Hay muchas primeras veces; la primera vez que caminas, el primer diente que te sale, la primera canción que escuchaste, tu primer amigo, tu primera pelea con tu nuevo amigo. Infinidad de primeras veces que todos ignoran. Porque todos se fijan y piensan en sexo cuando alguien dice “la primera vez”.
Mi primera vez, no en el sexo, sino mi primera vez importante, fue la vez que me sentí solo.
Nunca conocí a mis padres, había pasado 9 años de mi vida en un orfanato, lo curioso, es que siempre estuve solo, pero no lo note sino hasta después de sentirme acompañado. Y esa vez fue a los 7, una linda pareja había ido al orfanato, buscaban a un niño pequeño, pero no tanto, tranquilo y educado, y yo era esa opción, no porque quisiera, sino porque no me dieron la oportunidad de mostrarme tal y como quería ser.
Estuve sólo dos días con esa familia, luego volví al orfanato. Ellos habían muerto. Me sentí protegido y querido por 48 horas, se había sentido bonito.
Cuando regrese al orfanato, los otros niños se rieron de mi porque “me devolvieron”. Jamás me dijeron como habían muerto. Y los niños no sabían que habían muerto, por lo tanto comenzaron a decir que yo era el niño estúpido al que ni sus padres biológicos quisieron ni los adoptivos y decidieron devolverlo.
Se sentía horrible el acoso, la soledad, todo. Apenas comía y mayormente me la pasaba en el jardín jugando con las piedras y arrancando flores.
Un día una mujer vino por mi, decía ser hermana de mi madre, mi único familiar con vida. Así que recogí mis cosas y me fui con ella.
Cuando llegamos a su casa, nuevamente me invadió esa oleada de tranquilidad y compañía. “¡Genial! Ya no estoy solo…” pensé, y así fue por un tiempo.
Cuando cumplí 11, en la celebración de mi cumpleaños, mi tía bajaba las escaleras y tropezó con una media. Rodó por las escaleras y se desmayó, por suerte no estábamos solos esa vez, también nos acompañaba una vecina, Keyla, y su hijo que se había hecho mi amigo, ella llamó a emergencias y una ambulancia llegó minutos después.
Pero nadie pudo salvarla. Se había fracturado unas costillas y se rompió una vértebra, quedó en cama y murió unos años después.
Pensé que volvería al orfanato, pero no fue así. La vecina se quedó conmigo, conseguí un hermano. Al principio hubo problemas, ella apenas tenía para mantenernos pero Kevin (mi nuevo hermano) y yo conseguimos un pequeño empleo en un kiosco de periódicos, así que ayudamos a solventar un poco los gastos. Y la tragedia llegó a mis 14 años.
Kevin murió cuando un carro sin frenos impacto contra el kiosco. No solo quedo desfigurado, también desmembrado. Keyla quedó devasta al haber perdido a su hijo. Y un año después acabó con su vida en la casa, frente a mi. Vi la sangre manchar las paredes de la cocina, llorando llame auna ambulancia, pero ella ya estaba muerta aun antes de que llamara. Fue muy obvio que era suicidio, por lo tanto me dejaron ir, pero nadie quería ayudarme luego de eso, entonces me entere que el orfanato en el cual viví había estado envuelto en un extraño incendio donde solo sobrevivieron dos niños, los cuales murieron luego en el hospital.
Mi vida estuvo marcada de tragedia, pero yo nunca era el culpable de nada. Una vez conseguí un buen trabajo, pero yo no era una gran persona, gastaba mi dinero en bebida, apenas pagaba el alquiler del lugar donde iba a dormir y bañarme, de esa vez tampoco salió nada bueno, estaba en un bar, habían bailarinas exóticas y esa noche tenían un número especial, así que no lo pensé dos veces para ir. Cuando estuve allá, ya un poco ebrio y luego de haber tocado unas cuantas chicas, un par de tipos entraron, pasaron directamente al baño y luego salieron llevando máscaras y armas. Sin mirar a quien comenzaron a disparar “en nombre de Dios” porque ese era un lugar sucio e impuro y los que estábamos ahí también lo éramos.
