Una vez más, yo.

Lo Que Construimos

Enero 26, 2019.

9:19pm.

 

Advertencia:

«No consideraría esto un poema, es un simple relato del porqué a mi todo. Espero que puedan seguirle el hilo a este desastre de emociones».
 

~
 

  Conocerlo no fue una casualidad, os contaré porqué.
 

  Tenía un amigo en línea y, honestamente, jamás creí que lo conocería. Pero, para mi desgracia, lo hice. Ese agitado miércoles de enero mi mundo iba a dar un par de vueltas y yo anduve inocente tarareando rimas por ahí.

  Recuerdo que estaba con unos viejos amigos de la secundaria, discutíamos cosas estúpidas que nos hacían reír de manera exagerada, y solo bastaron unos segundos de distracción para que mi mirada cayera en su ridícula cabellera negra.

  Antes de darme cuenta, me hallaba a mitad de camino, decidida a darle la sorpresa de mi presencia. Sin embargo, segundos antes de estar a veinte centímetros de él, me doy cuenta de que no está solo, sino que lo acompañaban unos cinco chicos más. Quise dar un giro hacia atrás y fingir que nunca lo vi, pero era muy tarde, todos se me habían quedado viendo. Aunque mi mirada había caído peligrosamente en la de alguien más y ahí es donde comienza esta historia.
 

Joe

 

  Tus ojos avellana incendiaron mi aquelarre de emociones salvajes. Había algo allí, en ese lapso de existencia, donde solo tú y yo podíamos ser.

  Jamás olvidaré lo que sentí ese día. No lo entendía, no pensaba en ello, no hablaba de eso pero estaba ahí. Y resulta que solo eras tú, iluminándome.

  Volví a verte al día siguiente, lucías ridículamente sexy. Fumabas un cigarrillo mientras me echabas el ojo sin la menor intención de ocultarlo. Te dirigiste a mí y el universo se partió en dos.

  — Sé que te encanto —balbuceaste mientras todo el humo salía de tu boca—.

  Yo reí y me excusé con la primera mentira más grande del siglo: — Jamás saldría contigo.

  Quería creérmelo, en mi inocente cabecita todo iba de acuerdo al plan: no te metas con fuck boys.

  Ya era demasiado tarde... y no hablo de ti.

  Pasaron los días, más rápido de lo que me gustaría relatar. Tú y yo fluíamos sin intención de detenernos.

  Empecé a salir con nuevas personas, un par de estrellas por las que recibiría una bala o dos. Les exaltó mi notorio interés en ti y no dudaron en darme su opinión: — Es un fuck boy, no nos cae bien. Solo quiere jugar contigo, bla bla bla—escupieron sin escrúpulos—.

  — ¿Y qué?  —siempre les hacía la misma pregunta, hasta que una de ellas comenzó todo, con un cínico: "— Jamás se enamoraría de ti."

  Se nos ocurrió hacer una apuesta que consistía en lo siguiente:

  • Tiene que enamorarse de ti entre los próximos tres meses.

  • No pueden besarse.

  • No puedes contarle la verdad.

  Se nos olvidó la más importante: "No te enamores de él."

 

  Desgraciadamente, así fue. Todo empezó esa cálida noche del veintiséis de enero. Existen tres razones por la que acepté:

  1. Me molestó el hecho de que ellas creyeran que tú nunca te enamorarías de mí.

  2. Había algo que me decía que no eras tan malo como parecías.

  3. Soy una idiota.


  Empezamos a vernos muy seguido y me gustaba hacerlo, eras agradable. Un buen día, tomaste mi teléfono y guardaste tu número. Te agendaste como: "El amor de tu vida."  Reí al encontrarlo y lo cambié de inmediato. Sin embargo, no sabía tu nombre por razones que tú ya conoces, así que te agendé como lo primero que se me vino a la cabeza "Joe."

  Pasaron varios días, hasta que recibí la primera de nuestros cientos de llamadas. Nos pasamos una hora discutiendo tonterías, pegados al teléfono, mientras esa estúpida sonrisa que tanto te gusta no se despegaba de mi rostro. Me gusta creer que tú lucías tan ridículo como yo.

  Empecé a escribirte cartas que nunca imaginé que leerías. Casi todos los días, en medio de clase, me dedicaba a detallarte todos mis pensamientos sin importar lo tontos que resultaban ser.

  Pasó un mes y yo quería verte todos los días. Siempre me invitabas al lugar donde vivías pero yo me negaba a acompañarte por que sabía que allí todo se saldría de mis manos. Y aunque no quiera admitirlo, me gustaba tener el control. Sentía que nada podía salir mal, a menos que yo me distrajera.

  No quería dejar caer mi armadura, que me vieras desnuda y conocieras el desastre que arrastraba conmigo.

  El día de San Valentín, me encontraba sentada en tu sala de estar con las piernas cruzadas y las mejillas sonrosadas. No estábamos solos, uno de tus amigos nos había acompañado. No sé como dejé que me convencieras de ir allí pero me alegro de que lo hicieras. No pasó nada, te sentaste a mi lado y recorriste mi espalda con tus brazos mientras escupías palabras sin mucho sentido. Aún puedo sentir la electricidad que recorrió mi piel cuando te sentí un poquito cerca.

  Poco tiempo después, se me había hecho rutina pasar a recostarme entre tus brazos. Todavía no podía aceptar que sentía algo por ti, no más que una ligera atracción hacia tu regazo y un amor innegable por tus rizos revoltosos.

  Creí que si te hacía pensar que no me interesabas, yo también iba a creérmelo. Y por mucho tiempo nadé en mi propia mentira.

  Me creía tanto ese engaño, que me permití caer perdidamente por alguien más.

   Tú y yo echábamos fuego y a veces esas chispas nos dolían. No me preocupaba mucho por lo que hacías, no me hacía preguntas sobre tu pasado, ni cuestionaba si ibas a ser parte de mi futuro. Me conformaba con chispear en el aquel ahora.



#45487 en Novela romántica

En el texto hay: poemas

Editado: 20.02.2019

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