Una vida

Nina: No siempre se puede ser feliz

Durante estos tres días pude adaptarme a la presencia de Dana, después de explicarle un poco cuales eran mis planes, mi sistema y mi forma de afrontar las cosas, le ofrecí acompañarme y ella no me rechazó. Decir que “le ofrecí”, es un poco hipócrita, en realidad solo tiene dos opciones, sobrevivir a la incertidumbre conmigo o la certeza de que morirá sola.

Después de eso la interrogué, aunque sus respuestas no tenían ningún sentido, para ella lo tenía. 

Dana tiene unos 16 años, a juzgar por su apariencia, vivía en una burbuja a la deriva. La primera vez que fue consciente de si misma se quedó pasmada mirando el infinito por tiempo indeterminado, no sabe si fueron horas o días. No comía, no bebía, solo despertaba y dormía.

Todo su relato me hace creer que, cuando la encontré, acababa de sufrir un trauma que la hizo bloquear sus recuerdos y la reemplazó por la fantasía de la burbuja, un lugar en el que se sentía segura. Sin sus recuerdos no es ningún tipo de amenaza, lo único que es peligroso en ella es su ingenuidad e ignorancia.

Me llevé una gran decepción, un día el generador dejó de andar, así que le pedí que se iluminara para poder ver, pero ella no tenía idea alguna de lo que me refería. Estaba atardeciendo, solo tenía una linterna para alumbrarnos hasta el día siguiente, cuando trataría de adivinar qué le pasaba al estúpido generador. 

Por suerte, esa decepción se arregló al día siguiente, que me desperté por un ruido fuerte de algo arrastrándose. Salí apurada, temiendo que nos hubieran encontrado. Tsunami y Dana no estaban, lo que me hizo preocuparme aún más, temí lo peor. Dana confabulada para llevarse al ser que más amo en este mundo.

Salía los tropezones, tenía puesta una remera fina y un yogin, afuera hacia mucho frío. El invierno podía ser de 20 grados, de 6 o de -1o, no esperaba congelarme. La desesperación hizo que no me importara lo suficiente. 

Mi pequeña Golden, que ya no es tan pequeña, la rescaté de morirse de hambre, aguantó mucho más que el resto de sus pobres hermanitos y que su madre. Ingerí muchas menos de mis raciones para poder alimentarla y mantenerla viva. Incluso mi mejor amigo me ayudó a que saliera adelante.

Escuché un ruido en el jardín trasero, al ingresar ví a Dana trabajando con un enorme panel solar y unos cuantos objetos que mis precarios conocimientos en tecnología no reconocían.

—¡Buenos días Nina! —exclamó de muy buen humor. Estaba sorprendida de que estuviera parada, no debería poder caminar bien, apenas ayer se dejó de abrir los cortes que se hizo.

Tsunami se me acercó corriendo con la lengua afuera, moviendo su colita y dándome la misma alegría que me dio verla desde el primer día que la vi.

—¿Qué haces? —le pregunté algo confundida.

—Tratando de hacer un generador a base de energía solar. Es claro que no será igual de eficiente que una que funciona a nafta, pero bastará para que me siente a arreglar el otro generador. Si no logro arreglarlo, la casa del vecino tiene dos paneles solares más.

Me quedé boquiabierta, en un principio actué un poco incrédula, no podía creer nada de lo que decía, pero cuando prendieron todas las luces de la casa, aunque las máquinas como el viejo caloventor no funcionaban, al menos teníamos luz. Si apagábamos cada foco y desconectamos todo, el caloventor andaba  con muy poca potencia, pero era algo.

Sonreí, tener a alguien que conocía de tecnología era tener una mina de oro y nos daba probabilidades de tener una mejor vida en algún momento. Todo dependería de que materiales le proporcione y que tan extensos sean sus conocimientos.

Después de tres días, comencé a buscar suministros suficientes para el viaje, entrando en cada edificación que pudiera a robar comida enlatada. El proceso fue mucho más lento, porque Dana estaba volviendo nuestro auto eléctrico y estaba tratando de hacerle una estación de carga basada en no se que cosa. Solo sabía que, aunque el proceso de carga sería de unas 6 horas, teniendo dos, podríamos solo detenernos para cambiar la batería.

  

Caminé con bastante tranquilidad por las solitarias calles, tenía una mochila y valija para llenarlas con lo que consiguiera. El día era soleado y por fin tenía tiempo para reflexionar.

La presencia de Dana no es molesta, es de alguna forma refrescante, no genera muchos problemas, aunque es algo descuidada con sus herramientas, pero no es nada muy grave. Es solo que a veces olvido que ya no estoy sola, con el paso del tiempo olvidé lo que significaba estar acompañada y verla me ponía un poco ansiosa. Necesito mi espacio.

Tal vez esa soledad me hizo daño en algún nivel tan profundo que no puedo terminar de entenderlo aún. Mientras no estorbe en mi día a día creo que no tendré que preocuparme, al menos por ahora.

Pasé por una casa que parecía no haber sido saqueada, ingresé con facilidad, rompiendo una ventana, no había nadie a mi alrededor y no tenía que preocuparme tanto por el ruido.

Entre, encontré una alacena llena de alimentos que estaban vencidos, entre ellos logré rescatar algo de comida, no mucha, no alcanzaría ni para una semana, pero era un buen comienzo, hubo años en los que tuve que retrasar mi ida para recolectar comida.

Caminé un par de horas, conseguí cinco latas de tomates, dos bidones de arroz y tres cajas de garbanzos. Estoy comenzando a pensar que en algún momento debería tratar de plantar comida, no sé como, porque no creo que aguanten el verano.

Decidí volver, ya estaba atardeciendo y nadie quiere estar en pleno invierno expuesto a la oscuridad. Podrías morir de hipotermia en un par de minutos. Odio lo extremo que es el clima. Los viejos contaban que hubo épocas peores, tal vez cuando yo sea vieja el clima sea menos extremo.

La valija se había llenado, eso nunca pasaba. Extrañaba tener algo de suerte.

Estaba llegando a la casa, cuando noté que Dana dejó la puerta abierta. Bufé, así la casa estaría helada y nos costaría mucho volver a calentarla.




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