Lo miré confusa, había una leve expresión de alegría en su rostro, pero por más que lo pensé no le encontré sentido.
Ambos nos incorporamos lentamente sin dejar de vernos.
—¿Nos... conocemos? —pregunté.
—Soy yo, Owen —sonrió.
Su nombre vagó en mi memoria en busca de algún recuerdo relacionado a él.
—Un chico... Owen —dije en mi mente.
Me tomó un minuto encontrar dicho recuerdo y cuando lo hice, levanté la vista atónita. Entendió mi reacción de inmediato y extendió los brazos.
—¡No es posible! —grité llena de alegría y me lancé a abrazarlo.
Me rodeó y rio contento.
—¡Qué sorpresa verte aquí! No... no pensé que te volvería a ver —comenté al intentar no tartamudear de la impresión.
—Lo mismo digo, jamás creí encontrarte en un lugar como este.
—Santo cielo, ha pasado mucho tiempo.
—Doce años para ser más preciso.
Ambos estábamos felices por el suceso, pero la pequeña simplemente nos veía sin comprender qué sucedía. Quiso aprovechar ese momento de distracción para huir de nuevo, pero Owen la tomó de la ropa antes de que pudiera dar un paso.
—Ni siquiera te atrevas a arruinar este momento, pulga, no creas que voy a pasar por alto lo que hiciste.
Le sonrió traviesa y se resignó.
Una papelería no era el lugar adecuado para un reencuentro, así que decidí posponer las compras para más tarde y los tres salimos de ahí. Nos dirigimos a una cafetería no muy lejos, había un jardín de juegos cerca, así que la pequeña podía estar entretenida con los otros niños mientras nosotros conversábamos.
—¿Dónde te habías metido todo este tiempo? —preguntó lleno de añoranza.
—No es algo que haya planeado —respondí cabizbaja.
—Un día fui a jugar contigo por la tarde y al otro... habías desaparecido sin dejar rastro.
Me quedé callada sin poder responder con claridad.
—¿Sucedió algo con tus padres?
—Supongo que todos allá lo saben, ¿no? — contesté apenada.
—Dudo que sepan a detalle tu situación, pero tu ausencia no pasó desapercibida y la de tu hermana tampoco.
Me limité a apoyar las manos en la taza de mi café.
—Sólo vi maletas en la puerta, entramos a un auto y luego a un avión. En un parpadeo ya estábamos en un lugar nuevo, un sitio totalmente desconocido.
—Huyeron, ¿no es así?
—Todo fue idea de mis padres, querían que nos alejáramos lo más posible de ellos. Mi hermana fue la que me trajo hasta aquí y a partir de ese día, no hemos sabido nada de ellos.
Me miró compasivo.
—Me parece sorprendente que nuestra ausencia haya dejado una especie de huella.
—Bueno, al menos con mi familia así fue. Se volvió todo tan confuso, no nos explicábamos el por qué de un cambio tan repentino en su actitud. Una familia que estaba dispuesta a abrir sus puertas a quién sea, las cerró para no querer volver a abrirlas más.
—¿Cómo sabes eso?
Observó por leves instantes el líquido en su taza.
—Le hablas a un integrante de la familia más cercana a la tuya, algo como eso no se puede ignorar tan fácil. A pesar de solamente convivir cuando éramos pequeños, te volviste alguien especial y por consecuencia la situación no tardó en llegar a nosotros, no clara, pero no era difícil sospechar los motivos.
—Entonces, ¿puedo ahorrarme los detalles?
—No te voy a pedir que me digas algo que no quieras, me conformo con saber que... has estado sana y a salvo todo este tiempo.
Nos sonreímos con amabilidad y su hermana llegó a pedir parte de su atención para que le ayudara a quitarse la chamarra.
Owen fue un amigo muy cercano en mi infancia, al menos la que tuve en la casa de mis padres. Nuestras familias desarrollaron una conexión muy grande, al punto de tener una confianza increíble. Se conocían desde antes que nosotros naciéramos, pero supongo que en un caso que involucra amenazas de muerte es mejor mantener cierta distancia y discreción.
Lo miré darle una palmada amistosa a su hermana en la cabeza y la dejó regresar a su juego. Ver sus acciones detenidamente me hizo pensar en lo increíble que fue haberlo reconocido después de tanto. Cualquiera pensaría que fue planeado, pero algo había en su personalidad que lo hacía inconfundible.
—¿Y qué hay de ti? ¿Qué haces en esta parte del país? —pregunté con bastante curiosidad.
Regresó a su posición original y acomodó la chamarra de su hermana sobre sus piernas.
—Estoy aquí por un intercambio… buenas calificaciones, diplomas y blah, blah, blah —contestó tras suspirar.
—¿No querías hacerlo?
—No es eso, pero no es algo que me cause mucha emoción, ya sabes, no se me ha quitado lo exigente y payaso para ciertas cosas.
Reí y le asentí para tomar un sorbo.
Desde niño era alguien muy “delicado”, tenía manías muy extrañas y una de ellas era reaccionar con pesadez o gran desgano ante un cambio repentino. Por esos días un plato nuevo, cobija, peluche o incluso vaso para tomar agua representaba el fin del mundo, tal y como él dijo, a pesar de ser alguien pequeño se portaba muy exigente. En pocas palabras, no es alguien a quien le agrade o le sea fácil adaptarse a una alteración y claramente una mudanza al otro extremo del país es uno de los peores casos.
—Mis padres se vieron muy motivados con la noticia de las becas y la nueva escuela, así que… vinieron conmigo.
—Proceso difícil, ¿no?
—Bastante estresante.
—Ya veo y… ¿cómo es?
—¿El qué?
—Ir a la escuela.
—Ah, es cierto, niña educada en casa —comentó el meter la mano entre su cabello para apartarlo de su rostro—. Te encuentras de todo, genios, idiotas, superficiales, amigables... te acostumbras a lidiar con cualquiera. No todo es malo.
—Entonces supongo que te va bien.
—Es lo mismo que allá, sólo haz lo que te ordenen y aprovecha las oportunidades que se te presenten.
—No ibas a aprovechar tu intercambio —reí.
—No dije que lo hiciera al pie de la letra —sonrió.
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un poco de todo, comedia romantica juvenil, enamorada del mejor amigo de la infancia
Editado: 29.04.2022