—¿A dónde vamos? —curioseó de nuevo la chica. No había parado de preguntar desde que Elián la llevaba a rastras caminando hasta su casa.
—Calla —le repitió él.
Ella asintió, obediente.
En el camino se encontraron varias personas que les tiraban una mirada indagadora, quizá preguntándose cómo es que esa muchacha iba en tan pésimo estado.
Después de un largo tiempo, llegaron a la mansión Dickens, el día nublado se hacía más intenso, como si se avecinara una tormenta.
El señor Barry les abrió la reja de inmediato, intrigado por la chica que acompañaba al joven, pero no preguntó. Elián tampoco dio explicación sobre quién era su acompañante al poco personal que había.
Entraron, la mansión tenía un estilo interior minimalista de tonos negros y grises con ambiente monocromático, era una casa elegante con una fachada estilo contemporáneo, se habían mudado ahí hace un par de semanas. Antes del accidente, la familia Dickens vivía en otra casa menos sombría y más cálida, pero después de que su padre se casó nuevamente con una mujer que es 15 años menor que él, se mudaron aquí porque el señor Luis quería modernizarse y dejar atrás su antiguo hogar a pesar de que Elián se rehusó, pero no tuvo elección.
Esto no podía considerarse un hogar. Porque para Elián, las personas son las que hacen un verdadero hogar, y él ya no tenía a las personas que quería.
Esa mansión tan lujosa, tan hermosa por su estilo, tan espaciosa, se sentía vacía, no se sentía hogareña, y a veces para Elián era muy difícil quedar solo en ese enorme lugar porque no podía evitar los pensamientos que surcaban su cabeza y le repetían que no tenía a nadie, absolutamente nadie. Y es que el mundo seguía avanzando rápidamente, pero Elián continuaba atascado en el mismo lugar donde la pesadumbre formaba un remolino donde él no podía escapar.
Subieron las escaleras, la chica de manera torpe porque miraba a su alrededor maravillada, como si fuera la primera vez para ella ver una casa y sus detalles.
Elián abrió su habitación y la metió, luego cerró con seguro detrás de él. La habitación estaba semioscura, ya que él nunca abría las cortinas para dejar entrar luz, y lo único que iluminaba eran las dos lámparas de noche en su buró.
Por esta vez, se dirigió a la ventana y corrió ambas cortinas negras para que entrara la luz. Necesitaba ver bien a esa chiquilla.
—Bien, ahora dime, ¿de dónde sacaste tanta información de mí? —comenzó él, directo al punto.
—El maestro Bróker nos da la información necesaria sobre la persona a la que vamos a ayudar —le respondió ella, tranquilamente.
Elián no entendía absolutamente nada.
—¿Ayudar? ¿Ayudar a qué? —fue lo único que pudo preguntar, desorientado.
La chica ladeó la cabeza, con esa misma peculiar sonrisa cálida. En esa habitación de tonos oscuros y vacíos, ella le daba un toque de color, como si tuviera una esencia resplandeciente imposible de ignorar.
—A sanarte.
Elián frunció el entrecejo.
—¿Por qué?
—Porque necesitas ayuda. Por eso estoy aquí, y me iré cuando tú estés bien —confesó, sonriendo ampliamente, como si lo que dijo se mencionara cotidianamente.
Elián pensó que quizás meter a una desconocida en su casa no había sido una decisión prudente. Exhaló pesadamente. No entendía y no sabía cómo entender. Miró a la chica de arriba abajo recelosamente sin emitir palabra. La situación era más que extraña.
—¿Dónde puedo encontrar a ese tal maestro Bróker? —le preguntó después de minutos.
Ella negó con la cabeza.
—No puedes encontrarlo.
—¿Por qué no?
—Porque él no está ahora en la tierra. No aún.
—¿Puedes, por favor, dejar de hablar como alíen? —masculló lentamente entre dientes.
—Aún desconozco el término “alíen”. Mi conocimiento es limitado —repitió lo mismo de hace una hora, también con tono robótico.
—Y dale con eso —bufó, fastidiado por lo mismo.
Elián ya no tenía paciencia, la chica lo estaba aturdiendo en sobre manera, estaba confundido, y sus preguntas no eran contestadas porque las respuestas que ella daba lo dejan igual o peor que antes.
