Capítulo 15. Entre mentirosos se reconocen

Marianne

*

El chichón ya casi es inexistente. La maquillista de siempre ha logrado disimularlo por completo, casi ni se siente la ausencia de Franco.

Miento. Su ausencia pesa. No puedo evitar echar un vistazo alrededor del plató mientras Saúl me dice las últimas indicaciones antes de empezar a grabar el primer bloque del tema del programa «mi novio dice que viene del futuro».

Por la noche nos quedamos ahí, en ese rincón del estudio que ahora cuenta con toda mi atención, sólo recargado el uno en el otro y mirando el vacío hasta que recibió una llamada. Sus sobrinas estaban en medio de un colapso nervioso porque no encontraban el cargador del celular y los niñeros en turno ya no sabían qué hacer.

Franco me ayudó a cerrar el estudio de televisión. No permitió que lo lleve a casa, dijo que era muy tarde para que condujera sola más de lo necesario, así que se fue en taxi.

Y yo suspiré por horas sin poder dormir y recordando el calor de su piel contra la mía.

Y, claro, vuelvo a suspirar.

—¿Me estás escuchando, Marianne? —inquiere Saúl.

Regreso la vista a él y asiento.

—Claro.

Él menea la cabeza.

—Ese chiquillo que contrataste te tiene muy distraída.

—No es verdad —frunzo el entrecejo.

—Todos lo notan —Y señala alrededor—. Las personas hablan, Marianne. Mereces más que a un maquillista amateur.

—Es más que un maquillista amateur, Saúl. Ahora mismo se encuentra en un casting para una serie —explico con una mano sobre la cintura y la barbilla en lo alto—. Pero, y si lo fuera, ¿qué? Es mi problema con quién me relaciono, no de los demás.

—Eres una figura pública, Marianne. Tu vida es de la incumbencia de todos.

—¿Entonces hablan mucho de mí?

—Ajá.

Miro alrededor. Algunos camarógrafos desvían la mirada.

—Pues si tienen algo qué decir, pueden hacerlo en mi cara. Bola de cobardes.

Saúl suspira.

—Marianne, ¿quieres ganarte enemigos por un chiquillo aprovechado?

—¿Cuál chiquillo aprovechado?

—Franco.

—No es un aprovechado —contradigo en tono bajo y tomo las hojas que me entrega—. ¿De qué se aprovecharía?

Saúl encoge los hombros.

—Sin ti no habría conseguido ese casting, ¿me equivoco?

Dudo un segundo antes de responder.

—Sí, te equivocas —Pero no, no lo hace—. Franco lo habría conseguido solo.

—Me imagino —dice Saúl con una sonrisita—. Hasta tu asistente piensa que todo es muy extraño, que algo no cuadra.

—Brenda sólo es precavida.

—O identifica cuando alguien tiene una segunda intención porque ella hizo eso con Thiago —agrega como si le explicara a una niñita—. Piénsalo, Marianne. Entre mentirosos se reconocen.

Niego.

—Existe algo llamado destino.

—Que encierra personas en los armarios para forzar un encuentro —canturrea Saúl como quien no quiere la cosa.

—Y vamos de nuevo con eso —Doblo las hojas—. ¿Vamos a grabar o seguirás aquí de cizañero?

Saúl suelta una carcajada.

—Nunca me habían llamado así.

—Siempre hay una primera vez.

Doy la media vuelta y entro al plató donde la primera panelista ya espera en el cómodo sillón morado oscuro. Tomo asiento frente a ella, intercambiamos una sonrisa y guardo las hojas que me entregaron por debajo del almohadón de mi sillón.

—Eres mucho más bonita en persona —comenta la mujer.

—Gracias, tú igual eres guapa.

—Debes tener un montón de pretendientes.

Sonrío, prefiero no responder eso. Sí, claro que puedes tener muchos pretendientes, y entre todos no hacer uno. La mayoría piensa que soy una chica de una noche, o no la mujer perfecta para presentar a sus padres. No entiendo la razón, no creo que sea mala, pero es lo que hay.

—Brenda —llamo a mi asistente que bebe de su café en una silla de un costado.

La chica se incorpora y se apresura hacia mí.

—¿Sí?

—¿Puedes enviar un mensaje a Franco? Quiero saber si ya fue su turno de audicionar.

Brenda suspira hondo. Poco le falta para poner los ojos en blanco, pero me mantengo implacable. Yo también puedo ser odiosa.

—Sí, Marianne.

Ella desbloquea mi celular, escribe el mensaje y lo envía. Me enseña rápido la pantalla.