Stella.
Cuando terminé de cantar la canción, David se calmó por completo y se quedó dormido en mis brazos.
—Vamos, dámelo —dijo Bella—. Lo llevaré a su cuna.
No quería soltarlo en absoluto, pero no había nada más que hacer que entregarle el niño a la enfermera.
—Escucha, ¿tienes un teléfono? —pregunté, esperando de esta manera contactar con mi padre y hacerle saber que me encontraba bien.
—Sí.
—¿Puedes dejarme llamar a mi amiga y avisarle que estoy bien aquí? —Le pregunté, volviendo a contar la lastimera historia sobre el marido-monstruo.
—Sí, por supuesto —respondió ella—. ¡Estas personas deben ser castigadas por la ley! Ana también sufrió a causa de su marido; le rompieron dos costillas cuando exigió el divorcio. Debes demandarlo.
—Tienes razón, pero primero necesito calmarme y ganar dinero para un abogado.
—Lo siento, no quise presionarte —se disculpó—. Toma, el teléfono, llama.
Cogí el teléfono y salí al pasillo. No quería que nadie me escuchara en absoluto. Sentía que cada palabra debía ser medida, cada movimiento calculado. La presión y el miedo me carcomían por dentro, pero no podía permitirme el lujo de flaquear ahora.
Marcando el número de mi padre, la ansiedad aumentaba. Mientras el tono de llamada sonaba, mi mente se llenaba de dudas y remordimientos. ¿Habría hecho bien? ¿Debería contarle lo de Smith, lo que pasó con Cruz y como encontré el niño? La duda me asaltaba, pero necesitaba apoyo, porque no sabía que hacer a continuación. No sabía cómo quedó Cruz después de caída, no sabía sí él me contó la verdad sobre Smith, no sabía ni la sustancia, que me metían.
—¿Hola? —La voz de mi padre al otro lado de la línea me trajo de vuelta al presente.
—Papá, soy yo —dije, tratando de mantener mi voz firme—. Estoy bien.
—Stella, gracias a Dios estás bien. ¿Dónde estás?
—Estoy en un orfanato. Él niño que estábamos buscando con Robert está aquí, pero necesito tiempo para sacarlo sin levantar sospechas. Por cierto, ¿Cómo está Robert?
—Está bien. ¿Necesitas que haga algo? ¿Quieres que te envíe dinero o ayuda?
—No, papá. Solo quería que supieras que estoy bien. No puedo hablar mucho más. Gracias por todo. Te quero. – dije con una voz quebrada.
—Ten cuidado, hija. Te quiero.
Colgué el teléfono, sintiendo una mezcla de alivio y desesperación. Había logrado comunicarme, pero al final no pude decirle nada. No pude preocuparlo más de lo que estaba, sobre todo después de una operación que tuvo.
El camino por delante seguía siendo incierto. Volví al interior del orfanato, decidida a mantenerme fuerte. Bella me miró con simpatía cuando le devolví el teléfono.
—Gracias, Bella. Lo aprecio mucho.
—No te preocupes, estamos aquí para ayudarte —respondió ella, con una calidez que me reconfortó un poco.
Mientras me dirigía de nuevo a la cocina, sentí que el peso de las decisiones pasadas y futuras seguía presionando sobre mis hombros. La única cosa buena era que encontré a David, aunque no sabía cómo comunicarme con él. Mirándolo de mañana, estaba claro, que el niño tenía un cierto grado de trastorno del espectro autista.
Pero no tuve tiempo para pensar demasiado; tuve que preparar el almuerzo para cuarenta personas. Te diré que esto es muy difícil y duro, especialmente cuando no sabes cómo hacerlo. Recordé la frase de Marta, que decía que cocinar para muchos es igual que para uno, solo hay que multiplicar. Seguí este consejo al pie de la letra. Media hora antes de la hora acordada ya estaba casi todo listo; solo faltaba cortar los tomates para la ensalada y lavar las naranjas. Fue en ese momento que Marta apareció en la cocina.
—Perdón por dejarte sola —dijo Marta, poniéndose un delantal.
—Está bien, lo logré. Los canelones ya están en el horno, la ensalada casi lista, solo me queda lavar la fruta —respondí sonriendo, aunque por dentro aún sentía una mezcla de nerviosismo y agotamiento.
—Por cierto, Bella me dijo que lograste calmar a David, - dijo Marta abriendo el horno para ver el resultado de mi trabajo.
—Sí, a los niños con ese tipo de trastornos les hace falta una atención especializada, pero los otros niños parecen estar bien.
—Tienes razón. David es un niño especial —dijo Marta con una sonrisa cansada—. ¿Cómo averiguaste que es autista?
—Estudié psicología, pero luego me casé y no pude hacer los exámenes finales porque a mi marido no le gustaba la idea —mentí otra vez.
La verdad era que realmente me gustaba la psicología, pero estudiaba de manera intermitente, presencial o a distancia, debido a las restricciones de mi padre, que no me permitía estar en la ciudad sola. Esto resultó en muchos exámenes atrasados. Luego, al querer casarme con Sam, acepté una propuesta de trabajo con Cruz y dejé la idea de convertirme en psicóloga. ¡Qué idiota era!
—Entiendo que estos abusadores nunca permitirán que una mujer tenga independencia. No pasa nada, empezarás una nueva vida y terminarás tus estudios —dijo Marta, abrazándome con simpatía.
En algún momento surgió en mi cabeza el pensamiento de que tal vez debería decirle la verdad sobre David y yo, pero inmediatamente recordé que Marta era pariente de Cruz y rápidamente rechacé esta idea.
—Marta, ¿has pensado en contratar a más personal? —pregunté, tratando de sonar casual.
—Siempre estamos buscando voluntarios y donaciones para poder pagar a más personal. ¿Por qué lo preguntas? —respondió ella.
—Es que creo que con más ayuda podríamos ofrecer una mejor atención a los niños, especialmente a aquellos como David, que necesitan cuidados especiales.
—Tienes razón. Estamos haciendo lo mejor que podemos con lo que tenemos —dijo Marta, suspirando—. Pero a veces parece que nunca es suficiente.
—Lo siento, pero creo que hay que ocuparse del chico. Él no habla, ¿verdad? —pregunté, esperando que me permitiera comunicarme más con él.
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Editado: 23.07.2024