Se quedaron unos minutos en silencio, Elián analizándola, y ella seguía mirándolo maravillada.
—Deja de mirarme así —reprochó de mala manera.
—¿Cómo?
—Como lo estás haciendo ahora. Parece que nunca habías visto a una persona —resopló, desviando la mirada de ella.
Elián no entendía cómo es que los ojos de esa rarilla podían tener tanto peso en su mirada, sus ojos parecían demasiado… vivos, o al menos así lo creyó él, porque veía en ellos una especie de brillo muy extravagante que resultaba en cierto punto inquietante.
—Bueno, desde que llegué, he visto como a… —Hizo una pausa, mientras inflaba los cachetes y miraba al techo, pensativa—, como a 116 personas incluyéndote a ti. Y tú eres el primero con el que he hablado.
—Ya basta —zanjó—. ¿Puedes dejar de hacer bromas con tus mentiras absurdas y contestar con la verdad a mi pregunta? Me estás…
—Yo no miento. Yo digo la verdad —le interrumpió ella.
Elián la miró despectivamente, juzgándola.
“De todas las locas que me pude haber topado, me tocó esta”.
Resopló, y se tronó los dedos como hacía cada vez que se empezaba a desesperar.
En ese momento, ella pareció muy intrigada con la acción de Elián, porque ladeó levemente su cabeza mostrándose repentinamente interesada.
—¿Qué? —soltó él, extrañado por cómo miraba ella sus manos.
La chica hizo puño su mano derecha y con la otra lo presionó, haciendo que tronaran sus dedos, ante el chasquido dio un respingo absurdamente sorprendida.
—¡No sabía que podía hacer eso! —exclamó, emocionada.
Elián sólo la miró, y la miró, y no paró de mirarla durante mucho tiempo, mientras se preguntaba si la chica tenía un retraso mental.
Ella continuó tronando sus dedos, y al ver que ya no hacían ruido, le siguió con la otra mano, fascinada por el sonido y por la sensación de placer al tronárselos.
Elián entonces la observó, escudriñándola, considerando posibles explicaciones. No podía estar jugándole una broma, la chica de verdad se veía retrasada, se comportaba, más bien.
—¿Tienes padres? —le preguntó, cruzándose de brazos.
—Oh, no, no, los PDTL no tienen familia.
Y ahí va de nuevo con sus dichosos PDTL, cada cosa que salía de la boca de aquella loca era cada vez más ridículo para Elián.
—Déjame ver si entendí. ¿No tienes padres? —La chica asintió—. Entonces eres huérfana, ¿en qué orfanato estás?
Ella negó repetitivamente con la cabeza.
—Ah, por supuesto, entonces naciste por obra del espíritu santo —ironizó él, amargamente.
—¡Oh, sí sé eso del espíritu santo! ¡Es religión! ¡Me lo enseñó el maestro Bróker! —exclamó ella, exaltada.
Elián apretó los labios, y se llevó una mano al puente de la nariz. No estaba llegando a ningún lado.
—De verdad, niña, sólo dime, ¿de dónde has sacado…?
—Entiendo que no me crees —le interrumpió, luego se puso una mano en la barbilla, pensativa—. No sé si sea recomendable decirte todo, pero no encuentro otra manera de que me creas.
Elián frunció el ceño, sin comprender.
¿A qué se refiere ahora?
—Elián, yo soy una PDTL —comenzó y se enderezó como soldado—. Vengo de otra… mhm… —Hizo una pausa, mientras arrugaba la frente e inflaba su cachete izquierdo—, de otra dimensión, es como una tierra, pero del lugar que provengo es más sencillo que todo tu planeta. Mi mundo se llama PDTL, y los que habitan ahí son… mhm… son como…, bueno, no hay una definición exacta porque no tenemos forma ni color.
Elián no mostró expresión alguna, se quedó taciturno. Lo único que surcaba su mente era que ella mentía, además, que estaba loca, totalmente.
Pese a la mirada poco amable de Elián, ella continuó hablando.
