Capítulo nueve.
Sentía el teléfono vibrar como loco desde el bolsillo de mi abrigo, mientras andaba calle arriba hasta Jouvay Night. Ya de por sí estaba retarde, no tenía tiempo para responder llamadas y menos con el aguacero que estaba cayendo esa noche. Pero esa no era la verdadera razón por la que me negué a responder. La razón era que sencillamente no quería.
Se trataba de Derian, en su peor versión y con una obsesión más intensa de lo normal. Y de eso me había cansado hacía tantísimo, pero tantísimo tiempo, que resultaba impropio el hecho de que siguiera insistiendo en que regresara para que lo habláramos mejor. No había nada de qué hablar, él seguiría siendo la misma basura de siempre y a quien fui tan tonta de poner la vida entera en sus manos, para después mirarlo destrozarla a como se le antojó.
Desde que empezaron los problemas con él, supe que todo lo que en muy poco tiempo se levantó, no tardaría demasiado en venirse abajo. Pero no esperaba que sería tan paulatinamente como para apenas darme cuenta. Derian supo hacer las cosas de un modo tal, que merece tanto la mayor admiración como el peor de los desprecios.
Primero, perdí mi autoridad en la compañía, me quitó la palabra, el derecho a pensar u opinar. Y eso fue sólo el inicio. Me quitó privilegios, me dejó sin lujos más que los necesarios, y luego me arrebató lo poco que quedó. Pude haber sido tonta, pero nunca hipócrita, pues no estuve dispuesta a ceder a sus hechizos sólo por mantener mi vida dichosa y rica. El problema radicó en que él bien sabía que, sí, moría sin mis lociones de fresa, mis unguentos humectantes, mi sushi y ropa fina. Creyó que con eso podría manipularme una vez más, que si no me dejaba llevar a como él quería, corría el riesgo de perder todos esos beneficios. Y al principio lo logró, pero una vez me di cuenta que nada de eso me hacía sentir realmente feliz (ni siquiera el sushi), sólo abrí los puños y lo dejé ir todo.
No iba a ser su muñequita de trapo, siempre con la boca cosida, sin argumentos, sin refutes, muda. No importaba si perdía lo que tenía, ya había perdido todo cuando perdí a Noa, y nadie nunca iba a quitarme nada de más valor que el amor que sentí por él.
Pero, precisamente eso fue lo que me condenó. Me condenó a esto: la mitad de la historia.
Dadas las críticas circunstancias, me vi obligada a venderlo todo para sobrevivir, únicamente porque él no me daba ni un mísero centavo. Ah, pero sí compraba consolas enormes y esa niñatas de los infomerciales de televisión.
Al menos, mi estatus fue rebajando tan lentamente, que al momento de llegar a donde estoy, ni siquiera lo vi tan mal. Si ya me había acostumbrado a tomar el metro y ya sabía qué pasillo tomar y las ratas del subterráneo no me asustaban; si había aprendido a comer comida chatarra y el sushi parecía sólo pescado crudo con sal; había aprendido a usar la misma blusa de hace tres días y a veces la misma todos los días; aprendí a trabajar... aprendí a vivir sola.
Y esto en lo que me convertí, es lo que soy ahora, es de lo que vivo (o sobrevivo), lo que aguanto, lo que sufro y lo que trabajo. Esta es la vida a la que siempre le temí y que sin embargo ahora prefiero mucho más que la otra. Ahora estoy de éste lado, del lado bajo y sin esperanza de futuro, que vive un día a la vez porque el mañana puede no llegar y si llegara, no traería nada más que la misma rutina de siempre. Pues Noa no regresó, tampoco creía que lo hiciera. Había perdido mi mañana, y con eso también aprendí a vivir durante estos dos años, aprendí a vivir de verdad.
El lugar donde resido ahora, las calles son desiertas por el día, pero por la noche casi siempre hay fiesta. Después de todo, por la noche es más fácil cubrir pecados. La gente es muy alegre, sin embargo; les gusta un único género de música (no es Mozart, por cierto) y no dudan en montar una fiesta que siempre acaba con la llegada de la policía. Una que otra madrugada, si no te despiertan los fuegos artificiales que ciertos traviesos se empeñan en lanzar a plenas tres de la mañana, pues te despierta un recio tiroteo. Y es normal. Porque lo más que puedes esperar de este lugar, es entrar y salir vivo de él.
Esto es el Sur de Jamaica, mi nuevo hogar.
🌼🌼🌼
Conviene explicar por qué estoy fuera transitando las calles de Queens un jueves a las nueve de la noche: voy camino al trabajo. Y tarde, porque Derian me citó y nada de lo que dijo logró convencerme de volver. Así que para nada perdí tiempo y llegaré tarde.
Jouvay Night es uno de los mejores bares con entretenimiento aquí en Queens y también, el único que encontré con mejor sueldo, incluso cuando gano sólo un tercio de lo que gastaba antes en un día comprando artículos de belleza.
Al llegar debo ir directamente al vestidor, ese que está al fondo del oscuro local tras una cortina roja; buscar mi casillero (entre otros únicos diez, oxidados y sin cerradura) y finalmente, cambiarme de ropa para la función. En el umbral de la entrada estaba Hunter, el tipo que parece una pared y huele a sudor rancio, pero es medio agradable después de las dos cuando se pone a echar chistes en el banquillo junto a la barra sobre cosas de su vida que definitivamente no diría sobrio. El resto de bailarinas y yo siempre le hacemos bromas pesadas, pero después de todo, es un buen jefe. No es el dueño de Jouvay Night, sólo el primer supervisor.
─Otra vez tarde, Mae ─me espetó mientras crucé la cortina hacia el vestidor.
─Dame la siguiente apertura ─le hice oír a mis espaldas.
Adentro siempre están el resto de chicas que se preparan para lo mismo que yo: dar un buen show que contente a los clientes. Yo tengo la prioridad de salir sola porque Hunter siempre me eligió por encima de las demás para las presentaciones, digamos, "especiales". Quién diría que todas esas clases de baile y lecciones del señor Walker me serían de ayuda para este momento tan inesperado de mi vida.
Editado: 07.09.2021