Horas después iba saliendo de mi empresa. Bajé a los aparcamientos, y ese olor volvía a reaparecer, ese día había limpiado esa sala tres veces, pero ese olor continuaba. Escuché algo parecido a unos pasos a lo lejos, pero no fui capaz de ver nada. Subí al coche, y comencé a conducir de regreso al castillo. Antes de entrar a mi hogar me sentí observada, y el olor seguía activo en mis fosas nasales.
—Deja de pensar ya en ese lobo, seguro que te estás obsesionando Win —dijo mi loba.
Giré sobre mis talones, pero mi jardín era tan grande y los setos tan altos que no sabía si me habían seguido hasta mi casa.
Aunque no lo creía porque me hubiese dado cuenta, sino porque ese olor a macho no se iba de mí, olí mi ropa una y mil veces y efectivamente debía de ser eso, o por lo menos eso fue lo que quise pensar.
—¿Tú que crees? —pregunté a Laia, con la esperanza de que me diese una respuesta coherente, después de haber revisado que no había nadie.
—Sí, y no seas pesada entra ya en casa —me dijo casi en un regaño.
Caminé un poco al frente, y antes de llegar a la puerta pasó algo que no me esperaba para nada. Escuché que unas voces familiares venían hacia mí, me di la vuelta enseguida. Y que creéis, me quedé de piedra cuando me di cuenta de que era mi familia. «¡Demonios!, otra vez vinieron sin avisar», pensé para mí.
—Hija mía, hemos venido a por ti —dispuso Elizabeth, cayendo casi a mi lado.
—¿Qué hacéis aquí? —pregunté, con voz tenue pero audible, mientras que me esforzaba por fingir una sonrisa.
¡Genial! Toda mi familia salió a recibirme, habían venido hasta Alaska, y no sabía por qué. No es que no estuviese contenta, haber; es que simplemente no me lo esperaba y ahí vino la frase del millón.
—Hermanita... no te esfuerces tanto, sé que no somos de tu agrado, pero nos tendrás que aguantar —soltó Ashly en mi oído, con una sonrisa radiante, cosa de la que me quedé impresionada. Me pregunté si hoy le habría dado mucho tiempo el sol y le había quemado las pocas neuronas que tenía en su cerebro.
—Hola cielo —comenzó a decir Valerius, después de darme un abrazo—. Espero que no tengas planes porque nos vamos de viaje, y como puedes ver; iremos en tu coche para que te puedas venir con nosotros —me dijo de golpe y porrazo.
Encima creo que esperaba que le dijera que sí.
—Yo no puedo, tengo mucho trabajo por hacer —respondí, tratando de excusarme, además no quería ir.
—De eso nada. ¡Tienes que venir!, tengo algo que enseñaros a todo. Además, para tu madre y para mí todo esto puede ser muy importante —escuché decir a mi padre, negándose a mis deseos de quedarme en casa.
—¡Pero no tengo el equipaje preparado! Además, no avisé a nadie de esto en mi empresa, y...
—Y nada, no me pongas más excusas, no estoy dispuesto a escuchar un no por respuesta —me interrumpió mi padre. —Solo serán unos días, además tengo una sorpresa muy especial para ti.
Después de tanta insistencia y todas esas respuestas tan negativas, esa noche solo quería que la tierra me tragase en aquel momento, pero eso no pasó; por lo que me vi obligada a llamar a Laura, mi asistente personal. Una vez que contacté con ella, la comuniqué que por una urgencia familiar tenía que salir de viaje, que era cuestión de vida o muerte y que me veía en la obligación de tener que irme unos cuantos de días.
Emprendimos el viaje y como yo no tenía alas con las que poder volar, fui la conductora de mi propio coche, cinco horas después mi cuñado se ofreció para conducir. Me cambié al asiento trasero y apoyé la cabeza en el hombro de mi padre, los ojos se me iban cerrando poquito a poco.
A mitad del camino me desperté, porque sentí que la luz del sol casi los estaba amenazando; a pesar de que el coche llevaba los cristales tintados. (Trucos de vampiros, ya sabéis)
—Si queréis puedo seguir yo conduciendo y vosotros podéis volar hasta allí.
—Puedes dormir cuñadita, pero ya casi estamos llegando —contestó Raúl, buscándome por el retrovisor central.
—No tengo sueño, además el sol os puede hacer mucho daño —mentí, intentando que mis ojos no se volvieran a cerrar.
—Pulgosa lo mejor será que te duermas, así podrás vigilar por el día para que no nos ataque nadie.
—¡Yo no tengo pulgas! Eres muy malvada conmigo —gruñí después de defender mi honor.
—Ya está bien —se quejó mi padre, para que dejáramos de discutir, mientras mi madre y mi cuñado, se miraban con una sonrisa.
Después de un largo viaje por fin llegamos a una casa victoriana, por lo que pude ver se trataba de una casa con cientos de años, las piedras eran de granito, estaban llenas de moho, desde lo lejos se podía ver que esa casa no tenía muy buena salud. Me daba la sensación de que estaba enferma, a simple vista parecía un lugar abandonado en mitad de una montaña. Me mantuve en silencio después de poner mis ojos en blanco, yo ya estaba acostumbrada a ciertas comodidades.
—Se puede saber... ¿Dónde nos encontramos? —pregunté llena de incertidumbre, mientras me bajaba de mi coche.
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Editado: 19.06.2024