—Cada PDTL es creada cuando un humano requiere de ayuda, no siempre sea crea a una persona de tiempo limitado para ayudar a alguien, pueden venir con otros propósitos. Pero el mío es ayudarte, sé por lo que estás pasando, me lo enseñaron antes de entrar a la tierra a buscarte —explicó, amablemente—. Y tienes que creerme, porque debo estar contigo hasta cumplir mi misión, soy de tiempo limitado.
—¿Ya terminaste? —Ella asintió—. Bien, no te creí ni una palabra. Pero debo admitir que tienes una imaginación envidiable, niña loca. También debo aclararte que no estarás conmigo, un rotundo no.
Ella esbozó un puchero, con los hombros caídos, desilusionada.
—¡Pero si es la verdad! —insistió—. Aunque parezca algo irreal, ¡es la verdad! —Dio un pisotón—. Voy a tener que recurrir a lo único que no quería hacer.
Elián no tuvo ni tiempo de fruncir el ceño, porque aquella niña escuálida se había acercado demasiado rápido a él y se había estirado de puntillas para tocar su frente con la palma de su mano, y Elián no tuvo tiempo de apartarla porque su mente fue bruscamente invadida por varias proyecciones.
Una sensación extraña lo envolvió, era como si estuviera dentro de un sueño, se sentía dormido, pero estaba totalmente despierto. No podía ver su habitación, no, en lugar de eso pasaban velozmente varias imágenes en diversos lugares.
Al primer lugar que se transportó fue a su antigua casa, y ahí estaba su… su madre, tenía cargando a un bebé mientras lo arrullaba, no tardó en deducir que el bebé era él, ella le cantaba una canción de cuna para que el bebé dejara de llorar y se calmara.
Elián, al ver a su madre viva, quiso acercarse, pero no podía moverse, estaba estático, congelado en su lugar, ni siquiera sabía cómo podía estar ahí y que no fuera visto. No podía mover su cabeza, sólo sus ojos, esto era parecido a las parálisis del sueño que le sucedían tantas veces, pero esta no era una parálisis del sueño porque no podía sentir algo, no estaba desesperado ni angustiado porque no podía moverse, estaba en un estado calmado, como si sus emociones estuvieran bloqueadas al igual que sus sentidos a excepción de la vista.
La segunda proyección era su madre y él en el jardín, ella estaba en cuclillas mientras el pequeño niño caminaba torpemente hacia ella, estaba dando sus primeros pasos mientras su madre sonreía felizmente y lo alentaba a avanzar.
La tercera escena era él ya más grande yendo por primera vez al jardín de niños. El niño no quería despegarse de su madre.
Ella se agachó, le dio un beso en la frente y le dijo:
—No tengas miedo, yo siempre vendré después. —Se buscó algo en su bolsillo de la chaqueta y sacó un pequeño osito de plástico, demasiado pequeño—. Este es tu amuleto, este osito sirve para que los niños se sientan protegidos cuando sus madres no están. Siempre los van a cuidar.
El niño tomó el osito entre sus dedos, y miró a su madre con intriga.
—No puede cuidarme. Está muy chiquito —debatió él, negando con la cabeza.
Su padre sonrió.
—Perfecto tamaño para el bolsillo, ¿eh? —Le guiñó el ojo, y el pequeño también intentó hacerlo, pero sólo pudo cerrar los dos ojos—. Elián, el tamaño de un objeto o una persona nunca determina su fuerza interior. Tú eres muy fuerte. —El niño alzó su pequeño bracito, mostrando su “musculo”—. Sí, así de fuerte eres e incluso más de lo que muestras en el exterior, este osito es igual. Puede protegerte.
Le dio un beso en su mejilla, y ahora sí el niño se separó de ella con una valentía nueva y una sonrisa tierna, apretó el osito entre su manita, y caminó en el sentido contrario a su madre mientras que esta lo miraba emotiva.
Pasó otra imagen inmediatamente, Elián de ahora ya 10 años ayudaba a su madre a regar las plantas, la vecina de al lado tenía dos hijos, el mayor de la edad de Elián, y uno menor de 5 años.
Elián nunca jugaba con ellos, pero los veía de vez en cuando.
