Under My Wings

8-. Fiesta

Al ver que Eve estaba a salvo, no pude contener mis impulsos, y le di un fuerte abrazo. A pesar de que sabía que lo anterior había sido solo un sueño, me tranquilizaba bastante poder comprobarlo.

—¿Qué ocurre? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿A qué se debe tanto cariño?

—Esto... —hice una breve pausa antes de responder—. Gracias por haberme acompañado hoy.

—No fue nada —esbozó una pequeña sonrisa—. Sé lo difícil que es perder a alguien tan importante para ti, en especial cuando no te lo esperas.

—Aún parece mentira —admití, y aunque la chica intentó sostenerme la mirada, terminó bajándola casi de inmediato—. Y lo que más me duele de este adiós, es que no sea un hasta luego.

Luego de decir esto, un silencio incómodo invadió la estancia, y ninguno de los dos se atrevió a opinar al respecto.

Al cabo de unos segundos, Eve le echó un vistazo rápido a su teléfono, y entonces volvió a girarse en mi dirección.

—Oye, Chris —titubeó—. Ya casi es medianoche, ¿puedo quedarme a dormir aquí? Si llego a esta hora mi padre se dará cuenta.

 

 

Como era costumbre, desperté con el sonido de la alarma, y fui al baño para tomar una ducha. Acto seguido, me coloqué la ropa limpia, y con el estómago rugiendo, me dirigí a la cocina. Había un delicioso aroma en el ambiente, y moría de curiosidad por ver de qué se trataba.

Al entrar, observé a Eve colocándole miel a unos waffles con muy buena pinta, y eso solo sirvió para hacerme sentir más hambre de la que ya tenía.

—Buenos días —saludó ella, al notar mi presencia—. Espero que me disculpes por esto, pero vi que no despertabas y pensé que sería buena idea hacer el desayuno.

—No pasa nada —sonreí, tomando asiento—, ¿quieres que te deje la mitad?

—Tranquilo, ya comí —replicó, llevando la comida a la mesa—. Aunque, si no es mucha molestia, ¿podrías prestarme el baño? Tengo que ducharme.

—Claro, solo sube las escaleras, es la segunda puerta a la izquierda.

Sé que a estas alturas se deben estar preguntando qué ocurrió anoche, así que solo les diré lo básico: no hicimos nada de lo que se imaginan. ¿Que por qué? Muy sencillo. Eso no es su problema.

Terminé de desayunar con rapidez, y entonces, me senté en el sofá a esperar que Eve estuviera lista. Finalmente, cuando comenzaban a salirme raíces de tanto estar sentado, la vi bajar por las escaleras. Vestía unos pantalones de mezclilla, una camiseta negra con el logo de Slipknot y un suéter blanco que le quedaba un poco holgado.

—Disculpa que tomara tu ropa —dijo—. No traía nada de repuesto.

—No te preocupes, te queda mejor que a mí —sonreí, levantándome del sofá.

En seguida, nos subimos al Ferrari y conduje con rumbo a la secundaria. Una vez allí, estacioné cerca de la entrada, y nos bajamos del auto. Entonces, sentí varias miradas posándose sobre nosotros, y rápidamente entendí el por qué. El suéter que Eve traía puesto tenía mi apellido, Taylor, grabado en la espalda. Aquel detalle no había pasado desapercibido para nadie, y cuando se lo conté a Valentine, sus mejillas se ruborizaron por completo, aunque eso no impidió que se lo llevara puesto a clases.

 

 

El resto de la mañana transcurrió con una lentitud exasperante, en especial durante la clase de matemáticas. Por lo que, apenas sonó la campana, salí del aula a toda velocidad y me dirigí hacia la cafetería, donde compré dos emparedados de queso fundido, y fui hasta la mesa donde se encontraba Albert.

—Hey, ¿qué tal? —saludé, tomando asiento—. Provecho.

—Hola, Chris, gracias —respondió, dándole un trago a su jugo de naranja—. Y por cierto, felicidades.

—¿A qué te refieres? —pregunté extrañado. Ninguna de las cosas que había vivido recientemente ameritaba que me felicitaran.

—Por favor, no seas tan modesto —rió—. Esta mañana llegaste muy bien acompañado, y por si no lo sabías, ahora todos hablan de eso.

—Pues lamento mucho arruinarte la ilusión, pero ella y yo no somos nada —le dediqué una mirada asesina—. Y aunque lo fuéramos, no es problema de nadie.

—Vale, vale no tienes por qué molestarte —se encogió de hombros—. Tan solo quería invitarte a una fiesta que haré esta noche en mi casa, y sí, puedes llevar a tu amiga —agregó, guiñándome un ojo.

—¿Desde cuándo haces fiestas en tu casa? —le di una mordida a mi sándwich—. Pensé que eras más de jugar videojuegos.

—Y lo soy, pero esta no es cualquier ocasión —se acomodó los anteojos con el dedo índice—. Cada año, durante el aniversario de la escuela, se hace un sorteo entre varias familias para ver cuál se hará cargo de la celebración, y adivina a quién le tocó esta vez —señaló su rostro con los dos pulgares.




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