Al abrir los ojos, aparecí en el medio de un pasillo totalmente blanco, con varias puertas a los costados. No sabía cómo había llegado hasta allá, pero la curiosidad hizo que me acercara a una de ellas, y sin pensarlo dos veces, giré el pomo. De repente, el corredor se convirtió en una espaciosa sala de espera que, al parecer, pertenecía a algún hospital; y allí sentados, estaban un hombre y una niña pequeña. Caminé hacia ellos para averiguar lo que ocurría, y para mi sorpresa, estos ni siquiera notaron mi presencia.
—Tranquila, Evey —dijo el hombre tratando de animarla—. Mamá saldrá pronto.
—Tengo miedo, papá.
—No te preocupes, princesa, estará aquí antes de que te des cuenta, y luego saldremos todos a comer helado —mientras decía esto, se les acercó un médico alto, de cabello canoso y expresión seria.
—¿Es usted el cónyuge de la señora Elena Anderson? —inquirió este, dirigiéndose al hombre.
—Sí, soy yo. ¿Hay algún problema, doctor?
—Lamento decirle que su esposa no pudo resistir el tratamiento y nos vimos obligados interrumpirlo de inmediato —hizo una breve pausa, miró a la niña por un par de segundos, y continuó hablando—. La señora Anderson se encuentra en un estado muy grave.
—Esto no puede ser, siempre ha recibido dos quimioterapias al mes y nunca hemos tenido inconvenientes.
—Parece que su leucemia ha empeorado gravemente desde hace algún tiempo. Ocho años exactos.
—¿Hay algo que podamos hacer para ayudarla? Lo que sea.
—Aún tenemos que hacerle algunos estudios, pero según mi opinión como profesional no es muy factible. Su cuerpo está cansado de recibir tantos tratamientos y comienza a resentirse. Haremos todo lo que esté en nuestras manos, aunque por desgracia no puedo garantizarle nada.
—Muchas gracias, doctor —replicó el hombre, bajando la mirada.
Preferí no seguir viendo aquella escena, así que retrocedí por donde había llegado, y en cuestión de segundos, estaba de vuelta en aquel corredor. Caminé unos pocos metros en línea recta, y crucé la primera puerta que vi.
Era de noche, y esta vez estaba en un sitio conocido: la casa de Eve. Por su apariencia física, supuse que la chica ya tendría unos doce años de edad. Estaba sentada en el suelo mientras veía un programa de televisión, cuando de repente, su padre entró trastabillando a la habitación, y a juzgar por su comportamiento, se encontraba totalmente borracho.
—Papá, ¿por qué tardaste tanto? —preguntó mientras corría a abrazarlo.
—¡Aléjate! Eres una miserable asesina —espetó el hombre, luchando para mantenerse en pie—. De no ser por ti, Elena seguiría viva.
—Papá... no digas eso, por favor —sollozó—. Yo jamás le haría daño a mamá.
—¡Dije que no me toques, desgraciada! —gritó, dándole un bofetón—. ¡Cuando tú naciste, ella empeoró! ¡Tu madre pasó un año sin quimioterapias solo para poder cuidarte! ¡Tú, tú la mataste!
Eve cayó al suelo enjugándose las lágrimas y el sujeto siguió gritándole todo tipo de improperios a la cara. Apreté los puños con tanta fuerza que pusieron blancos, e inmediatamente, sentí cómo la ira empezaba a apoderarse de mi cuerpo.
No obstante, en cuestión de un parpadeo, se hizo de día. Le eché un vistazo al reloj de la pared y observé que este marcaba las dos y media de la tarde. Ahora estaba en lo que parecía ser la habitación de Eve. Era un pequeño cuarto con las paredes y casi toda la decoración de color rosado, tenía varias fotos junto a su familia, y por lo que alcancé a ver, también un montón de peluches.
Por su parte, ella dibujaba tranquilamente, acostada boca abajo sobre la cama cuando, de improviso, su padre cruzó la puerta con un osito de peluche a sus espaldas. Al verlo, la niña se escondió bajo las sábanas y trató de hacerse la dormida; por lo que él se sentó al borde de la cama y comenzó a hablarle cariñosamente.
—Evey, lamento mucho lo que ocurrió anoche —intentó disculparse—. Nunca debí hacerte daño.
En ese momento, el suave y pausado llanto de Eve rompió el silencio.
—Soy... una asesina.
—No, claro que no. Eres la mejor hija que alguna vez hubiera podido desear.
—Pero ayer lo dijiste, de no ser por mí mamá seguiría viva. Yo la maté.
—Estaba molesto, dije cosas que no eran verdad —insistió mientras levantaba la sábana—. Princesa, por favor, perdóname.
—No me pegues —rogó ella, acurrucándose lo más lejos que podía.
Al observarla con más detenimiento, noté que su ojo izquierdo estaba bastante hinchado, tal y como lo había visto aquella vez.
—Tranquila, Evey, no te haré más daño.
—¿Lo prometes?
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Editado: 07.10.2019