estar allá ahora mismo.

Condujo por unos minutos más hasta que se detuvo en seco y me dijo —Lo siento, pero va a tener que bajarse. 

—¡Maldición! —grité —¿Cuánto tengo que pagarle?

— No, no, no. No se trata de dinero. Por favor, bájese de mi auto. 

Lo insulté y grité no sé que cosas. Conocía bien el lugar en el que me había bajado. Si me apresuraba, llegaría a casa en no más de 15 minutos. Llamaba a Ana mientras corría. Seguía sin responder mis llamadas.

Empecé a divisar humo a lo lejos, luego personas huyendo del lugar. Me decía que corriera, que me alejara. Tenía que llegar a casa y corrí incluso más rápido, pero un oficial de policía me tomó del brazo y me hizo tropezar. Me dijo que no podía avanzar de ese punto. Le comenté que necesitaba ir a mi casa pues mi esposa estaba allí probablemente herida. 

Me comento que otros oficiales ya estaban lidiando con la situación y ya había un grupo de rescate en acción para evacuar a los civiles. Miré al fin de la calle y pude distinguir una barricada echa por las patrullas de policía. No obstante, quizá por el humo, no podía ver a ningún policía. Solo escuchaba disparos que me ponían cada vez más nervioso. Cualquiera de esas balas podría entrar en mi casa y lastimar a Ana.

Intuyendo mis intenciones de correr, el policía seguía sujetándome y cada minuto era peor hasta que un extraño silencio invadió el ambiente. No más disparos. El humo denso de las casas en llamas oscurecía el lugar. De repente, un auto de policía estalló, escuchamos gritos y nos tiramos al suelo. Del fuego emergieron las figuras de dos hombres caminando tranquilamente. No podía entender qué estaba pasando. Con dificultad me puse en pie y los vi acercándose. Uno de ellos levantó su mano y me señaló. En menos de un segundo, empecé a sentir calor y al mirar hacia abajo fui sorprendido por las llamas que salían de mi ropa. Eso es todo lo que puedo recordar. La mujer que está a mi lado está empezando a despertar.




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