Ese día los pequeños jugaban a corretearse fingiendo ser piratas, sus risas resonaban hasta la casa de Elián, de repente escuchó un golpe seco y un llanto. Elián dejó de regar las plantas, se asomó por la cerca y fisgoneó con curiosidad qué había pasado, encontró al hermano menor llorando porque se había tropezado, su hermano mayor corrió rápidamente a auxiliarlo.
—¡¿Dónde te raspaste?! —le preguntó atropelladamente, mirando a su hermanito con un gesto de preocupación.
El menor señaló su codo, mostrando un raspón casi nada perceptible, mientras hacía un puchero con ganas de soltar más llanto.
El mayor se quitó su pañoleta de pirata y la envolvió alrededor del codo de su hermanito, luego le secó con sus pulgares las lágrimas y lo ayudó a levantarse mientras lo llevaba adentro.
—Te haré una malteada para que te cures —fue lo último que escuchó Elián que dijo el mayor, mientras los veía entrar a su casa.
Ladeó la cabeza, con una curiosidad tremenda, mientras analizaba la situación anterior.
De pronto, fue hasta el otro extremo donde su mamá arreglaba unas rosas blancas, y soltó:
—Quiero un hermanito.
Su madre dejó de sus rosas, y lo miró con el ceño fruncido. Elián repitió su petición.
—¿Por qué quieres un hermanito? —le preguntó ella, con una sonrisa divertida.
—Porque quiero cuidarlo —respondió el pequeño, con decisión.
—Mhm… Elián, ya tengo un bebé, eres tú, no nos hace falta nadie más que tú. —Su madre se levantó, le despeinó el pelo en un gesto cariñoso y entró a la casa.
Elián arrugó la nariz y torció la boca, mientras se cruzaba de brazos, justo como hacía cada vez que no le daban algo que pedía.
—Voy a conseguir un hermanito —se convenció a sí mismo.
La escena terminó bruscamente, Elián regresó a su habitación, sus ojos le escocían, su garganta estaba seca, y ni hablar de cómo el fuerte y rápido latido de su corazón lo estaba sofocando. Su mirada estaba perdida, su pecho subía y bajaba, estaba agotado y agitado, como si hubiera corrido siete maratones, se sentía demasiado cansado, sobre todo sentía pesada su cabeza. Ya podía moverse.
Abrió la boca, pero no pudo decir nada.
Colocó la vista en la chica que aún seguía a pocos centímetros de él, ella bajó la mano que tenía sobre su frente y lo miró con preocupación sin decirle nada.
La habitación permaneció en un silencio ensordecedor, Elián no dejaba de repasar todo lo que había visto, sin poder creerlo, estaba perplejo entre cómo había sucedido todo tan rápido y por lo que había visto.
“No es posible”.
Elián la miró con la boca abierta, perplejo, aún tratando de procesar.
Ella, al ver que él no decía nada, habló.
—Lamento haber hecho eso, pero es la única forma que vi para que me creas.
Elián, parpadeó, aún pasmado.
—¿Có-mo?... ¿Cómo hiciste… eso? —le preguntó en un murmuro, desorientado.
—Bueeeno…, sólo pasé a tu memoria lo que yo vi cuando me enseñaron todo sobre ti, obviamente fueron más cosas las que me enseñaron, pero sólo lo que viste fue lo que te quise mostrar —explicó.
Elián, aún asombrado, se llevó la mano a la cabeza, se alejó de ella, y dio vueltas de un lado a otro por la habitación.
—Tranquilo, inhala, exhala, inhala, exhala —le dijo, mientras le mostraba cómo inhalar y cómo exhalar, como si Elián no supiera hacer ejercicios de respiración.
Los pensamientos de él estaban revueltos, no podía entender, sólo estaba intentando procesar. Esto era realmente alucinante. Ahora, creía que posiblemente aquella chica no le estuvo mintiendo sobre todo lo que dijo y que él consideró descabellado. De pronto, le creyó de verdad, y cómo no hacerlo después de la magia que ella había hecho, porque eso no podía ser otra cosa que magia, y Elián pensó siempre que no podía existir tal cosa, pues ya vio lo equivocado que estaba.
Quizás esa niña loca estaba más cuerda que Elián, o eso pensó.