Las calles de los suburbios de New York estaban abarrotadas de transeúntes. Dama intentaba tomar al transporte público. Eran pocos los que conducían su propio vehículo, la mayoría se inclinaba en afluir al metro de la Avenida Franklin–Calle Fulton en Brooklyn. Era la ruta más cerca. Al percatarse de que estaba lejos de su casa, se acercó a un carro y con ayuda del espejo extrajo con sumo cuidado los lentes de contacto color marrón, revelando unos hermosos ojos azules.
Ella, se queda observando un instante y procede a colocarlos en su estuche los lentes de contacto, prosigue su camino.
Era un día soleado, el verano hacía de las suyas y los candados neoyorkinos sufrían los embates del flagelante sol en sus rostros, era algo que muy poco se podía ver. La gran mayoría del año la capital del mundo está fría como una nevera. Algunas personas aprovechando el inusual calor se habían dado a la tarea de visitar las playas. Dama lo sabía, tenía un pequeño negocio de venta de comida y licores en Long Island, en uno de los bulevares, cerca de una de las mejores playas que era Coney island.
Una zona muy concurrida, ya sea en invierno o en verano. En los últimos años se había convertido en un lugar de esparcimiento familiar
. Dama caminaba con rapidez y entre empujones. Uno que otro gritándose groserías. Logro llegar a la estación del metro con sus peculiares grafitis en todo su entorno. Los artistas urbanos habían convertido este imprescindible trasporte en un lienzo andante.
Cómo siempre, tuvo que luchar para poder entrar.
-Muévanse por Dios! - gritaba Dama. Acostumbrada a esta rutina diaria, a la lucha del empuje y obscenidades. Vio como un hombre rodó por el suelo con un vaso de café de Starbucks. Logra entrar con algunos otros y siente como una lluvia de un líquido los baña ah quienes consiguieron ingresar.
Acontece, que un hombre cayó al suelo y no logro entrar al metro, con lo que le quedó en el vaso, lo lanzó en venganza contra quienes consiguieron el anhelado cupo de las 7:30.
- ¡Eres un desgraciado!
Le gritó Dama por la ventana, mientras que otro hombre le hacía gestos con el dedo medio.
Dama, se miraba su camisa, eran pequeñas salpicaduras de café, como el moho de la ropa húmeda.
- ¡Hay, no- se dijo para sí misma casi musitando!
El metro comenzó su recorrido y aunque había logrado entrar, iba de pie. A su lado iba una señora con un niño de unos ocho años, bastante obeso, con una gripe que ya estaba pasando, en ese momento el flujo nasal se convierte en un líquido espeso y pegajoso de color verde intenso. Dama, observo al niño y este se dio cuenta mientras le sonrió, entretanto de sus fosas nasales salían verdes y gelatinosos mocos.
Dama dibujó una media sonrisa en sus labios y en ese momento comenzó a vibrar su celular, un Sony Ericsson, ya bastante recorrido.
-fwimm-fwimm-fwiiimmm
- ¿Halo?
-hola jefa ya estoy aquí ¿Aún te demoras?
Era Marcia, una mujer morena de unas treinta primaveras, de cabello Crespo largo y hermosos ojos café, era delgada y alta. Tenía casi dos años trabajando con ella. Fue su mano derecha para no dejar decaer la pequeña empresa el año en que Dama no estuvo al frente. Se habían conocido, unos días después de que Dama adquiere el local número 11, que estaba vendiendo la alcaldía de new York.
Ella, había puesto un letrero donde buscaba una ayudante, cinco personas entrevisto, no obstante, la que pareció honesta y trasparente era Marcia.
Sus instintos no le engañaron, era una mujer diligente, gentil, proactiva, un poco mal genio en algunos momentos, honesta de pies a cabeza. Marcia se había convertido en su mano derecha. Uno de los requisitos que pedía Dama a su posible empleado era saber cocinar platos de pescado, mariscos, bebidas exóticas.
Por algunas semanas, Dama había recibido lecciones de un experto coctelería y chefs en platillos de mar.
De estas clases poco fue lo que pudo aprender y lo costosas que fueron, ensayo con otro maestro. El resultado fue el mismo. Un desastre en el momento de preparar algún plato que intentaría despachar a su clientela.
Había, pasado un mes desde que había adquirido su pequeño negocio y solo se limitaba a vender cerveza y uno que otro licor de botella, nada de comida de mar y coctelería como decía su costoso, enorme y brillante cartel, el cual estaba realizando muy bien su trabajo promocionando su negocio.
Fue una tarde en que llegó Marcia, con una hoja de vida en sus manos.
-Buenos días- dijo Marcia con una voz afable.
-Buenos días- contesta Dama quien salía de la cocina intentando quitarse un delantal blanco.
Marcia dice olfateando el aire.
- ¿Creo que los camarones en almíbar se quemaron?
Dama la mira intentando adivinar cómo sabía que estaba cocinando.
-Sí, es verdad, usted tiene toda la razón, fue solo un descuido, pero tengo una deliciosa carne a la plancha.
-Oh, no, no acudo a comer, vengo por el trabajo.
-Ah, por el trabajo- le contesto Dama pensando que esta mujer había adivinado que estaba. Cocinando.