La angustia se apoderó de Adal Worf cuando vio a Kenya en ese estado. El arrepentimiento le consumía mientras se aferraba a la esperanza de que los curanderos pudieran salvarla. Mientras esperaba ansiosamente fuera de la choza, el tiempo parecía detenerse y cada segundo se volvía una eternidad.
Sus pensamientos se desbordaban con preocupaciones y remordimientos. ¿Había tomado la decisión correcta al morderla? ¿Habría puesto en peligro su vida y su bienestar al hacerlo? Aunque en su corazón sabía que lo había hecho por amor, la incertidumbre lo atormentaba.
No pudo dejar de observar como los curanderos salieron de la choza con expresiones sombrías y muy preocupados por la vida de la joven princesa. Se acercaron a Adal Worf con gestos de pesar y le informaron que la situación de Kenya era mucho peor de lo que habían anticipado. Sus heridas eran profundas y graves, y temían que fuera demasiado tarde para salvarla. Entonces su corazón se hundió en la desesperación al escuchar aquellas palabras. La idea de perder a Kenya, la luz de su vida, le llenaba el corazón de un dolor abrumador. Se culpaba a sí mismo por haberla arrastrado a ese destino incierto y se preguntaba cómo podría vivir con la culpa si ella no lograba sobrevivir.
Regresó a la cabecera de Kenya, donde ella yacía pálida y frágil, luchando por sobrevivir en cada aliento. La miró con ojos llenos de angustia y amor, y se aferró a su mano con desesperación, rezando en silencio; esperando que la luna le concediera un milagro que pudiera devolverle la vida a su amada.
El aire estaba cargado de una atmósfera pesada y sombría, como si el propio universo lamentara el destino incierto de Kenya. Adal Worf, con el corazón desgarrado por la impotencia, continuaba su vigilia junto a ella. Sin perder la esperanza, pero sintiendo cómo la desesperación le envolvía como una siniestra niebla. Cada respiración de Kenya era un susurro débil, cada latido de su corazón resonaba con una melodía de despedida.
La luna azul brillaba en lo alto, iluminando la escena con su resplandor frío y distante. Adal Worf, con la mirada clavada en el firmamento nocturno, rogaba en silencio por un milagro que parecía cada vez más esquivo. El tiempo se deslizaba como arena entre sus garras, y el amanecer se acercaba inexorablemente, trayendo consigo la amenaza de un destino funesto.
Pasaron tres noches y la herida de Kenya no sanaba con ningún remedio, Adal Worf la tenía acogida entre sus brazos y por un instante sintió que esa noche tenía algo especial, la luna era grande y hermosamente redondeada, había algo muy bonito en ella y es que sus rayos eran de color azul. La llevó hasta la calle entre sus fuertes brazos, y la tumbó al pie de un árbol viejo y robusto lleno de vida, en el que cada vez que Kenya tenía dudas, se recostaba sobre sus raíces para meditar en sus problemas. Adal Worf dejó su cuerpo en el suelo, y después de su transformación comenzó a rezar a la luna en su forma lobuna. Pasó toda la noche al lado de Kenya envolviéndola entre sus patas, su pelaje se entrelazaba con el cuerpo desnudo de su amada, transfiriendo su calor y energía vital, mientras que en sus ojos lobunos se irradiaba un amor inquebrantable, pero aun así no bastaba. Kenya ya no tenía fuerzas para quejarse; ya no quedaba casi nada de sangre en su cuerpo.
Sin embargo, esa noche algo mágico sucedió en el cielo. Mientras aullaba a la luna, más imponente y hermosa que nunca había visto, Adal Worf sintió una corriente de energía sobrenatural recorrer su cuerpo, una fuerza que le decía que aún había esperanza.
A medida que la noche avanzaba, Adal Worf podía sentir cómo la energía de la luna fluía a través de él y en los ojos de su amada, se podía ver el dolor que provocaba en ella aquella mordedura. Con la esperanza de calmar su dolor, Adal Worf comenzó a pasar la lengua por su cuello y…, como si de un milagro se tratase; fue sanando poco a poco. La herida que antes no dejaba de sangrar comenzó a cerrarse lentamente, y su debilitado pulso empezó a fortalecerse.
La luna azul brillaba intensamente, impregnando a ambos con su poder curativo.
El amanecer trajo consigo un milagro que nadie podía explicar. Kenya, aún débil, abrió los ojos y se encontró con la mirada llena de esperanza de Adal Worf. Su cuerpo, rejuvenecido y lleno de vitalidad, era ahora un testimonio vivo del poder transformador de su amor. Aunque las marcas que adornaban su cuello la recordaban, que eran producto de los colmillos de Adal Worf, a pesar de que sabía que ese recuerdo jamás se iría de su cabeza. La pasión que él lobo sentía por ella no sería lo suficientemente fuerte, como perdonarle sin más; esos tres días fueron los peores que ella había vivido en su vida.
Los días siguientes fueron difíciles para ambos. Kenya se sentía incómoda al mirar a Adal Worf a los ojos, y a él le costó recuperar la confianza de tenerla nuevamente en sus brazos. Pero a medida que el tiempo pasaba, Kenya comenzó a apreciar todo lo que Adal Worf había hecho por ella, su vida había cambiado por completo, ella ya era una loba y con ello la aceptación de la manada también había llegado. Poco a poco, el perdón se abrió camino en su corazón y su amor hacia Adal Worf se fue haciendo más necesario para ella.
A medida que se adentraba en su nueva vida, descubrió que solo podía transformarse en loba una vez cada cuatro lunas. Cada vez que experimentaba la transformación, se llenaba de alegría y una felicidad desbordante. Por primera vez en su vida estaba libre y conectada con su verdadera naturaleza, podía correr, jugar y aullar sin tener que dar explicaciones de por qué lo hacía, y todo en ella la hacía sentir viva y completa.
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Editado: 19.06.2024