A la mañana siguiente me desperté como de costumbre, a las cinco de la madrugada, y cuando comencé a vestirme, escuché que alguien tocaba la puerta de mi cuarto.
—Voy —respondí, abrochando los botones de mi camisa—. Ashly son las cinco de la madrugada, ¿Qué quieres ahora? —pregunté, con los ojos medio pegados por el sueño, y aún algo molesta.
—Hola... ¿Me dejas que pase a tu alcoba? —preguntó, levantando su ceja derecha, como hacía siempre que quiere algo.
—Somos hermanas, ¿tú qué crees? —respondí de mala gana, porque ni siquiera me dijo a lo que venía a esas horas.
Ashly pasó y recorrió todo mi cuarto con la mirada, como si buscase algo. Cuando terminó se sentó en la cama, y yo cerré la puerta. Me quedé fijamente mirando como ella actuaba con los brazos cruzados, esperando que me dijera por que vino a mi cuarto.
—Sé qué estás enfadada conmigo, pero... Hermanita lo siento por ti. No recordaba que los lobos sí dormís de noche, pero tengo mucha hambre y..., o me das de comer algo o tendré que salir de paseo —dijo la muy descarada, sin importarla mi estado de humor a esas horas.
—¡Hola! Estoy aquí delante, no te pases con tus insultos —respondo para defenderme, ya me estoy hartando de que me trate así.
—Bueno...—puso sus ojos en blanco—. ¿Me das de comer? Aunque sea un poco de esa sangre tuya artificial o... ¿Me voy de caza mayor? —Afirmó sus palabras con la cabeza, y las manos extendidas en forma de amenaza.
—Vamos, llama a los demás mientras yo voy a la cocina a preparar el desayuno —refunfuñé, muy molesta por su comportamiento.
—Está bien, voy a llamarles.
Cuando ya casi estaba saliendo de mi cuarto y creí que ella ya se había ido, me dio un susto de muerte.
—¡Buuu! —Me hizo dar un brinco, mientras se reía de mí—. Hermanita tu castillo mola mucho —comentó después, la muy imbécil.
Ella no tenía corazón, pero yo sí y además el mío funcionaba a la perfección, yo no era tan vampiro como ella. Aunque no se lo creyera yo sí tenía sentimientos, cosa que ella ya no recordaría ni lo que eran. Y si hubiese podido retroceder el tiempo hacia atrás, hubiese intentado no matar a su familia, os lo juro: porque no hay día en el que no me arrepienta de haber matado a sus padres, para mí fue muy complicado tener que convivir con ella en la misma casa, y verla cada día llorando por ellos.
En realidad, ver a mi hermana en mi contra siempre o casi siempre era algo que me superaba, mi corazón era mucho más frágil de lo que ella podía estar pensando. Yo, aunque ella no lo supiese en realidad la quería mucho, y gracias a ella comencé a estudiar lo de encontrar una forma más adecuada para alimentarnos, digamos que ella era..., mi punto débil. Sabía que era muy difícil de creer, pero a pesar de que mi aspecto en luna llena la pudiese hacer creer que yo era un monstruo, no era más que una oveja con piel de lobo.
Cuando llegué a la cocina preparé un delicioso desayuno, unos hígados de ciervos, y mi coctel especial de sangre, con un poco de tomillo. Ellos fueron llegando poco a poco y se sentaron en la mesa, papá y mamá, aparecieron los primeros como siempre. Después, llegó la pareja feliz, que si no fuese porque mi hermana es una empalagosa que siempre buscaba problemas entre nosotras, me encantaba verlos juntos y felices.
—Deberías desayunar más despacio —dijo mi padre, sentado justo a mi lado.
—No tengo tiempo, me tengo que ir a trabajar —respondí enseguida.
Sabía que tenía razón, pero no podía evitarlo, había muchos días que me costaba despertarme y más que nada porque a mi parte loba le apetecía dormir; sobre todo en invierno. Aunque por otro lado estaba mi parte vampírica y esa en las noches me hacía tener insomnio.
—Hija mía, tu padre tiene toda la razón del mundo —afirmó mi madre, mientras se comía despacio el hígado.
Ya no me defendí más ese día, ni siquiera respondí. Me daba mucha pereza tener que dar tantas explicaciones recién levantada, por lo que me limité a levantar la cara para buscar sus ojos, y sólo me encogí de hombros.
—Mamá, dejarla ya —comentó mi hermana, oliendo y saboreando la copa de sangre—. ¡Esto está exquisito! —exclamó, casi sin poder dejar de beber hasta la última gota.
Todos la miraron asombrados, esa era la primera vez que tenía esa reacción, con alguna de mis comidas. Al ver su expresión de asombro, cada uno cogió su copa y probaron la bebida.
—¡Excelente! —afirmó mi padre, abrazándome.
Mi madre le miró sorprendida por su reacción, ya que siempre fue demasiado reacio a probar mis comidas, y gracias a esa incertidumbre ella masticó rápido un pedazo de hígado que tenía dentro de su boca, y cogió su copa.
La tomó entre sus dedos con delicadeza, primero la olió como si fuese una gran catadora de vinos, y después llevó la copa a sus finos labios, para endulzar su paladar, con esa bebida que tanto adularon los demás.
—Hija, esto está buenísimo, ¿Qué clase de sangre es? —terminó por preguntarme.
—Es del grupo sanguíneo cero positivo, una de las mejores que hay, la compro en los hospitales y es sangre humana. Pero lo que la hace más especial, es el cuarto de litro de sangre de cerdo y, para rematar le doy un toque de tomillo es lo que la hace más gustosa.
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Editado: 19.06.2024