Me salve por los pelos, logre escapar y la policía me atrapo huyendo. Si, huyendo para no recibir un disparo, pero por mala suerte pensaron que yo era uno de esos psicópatas que estaban disparando. Fue tal vez, el año más difícil de todos, teniendo en cuenta que estuve en un juicio de un año para demostrar que era inocente, y que perdí. Pase dos años en la cárcel.
Pero ahora era exitoso, por fin demostraron mi inocencia, salí y trate de llevar mi vida por el buen camino. Deje la bebida y también el cigarro, comencé a trabajar, pagar mi renta, comer sano. Hasta logre abrir un pequeño cafetín, me volví millonario con el paso de los años y mi vida estuvo tranquila.
Hasta ahora. No caí en bancarrota, jamás me case por miedo a que volvieran las tragedias y mi esposa muriera, mis empleados me querían y tenía amigos.
Pero me sentía solo.
Así que un día, tome una soga e hice un lazo, luego lo guarde en una caja junto a una foto de mi negocio, unas cuantas cartas “de amor” que intercambie con una linda mujer hacia tiempo.
Luego seguí trabajando, y ella apareció. Esa linda mujer llegó a mi negocio un día preguntando por mi. Tuvimos una noche y ella se embarazó.
Ahí mi vida comenzó a caer nuevamente.
Tenía miedo de casarme por el hecho de las tragedias, que podían repetirse, pero ella se molestó, aunque yo en ningún momento dije que no la ayudaría con el bebé, ella pensó que no me haría cargo. Entonces me amenazó, por lo que acepte casarme y además, hacerme cargo del bebé.
Cuando nació ella decidió llamarlo Gustov, por sus raíces francesas, que no sé de donde saco ella que yo tenía, y dijo “ella decidió” porque a mi nunca nadie me consulto si era apropiado ese nombre. Yo veía muy poco a mi hijo, y a mi esposa, por una parte estaba bien, pero quería ser parte de la vida del pequeño. Sabía lo feo que se sentía no tener un padre, y aunque el tenía una madre quería darle la dicha de tenerme a mi también.
Y todo resulto ser una vil mentira.
El niño no era mío, pero si era un hombre francés el cual yo conocí pensando que era primo de mi esposa, ella me usaba para mantenerse a ella y su familia. De nuevo me sentí destrozado.
Entonces fui por el lazo que había hecho 3 años antes.
Lo colgué con lentitud y lo admire como quien admira una puesta de sol. Como quien admira una puesta de Sol por primera vez. Como un niño admira su triciclo nuevo o una niña su nueva muñeca Barbie. Como quien admira algo que le impresiona.
Y esto me impresionaba, porqué aun cuando mi vida estuvo marcada por la tragedia, nunca me imaginé ni me vi a mi mismo haciendo algo como esto.
Rodé una silla hasta posicionarla bajo el lazo, bajo esa soga que era la que marcaría la gran nueva tragedia de mi vida. Me senté en ella mientras bebía una cerveza. Había comprado varias y las había metido en mi nevera el día anterior. Ya había bebido cinco botellas.
Me levante y me subí a la silla. Mire el escenario de mi vida.
Recordé todos esos momentos, buenos y malos, y trágicos. Maldita sea. Comencé a llorar mientras pasaba el lazo por mi cabeza. Y no solo llorar sino berrear y gritar. Me lamentaba y me culpaba por todo. Por las muertes, los accidentes, lo iluso que fui.
Luego de que calme mi rabia y mi tristeza, deje caer un pie de la silla, sentí un poco la presión de la soga, pero obviamente no era suficiente presión.
Entonces deje caer el otro.
Todo comenzó a nublarse y mi cabeza comenzó a llenarse de fugaces escenas de cosas que pudieron haber pasado o no.
Cuando todo se puso oscuro mi cuerpo se dejo caer. Y me deje llevar por la tranquilidad.
Era libre al fin.
Al fin sería feliz.
La tragedia de mi vida había terminado.
O eso quería pensar.
Desperté una semana después en el hospital con heridas graves pero vivo. Y estoy ahora escribiendo esto en mi habitación en el hospital psiquiátrico. Y estoy a punto de cometer la más grande tragedia de mi vida. Solo debo esperar a que las enfermeras vengan a revisar que este todo bien. Y después de lo que haré, todo estará bien.
Por fin lo estará.