Cansado por la rutina de la vida en la selva, Adal Worf decidió aventurarse más allá de los límites familiares de su territorio en busca de novedad y aventura. Guiado por la curiosidad y el deseo de explorar lo desconocido, se adentró en las profundidades de la montaña, un lugar que rara vez había visitado.
En su búsqueda, se encontró con una escena inesperada: una hermosa dama, perdida y temblorosa, caminaba con paso vacilante entre los árboles y las rocas. Su presencia en aquel lugar remoto y salvaje le desconcertó tanto, que se detuvo en seco, observándola con curiosidad y cautela.
La dama parecía desorientada y asustada, y Adal Worf sintió un impulso repentino de acercarse y ofrecerle ayuda. Aunque su voz interna le recordó que debía tener cierta precaución antes de acercarse a aquella extraña, especialmente en un entorno tan inhóspito como aquel. Aun así, su instinto protector prevaleció; no podía dejar de preguntarse qué habría llevado a una mujer tan hermosa hasta el medio de aquella montaña.
Aquella dama iba vestida con una preciosa indumentaria blanca, creaba un contraste deslumbrante contra el verde intenso de la selva que la rodeaba. Cada pliegue de su vestido parecía brillar bajo los rayos del sol filtrados a través de las copas de los árboles, y su cabello oscuro caía en cascadas sobre sus hombros enmarcando un rostro de una belleza sobrenatural. Era obvio que aquella hermosa dama no pertenecía a esos parajes, y su presencia en medio de la selva despertó su curiosidad y su intriga.
Con mucha cautela, se acercó discretamente, manteniendo una distancia prudente tratando de que no se alarmara. Aunque su instinto le decía que debía ir cuidado, su corazón le decía todo lo contrario, latía lleno emoción ante la perspectiva de conocer a esa enigmática desconocida. Oculto entre las sombras de los árboles, observó con interés y un toque de sorpresa cada uno de los movimientos de la mujer, volviéndose a preguntar qué la habría llevado a adentrarse en un lugar tan peligroso y apartado de la civilización.
Sin que ella notase su presencia, él permanecía allí, apenas a unos metros de distancia, con sus sentidos alerta y su mente trabajando a toda velocidad para descifrar el misterio que rodeaba a aquella desconocida.
La hermosura de la dama, resplandeciendo en contraste con la exuberante vegetación de la selva, hipnotizó a Adal Worf. Su mente se llenó de preguntas y especulaciones sobre quién era ella y cómo había llegado hasta aquel lugar remoto y salvaje. Se preguntaba si había sido arrastrada por un accidente o si había emprendido un viaje audaz, por voluntad propia. La incertidumbre solo aumentaba su fascinación por ella.
Mientras Adal Worf la observaba en silencio desde la seguridad de su escondite, su corazón cada vez latía con más fuerza dentro de su pecho, anhelando acercarse a ella y así poder desvelar el enigma que representaba para él. Sin embargo, sabía que debía ser prudente y cauteloso. La selva era un lugar implacable, lleno de peligros y secretos, y él no podía arriesgarse a poner en peligro a su manada al acercarse precipitadamente a una desconocida.
Con pasos sigilosos, se acercó un poco más a ella. Escondido tras la frondosidad de la selva, la observaba con ojos ávidos llenos de conocimiento, deseando entender las sensaciones que emanaban de su cuerpo. Aparte del rumor del viento entre las hojas y el murmullo de los animales, reinaba un silencio sepulcral en aquel lugar apartado de la civilización.
Pero distraído en sus pensamientos, la perdió de vista y cuando se dio la vuelta sin esperarlo la tenía por detrás de él.
La dama le miró con sus brillantes ojos y habló con una suave voz:
—Hola —dijo respetuosa—. Soy Kenya, la princesa del reino de África. Estaba buscando un símbolo de ensueño y me encontré aquí en mitad de la nada —comentó sin dejar de mirar aquellos bellos ojos que se clavaban con fuerza a los de ella.
—Señorita, ¿Qué hace una princesa como usted en estos parajes? —preguntó Adal Worf asombrado, tratando de no tartamudear.
Intentó comprender como tanta belleza se podía encontrar en un solo cuerpo, pues, Kenya era la dama más bella que sus ojos alguna vez hubiesen visto. Anonadado, perdido en esos ojos verdes que tenía frente a él, Adal Worf por fin reaccionó y dio un paso al frente para salir de su escondite.
—Siempre me han atraído los lugares salvajes y naturales, y mi madrastra me había prometido que si encontraba este lugar, donde el hombre lobo ya no corretea, hallaría mi destino.
Después de escucharla con atención, se dio cuenta de que todas sus preguntas habían sido respondidas. Podía ver un nuevo destino, en aquellos ojos se podían leer nuevas historias, ese mismo día supo que acababa de encontrar a su Luna, esa pareja que todo hombre lobo desea para forjar un futuro fuerte y duradero.
—Señorita este lugar no es el indicado para usted, pero estoy dispuesto a acompañarla de regreso a su hogar —respondió sonriendo—. Yo no sé la senda que llegará a su castillo mi princesa, pero será para mí un placer guiarle.
La princesa asintió y aquel día, Adal Worf olfateó el rastro de sus pasos y guio a la princesa de regreso a su reino con gran orgullo. Durante el camino se hicieron buenos amigos, contándose historias y compartiendo sus diferentes habilidades. Durante el recorrido descubrieron una profunda conexión. Y al llegar al castillo de la princesa, esta se despidió de Adal Worf, ofreciéndole por su ayuda un regalo.
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Editado: 19.06.2024