Aquel olor era persistente, no sabía de dónpero estaba dispuesta a localizarlo, avancé por el pasillo en su busca y me recondujo hasta la sala de juntas. Al llegar, en mi mente escuché varias voces de las chicas que trabajaban para mí.
—Es muy guapo.
—Con este hombre tendría muchos hijos.
—Quítate de ahí, hazme un hueco. ¡Este hombre es para mí!
Todos esos comentarios y muchos más son lo que logro escuchar, hasta que hay uno en especial que hace que esos desaparezcan.
—Venga, no seas tonta. ¡Acelera tus pasos! —dice mi loba interior.
—¿Qué tiene de especial ese olor? —pregunto ensimismada, sin dejar de presentir que ese olor, es el que me hace mover los pies; es como si mi cuerpo reaccionase por sí mismo.
—Tú no te pongas nerviosa y camina rápido. Si recuerdo bien, puede ser la nueva esperanza de tu vida. ¿Quieres acelerar? —me pide Laia, eufórica por la emoción.
—Lo intentaré, pero estos zapatos tienen mucho tacón —respondo muy nerviosa, intentando que mis piernas puedan caminar más rápido.
—¡Descálzate, descálzate! —sugiere Laia, aún más nerviosa que yo.
Le hice caso, dando saltos primero sobre una pierna, y después sobre la otra conseguí sacarme los zapatos, iba desalineada, y con el cabello un poco revuelto y con un zapato en cada mano, pero Laia tenía razón; efectivamente en menos de un minuto estaba en la sala de juntas.
Las chicas se quedaron blancas cuando les di los buenos días, pero peor se quedó mi cara al ver que, casi estaban sentadas en el regazo de un hombre moreno, esbelto, musculoso, y sobre todo demasiado guapo. Tenía una sonrisa preciosa, sus dientes parecían perlas de lo brillantes que eran, por no decir que sus ojos dorados eran como dos soles que alumbraron toda la sala. Cuando todas dejaron de acorralarle, se me quedó mirando al ver que llevaba los zapatos en las manos.
—Chicas, me dejáis a solas con el señor... —comenté, volviendo a colocar los zapatos en su sitio.
—Buenos días, me llamo Esteben, soy el señor Esteben Hoffman. —Me saludó, extendiendo su mano mientras decía su nombre.
—Este hombre es tuyo, solo tuyo —repitió mi loba interior, mientras yo levanté la mirada.
—¿Y cómo lo sabes? —pregunté cabreada en alto.
—Hombre... pues... mis padres siempre me han llamado así —respondió, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras rascaba su nuca con la mano.
—¡Oh no, no, no! Perdón, se lo suplico, no era para usted esa contestación —me excusé sin dejar de mirar esos ojos de color amarillo ámbar—. Dígame... —Hice una pausa antes de preguntar—. ¿Qué es lo que desea?
—Seré muy claro con usted. Soy periodista, vengo de California y me gustaría que me dejara cotillear por su laboratorio, y que me concediera una entrevista en privado.
Me quedé pensativa por unos segundos, recordando la bronca que tuve con Valerius, hace tres años, pero igual solo se trataba de una entrevista cortita, y antes de volverme más loca dentro de mi cabeza, mi loba me hizo despertar de mi ensueño.
—Cómo le niegues algo a ese bombón... Te juro que te dejaré de hablar el resto de tu vida. Y… te aseguro que son miles de años —me amenazó Laia, llena de impaciencia esperando que dijera que sí.
—Está bien —respondí, aunque no muy convencida.
—He tú, loba tonta. ¿Quieres espabilarte? Llevas cientos de años sola, intentando encontrar a tu lobo, a esa bestia que te haga el amor como nadie cada noche —escuché la voz de Laia, reclamándome en seguida.
Por otro lado, estaba Esteben resumiéndome las ideas que tenía para su entrevista, y como mi loba no se callaba, me puse en pie y le pedí a Esteben algunos minutos para ir al baño.
—Cállate ya, por favor, Laia —recriminé mientras hacía mis necesidades.
—Venga ya, ¿estás loca? Si te dejo sola no vas a reaccionar y menudo hombre vas a perderte como no te espabiles, mira cómo le tenían rodeado tus empleadas, si yo fuese tú ya las había puesto de patitas en la calle.
»No tienes remedio, siempre vas a ser la misma tonta de siempre, además... ¡menudo papasote! Estoy segura de que no le has mirado aún a su paquete, y te aseguro que está muy bien dotado, es un buen lobo, y quizás hasta el último espécimen que pueda llegar a existir.
»Ese lobo y tú tenéis que procrear y hacer muchos bebés, tenemos que volver a construir una nueva manada entre los cuatro.
Ya no la aguantaba más, me tenía roja de vergüenza, y no se callaba, me estaba volviendo loca. Salí del baño y caminé de nuevo por el pasillo en silencio intentando mantener la calma, pero una de sus frases me hizo dudar por un segundo, y terminé por preguntarla:
—¿Qué significa eso de procrear los cuatro?
—Ya lo sabes, siempre estoy contigo, me entero de todo lo que haces.
No me esperaba esa contestación para nada, y para el colmo de todos los males mis dudas empeoraron cuando pensé; en todos los chicos con los que me he acostado.
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Editado: 19.06.2024